Nabis

El término ha sido producto de la necesidad analítica de historiadores y críticos por referirse a una etapa específica de la producción plástica de los artistas nacionales y extranjeros que trabajaron en el país desde 1921 hasta fines de la primera mitad del siglo, con secuelas posteriores. En un sentido amplio, el término a veces incluye al muralismo, en otro sentido más estricto sólo a la producción de caballete y a la escultura no urbana.

Visto desde un enfoque generacional y estético no hay propiamente una «escuela». Pues los miembros que la integran tuvieron edades diferentes y formaciones y gustos casi opuestos. En sus producciones murales y de caballete, vemos que sus afinidades son mínimas con relación a sus diferencias.

No obstante, el apelativo sugiere factores comparativos que a continuación enumeramos, advirtiendo que son generalizaciones que sólo nos pueden facilitar la comprensión del término.

a) Los pintores nacidos en México al igual que los extranjeros que aquí llegaron, trabajaron ininterrumpidamente, ya fuere en la capital o en las ciudades de provincia. Durante un lapso considerable ofrecieron convergencias de trabajo en el Distrito Federal. Muchos de ellos fueron maestros de dibujo y pintura y participaron en las misiones culturales o estuvieron en las mismas asociaciones político – artísticas.

b) Bajo parámetros en extremo diversificados, la mayoría de estos pintores se propusieron representar algún aspecto que podían identificar con el nuevo ser mexicano. Esta conciencia podía ser política, histórica, sociológica, moral, etc. A la vez era susceptible de poner énfasis en lo mítico, lo religioso, lo mágico y, sobre todo, en lo popular.

c) Los artistas hicieron pintura de caballete no primordialmente con el propósito de venderla, sino también de que se divulgara y se distribuyera, tanto en el propio país como en el extranjero.

d) Ninguno de los artistas de la Escuela Mexicana fue naïve, pues la mayoría de ellos conocía bien, de manera directa o indirecta, el arte europeo, y algunos de ellos (Angel Zárraga y Diego Rivera) se habían expresado a través de las vanguardias del momento. Otros abrevaron tempranamente, por medio de diferentes vías en la Escuela Metafísica de De Chirico y Carlo Carrà. Hay rastros de este fenómeno en pinturas de Tamayo y María lzquierdo desde 1925 en adelante y en Alfonso Michel desde que se inicia la fase intermedia de su producción.

Hay que tomar en cuenta que Jorge Alberto Manrique utiliza el término Contracorriente al referirse a los pintores que se mantuvieron alejados de la «cara reconocida», o sea de la fisonomía que ya en los años treinta ofrece la vertiente nacionalista de la Escuela Mexicana. Dicha contracorriente fue la que en tal aspecto tuvo una retórica de lineamientos más fijos.

Entre las muy diferentes cualidades de estos pintores está su no adhesión; son muy diferentes entre sí y no constituyen de ninguna manera un grupo. Algunos estuvieron ligados, por ejemplo, a Los Contemporáneos. Teresa del Conde observa que al examinar un buen conjunto de la producción, tanto de los pintores de la Escuela Mexicana nacionalista, como de aquellos que pudiéramos incluir en la Contracorriente, se cae en la cuenta de que las fluctuaciones entre ambas ramas impiden fijar límites precisos, y que esto ocurre aun entre los más acendrados nacionalistas.

Puede observarse que, por ejemplo, ni aun ellos desdeñan el género intimista con abundancia de símbolos y que varios se apuntan de rasgos tomados del Cubismo llamado «sintético». Más que otra cosa hay que pensar en el Expresionismo. Como constante expresiva esta tendencia existe en México desde tiempos ancestrales (es una actitud anímica) ofreciendo variantes de muy diversa índole.

Por lo que se refiere a la modernidad el Expresionismo es también, como el Simbolismo, reducto romántico, pero en México se debe a una tradición barroca singularmente eficaz para configurar estilos de alta individualidad.

Pensemos, por ejemplo, en Siqueiros y en Orozco, y antes que ellos, en Posada. Los seguidores de Diego Rivera se encuentran en otra situación. Mantuvieron mayor fidelidad a los patrones de representación instaurados por el guanajuatense, cuya producción figurativa queda, en el crepúsculo del presente siglo, como la de un pintor clásico en el mejor sentido del término: capaz de crear modelos.

Con relación a una supuesta Escuela Mexicana de Escultura, el término está mayormente puesto en duda, pues al igual que los pintores no hay en estrictu sensu una «escuela» sino un grupo de artistas con propuestas diversas y algunas constantes comunes que coinciden en un mismo tiempo y espacio.

Fuente: Apunte Historia del Arte del Siglo XVIII al Siglo XX de la U de Londres