Jeanne et Brimboriau

Cuento escrito por Anónimo francés. Un día, un mendigo pasó por una aldea pidiendo limosna; llamó a la puerta de una casa en la que vivía un hombre llamado Brimboriau con su esposa, Jeanne. Jeanne, que se encontraba sola en casa, acudió a abrir:

-¿Qué desea?

-Un trozo de pan, por favor.

-¿Adónde va usted?

-Al Paraíso.

-¡Ah!, muy bien -dijo la mujer-. ¿No podría usted llevarle un pan y provisiones a mi hermana que está en el Paraíso desde hace tiempo? Debe carecer de todo. Si pudiera enviarle también ropa me quedaría muy contenta.

-Le haría ese favor de todo corazón -contestó el mendigo- sólo que no podré llevar tantas cosas. Necesitaría por lo menos un caballo.

-¡Ah! ¡por eso que no quede! -dijo la mujer-. Coja nuestra Finette, y luego nos la devuelve. ¿Cuánto tiempo le llevará ese viaje?

-Estaré de regreso dentro de tres días.

El mendigo cogió la yegua y se marchó cargado de ropa y provisiones. Poco después regresó el marido.

-¿Dónde está Finette? -preguntó.

-No te inquietes -contestó su mujer-. Hace un momento ha venido un buen hombre que se dirigía al Paraíso. Le he prestado a Finette para que le llevara a mi hermana ropa y provisiones que debe estar necesitando mucho. Le he enviado de ambas cosas para bastante tiempo. El buen hombre regresará dentro de tres días.

Brimboriau no se sintió muy contento; sin embargo esperó los tres días. Al cabo de ese tiempo, al ver que la yegua no regresaba, le pidió a su esposa que lo acompañara a buscar al animal. Ahí van los dos recorriendo la campiña. Al pasar junto a un lugar en el que habían enterrado un caballo, Jeanne vio una de las patas que salía de la tierra.

-Ven rápido -le gritó a su marido-. Finette está empezando a salir del Paraíso.

Brimboriau acudió corriendo y, cuando vio de qué se trataba, se enfureció.

Mientras tanto, llegaron unos ladrones que apresaron a Brimboriau y a su mujer. Encontraron, no obstante, forma de escapar y se llevaron consigo una puerta que los ladrones habían robado de una casa. Como se había hecho muy tarde, se subieron los dos a un árbol para pasar la noche; Brimboriau llevaba consigo la puerta. Poco después, el azar quiso que los ladrones vinieran a colocarse justamente al pie de aquel árbol, para contar el dinero que habían robado. Mientras estaban tranquilamente sentados, Brimboriau dejó caer sobre ellos la puerta. Los ladrones, aterrorizados, se pusieron a gritar: «¡Es el buen Dios que nos castiga!» y huyeron despavoridos dejando atrás el dinero. Brimboriau se apresuró a recogerlo, y le dijo a su mujer:

-No nos fatiguemos más buscando a Finette, ya tenemos con qué reemplazarla.
FIN