El libro como medio de comunicación

Gracias al trabajo de lingüistas, filósofos y psicólogos sabemos que el lenguaje es un instrumento fundamental en la aprehensión intelectual de lo que nos rodea. A través del lenguaje el mundo deja de parecer caótico, meramente continuo y contingente, para presentársenos dotado de estructura y orden. Existe una relación esencial entre pensamiento y lenguaje, por lo que el desarrollo de las habilidades lingüísticas (escuchar, leer, hablar y escribir) proporciona herramientas invaluables a todo el que quiera incursionar en el terreno del conocimiento, sea cual sea la disciplina elegida.

Toda lectura supone, en una primera aproximación, la ubicación del texto en un espacio, así como el reconocimiento de marcas gráficas (palabras, números) y de todos aquellos elementos que engloban la noción que Gérard Genette denomina como paratexto. Los paratextos son los elementos que contribuyen a hacer de un texto un libro; garantizan una mejor recepción y una lectura más accesible y pertinente. Como paratextos podemos considerar todos los elementos que no forman parte del cuerpo de la obra: el título, el subtítulo, el nombre del autor o de los autores, los índices, el prólogo, la introducción, las conclusiones, la editorial, el lugar y fecha de publicación, etcétera.

Los paratextos están íntimamente relacionados con las llamadas partes del libro, las cuales pueden reducirse a: carátula o cubierta, lomo, portada y contraportada, todas ellas en función del lugar donde se ubican los elementos necesarios para la elaboración de fichas bibliográficas y la clasificación del libro en la biblioteca. Sin embargo, resulta interesante revisar brevemente estas transformaciones y valorar las posibilidades que ofrece su conocimiento y uso para la vida escolar.

Podemos definir la lectura como una relación que se establece entre lector y un texto. El texto aparece ante el lector como un objeto de escritura en estado de reposo, propuesto a la mirada para producir significados; se trata de una especie de estado de vacío que contiene, potencialmente, todo un universo de significaciones y que requiere de un lector para actualizarse. La lectura se inicia propiamente cuando la mirada transforma al texto en objeto de lectura, modificando, desde el principio, su forma. El lector tiene que realizar un proceso de decodificación del texto para, entonces, producir sentido y significación. Sin embargo, este último no es un proceso lineal: el lector, desde el principio, formula una hipótesis de significación que se ajusta y transforma a medida que la lectura avanza. El lector hace conexiones implícitas, cubre huecos, infiere y pone a prueba sus intuiciones.

El proceso de lectura siempre es dinámico, es un movimiento complejo que se desarrolla en el tiempo. La obra literaria sólo existe como un conjunto de esquemas que el lector debe actualizar. Para ello, durante la lectura el lector aporta un tenue contexto de creencias y expectativas a partir del cual evalúa las características de la obra. Al esforzarse por extraer del texto un sentido coherente, el lector no realiza un movimiento rectilíneo: las especulaciones iniciales generan un marco de referencias dentro del cual se interpreta lo que viene a continuación, lo cual, retrospectivamente, puede transformar lo que en un principio se entendió, subrayando ciertos elementos y atenuando otros. Así entonces, la lectura se realiza, simultáneamente, hacia atrás y hacia delante.

El acceso al sentido del texto se completa cuando la hipótesis del lector, a través de reacomodos sucesivos determinados por la aportación de datos nuevos deducidos del texto, mediante un ejercicio de ensayo y error, logra restablecer la coherencia. Es decir, entre el lector y el texto se establece una relación dialogística en los procesos de comprensión y producción lingüística.

De esta manera queda claro que mediante la realización de complejas operaciones el lector participa activamente en la construcción del sentido de un texto; sin embargo es necesario señalar que si mediante nuestras estrategias de lectura modificamos el texto, éste, simultáneamente, modifica al lector. Wolfang Iser* destaca que la obras literarias permiten al lector un nuevo conocimiento crítico de sus códigos y expectativas habituales. La obra literaria viola o transgrede las formas normativas de ver las cosas, poniendo al lector en contacto con nuevos códigos de comprensión. Para un crítico como Iser, lo que verdaderamente importa en la lectura es que profundiza la conciencia de nosotros mismos, logrando una transformación importante.

Fuentes: redescolar.ilce.edu.mx / wikipedia.org