Inteligencia y coeficiente intelectual
El diccionario define la inteligencia como la capacidad aguda de ver, aprender, comprender y conocer. Se trata de una habilidad mental. Por ejemplo, decimos que un niño “no es muy inteligente”, cuando no comprende las cosas con rapidez.
Durante mucho tiempo, Occidente asociaba la inteligencia con la capacidad de pensar de forma racional y objetiva, y de expresar los pensamientos y juicios propios mediante proposiciones lógicas, susceptibles de medirse en forma cuantitativa y de basarse en evidencia científica.
Se decía que un individuo era inteligente si era astuto, suspicaz, elocuente y rápido para manipular palabras o números, especialmente por escrito. En Oriente, en cambio, se decía que un hombre o una mujer eran inteligentes cuando se comportaban de forma obediente ante las fuerzas superiores, respetaban a los ancianos, cumplían de buena gana con las tradiciones o tenían el don de la clarividencia.
Como consecuencia, la enseñanza y el aprendizaje en las escuelas occidentales se centraban principalmente en transmitir y obtener de los alumnos conocimientos más abstractos y alejados de la vida cotidiana, y susceptibles de ser separados en unidades, que podían expresarse a través del discurso oral o escrito, y no mediante una interacción inmediata, actividades prácticas, la experiencia o la sabiduría.
También resultaba natural que se hubiera establecido un sistema de evaluación que calificaba la actuación del alumno durante y al final del proceso de aprendizaje, el cual se asemejaba bastante a un sistema de control de calidad de estos “productos” que atravesaban un proceso de manufactura casi industrial.
A comienzos del siglo XX, los psicólogos franceses Binet y Simon fueron seleccionados parainvestigar un método de medir la inteligencia. El objetivo consistía en medir la capacidad de realizar las actividades involucradas en el contexto de una clase.
Binet se sentó, literalmente, en un salón de clase y comenzó a tomar nota de las respuestas de los alumnos a las preguntas de los docentes, a partir de lo cual intentó establecer un conjunto de reglas que pudieran predecir o identificar cuál de los alumnos se ajustaría mejor a las exigencias de la educación formal.
Tras realizar un seguimiento en muchas escuelas francesas de la habilidad de los niños para responder de forma correcta, Binet confeccionó el primer test de inteligencia, más tarde desarrollado y confirmado por otros investigadores.
Esta prueba permitía estimar el nivel de inteligencia de un individuo de acuerdo a su rendimiento en una serie de ejercicios deliberadamente heterogéneos, que abarcaban desde la capacidad de distinguir los colores hasta la riqueza del vocabulario, a partir de los cuales se podía calcular lo que se llamó el Coeficiente Intelectual.
Sin duda se trató del epítome perfecto de la era de la educación masiva: ¡la posibilidad de cuantificar la brillantez o la estupidez de cada alumno con un número!
Antes de la era industrial, los individuos eran considerados como entidades más complejas que podían ser hábiles en el manejo de las palabras aunque incompetentes para los números; sagaces en los ne-gocios pero torpes para la escritura; malos para comprender conceptos abstractos pero buenos para crear con las manos o para hacer deporte.
Pero fue a partir de los primeros test de inteligencia y, en especial, del uso que les dio el experto en estadística Spearman, que el concepto de inteligencia se arraigó tan firmemente en el inconsciente de los educadores y de los encargados de los departamentos de Recursos Humanos.
Spearman notó que todos los test de coeficiente intelectual que se desarrollaron a partir de Binet y Simon estaban altamente correlacionados. Asumió entonces que si tal cosa sucedía debía ser porque todos medían la misma cosa. De este modo creó el concepto que llamó g, inteligencia general.
Algunos críticos eminentes opusieron que los seres humanos tenían múltiples habilidades, pero se vieron obligados a admitir que estas inteligencias estaban altamente relacionadas. A partir de este momento, los test de coeficiente intelectual se convirtieron en un caballito de batalla para las autoridades de las es-cuelas, siempre deseosas de predecir las calificaciones de los alumnos y de clasificarlos de acuerdo a sus habilidades. Después de todo, esto constituiría a su vez la medida de las habilidades de los propios educadores.
Al final, estas pruebas, más que medir el potencial de éxito de un alumno, se convirtieron en la medida misma de ese éxito. Las pruebas que habían sido originalmente diseñadas como síntoma de la educación de un alumno se transformaron en lo que debía enseñarse.
Las editoriales comenzaron a vender libros a las escuelas primarias con ejercicios repetitivos que se parecían mucho a los ejercicios de las pruebas de coeficiente intelectual. Fue el inicio de un círculo vicioso que comenzó a retroalimentarse. Hoy en día existe, sin embargo, una alternativa mucho más atractiva y real, la teoría de las inteligencias múltiples. Fuente: Libro de las Tecnologías de la información y la comunicación en la enseñanza de la UNESCO.