Proceso de sexuación

Lejos de reducirla a los comportamientos sexuales, la sexualidad es todo lo relacionado con el hecho simple y básico de ser personas sexuadas; el proceso por el que nos convertimos en seres sexuados es la sexuación.

En realidad no somos ni mujeres ni hombres, nos vamos construyendo como tales a través de un proceso complejo de integración de los distintos niveles que conforman el hecho sexual. Lo que somos lo debemos a la herencia filogénetica que recibimos en forma de programaciones o predisposiciones adaptativas, por ejemplo, la disposición a la búsqueda de placer o la tendencia a la búsqueda de seguridad en el contacto con el otro, que se viven como necesidades básicas.

También lo debemos a lo adquirido en la inserción en un medio social determinado, donde la socialización a través de la familia, portadora de todo el acervo de la cultura es determinante. De todas formas, la síntesis de ambos factores se produce esencialmente a través de la propia biografía, de la historia y la experiencia personal.

En la vida intrauterina se producen momentos de indiferenciación, homólogos para ambos sexos; la presencia de inductores actúan en los momentos críticos, produciéndose así la diferenciación sexual en un desdoblamiento que no es simétrico, pues el desarrollo biológico muestra que en caso de duda la naturaleza tiende al desarrollo femenino.

Paradójicamente los postulados biologicistas se han utilizado, de algún modo, para justificar la desigualdad entre mujeres y hombres. Sin embargo, observándolo desde otra perspectiva, es la propia biología la que explica la gran diversidad en los modos de sexuación. Se trata de un proceso tan sumamente dúctil y flexible, que de ello podemos deducir que cada persona desarrolla un modo individualizado de sexuación que es único e irrepetible.

El proceso de sexuación se relaciona con ámbitos que desarrollaremos a continuación:

1. La identidad sexual: el hecho de ser hombre o mujer depende de la unión de los cromosomas X, Y por azar. Sin embargo este hecho no determina nuestra sexuación, tan sólo la orienta. La sociedad enfatiza qué es ser mujer u hombre y se presentan como polos antagónicos. Tal rigidez no permite otra alternativa que la consideración de la diferencia en oposición.

De ese modo, todo aquello que no se ajuste a las polaridades es considerado como desviado y, por tanto, convertido en objeto de exclusión y estigmatización. La cultura occidental es altamente intransigente con la variabilidad sexual, cualquier desviación de lo esperado hace dudar inmediatamente de la integridad sexual de esa persona.

2. El deseo sexual: el deseo sexual es una pulsión que heredamos filogenéticamente. Contamos un sistema sexual que nos permite responder a estímulos que poseen valor erótico y que nos impulsan a la búsqueda de satisfacción sexual. El deseo sexual se expresa como una tendencia de acción que da lugar a los comportamientos sexuales. La diferencia entre el comportamiento sexual animal y el humano estriba en la toma de conciencia de aquello que se experimenta y en la atribución de significados.

En el ámbito de la educación afectivosexual el deseo erótico es un elemento esencial que forma parte de nuestras vidas. Es necesario otorgarle carta de naturaleza, hacerlo visible, tratarlo con naturalidad, destabuizarlo. El deseo sexual puede tener varias orientaciones, es decir, varias formas en que puede satisfacerse.

Fuente: Instituto Asturiano de la juventud