Histografía de la educación, sociedad y cultura

Al revisar el modo en que se hacía la historia de la educación en la primera mitad de los años sesenta en países tan diversos como Estados Unidos, México, Francia o Italia, uno se percata que quienes tenían este oficio consideraban ”con escasas excepciones” que la única realidad era la del pensamiento, no la que se engendra a la par en las prácticas de los individuos y las sociedades.

En esta medida cultivaban la historia de:

1) las ideas y los pensadores preocupados por la educación;
2) las instituciones y los sistemas educativos en cuyo marco se habían puesto en práctica o desviado ciertos principios y,
3) la legislación y las políticas públicas que habían favorecido o mermado el desarrollo de las acciones, fundamentalmente estatales, en materia educativa.

Los problemas de quienes accedieron a la educación, cómo la enseñaban los maestros y aprendían los alumnos o cómo la institución escolar se relacionó con las estructuras profundas y permanentes de la sociedad eran irrelevantes: la historia acontecía en el reino de las ideas.

Los cambios en Estados Unidos y Francia

A partir de la segunda mitad de los años sesenta, sin embargo, la historia de la educación en Francia y Estados Unidos experimentó importantes cambios que, dada su huella en México, es pertinente mencionar.

En Estados Unidos la historia de la educación cuestionó las ideas y los valores prevalentes en torno a las bondades de la enseñanza, pues vio en ella un medio de control social y un instrumento de poder en manos de la clase dominante. De este modo se planteó investigar no sólo a la escuela y sus miembros, sino también a un conjunto de instituciones y agentes ligados al hecho educativo; antes que repetir la historia tradicional se propuso explicitar las relaciones sociales y de poder que subyacían en toda institución formativa.

En Francia la renovación de estos estudios históricos se debió también al desarrollo de la historia social y al encuentro de sociólogos e historiadores preocupados por entender las estructuras sociales del pasado en el presente, a partir de preguntas contemporáneas. Una de ellas ”quizás la más relevante” tenía que ver con la emigración que alteró los contornos de un conjunto de países europeos después de la Segunda Guerra Mundial y se agudizó en los años sesenta; otra, con las funciones de un sistema educativo que perpetuaba la desigualdad social.

Fue en el cruce de ambas que apareció la historia de las poblaciones escolares, señalada para estudiar «los mecanismos de selección y exclusión sociales practicados dentro de la escuela«, el reclutamiento escolar y universitario, los orígenes sociales y geográficos de los estudiantes, sus carreras escolares y posiciones socioeconómicas, su capital cultural y, en suma, las relaciones tejidas entre la institución universitaria y los movimientos tanto demográficos y económicos como religiosos y culturales que atraviesan una sociedad.

Esta historia, sin embargo, pese a que subrayó la discriminación social del sistema educativo, no se interesó en «los trabajos escolares mismos, a partir de los cuales se establece…» . Atenta al desarrollo de biografías colectivas se interesó también por conocer a los maestros y probar la eficacia de la escuela; en segundo plano empezó a explorar el mundo de las relaciones sociales y de poder entre comunidades, clases y grupos desde ángulos diversos: el individuo, la familia, la comunidad, la escuela, el Estado…

En la década de los ochenta, conforme la historiografía social norteamericana se fue adentrando en el estudio de casos, empezó a reformular sus puntos de partida y a encontrar matices que la hicieron desconfiar de las explicaciones globales, provenientes del marxismo o las ideas anarquistas; con la ayuda de los métodos cualitativos apropiados del psicoanálisis, la sociología, la antropología y la psicología, se adentró en otros caminos que la condujeron al análisis entramado de instituciones educativas ”formales y no formales” donde se educan las personas y dotan de sentido sus prácticas sociales, es decir, a la historia cultural de la educación, a la construcción de significados.

En ese ínter, sin descuidar los análisis cuantitativos, la historiografía francesatambién cambió de rumbo desde los años setenta, ante la «explosión feminista» que puso en duda modelos y valores aceptados; del estudio de las relaciones sociales pasó a investigar las relaciones simbólicas y de poder en distintos espacios y lugares. Así, la historia de la familia, la mujer, el cuerpo, la vida privada, o las percepciones, ampliaron los horizontes de la historia cultural y la historia de la educación, particularmente la historia de la cultura escrita.

Sin lugar a dudas, sus propuestas metodológicas alentaron la iniciativa ”individual o colegiada” de los historiadores hacia nuevos campos, temas y problemas de investigación, pero se subrayó asimismo la necesidad de historizar la construcción de sentidos; hay que confrontar discursos y prácticas, interpretar y comprender la tensión entre las capacidades inventivas de los individuos o de las comunidades y las coacciones, las normas, las convenciones que limitan ”más o menos fuertemente según su posición en las relaciones de dominación” aquello que les es posible pensar, enunciar y hacer.

«Los símbolos no se comparten ”dice Chariter”, sus significados son inestables, equívocos, no siempre descifrables. Es difícil postular que en un momento y en un lugar dados, una cultura particular está organizada de acuerdo a un repertorio simbólico cuyos elementos corresponden a distintas fechas».

De manera un tanto abreviada podemos registrar dos tradiciones historiográficas en la historia social de la educación, la que se pregunta sobre las experiencias y los procesos educativos inmediatos y la que busca develar sus relaciones estructurales. En cuanto a la historia cultural existe un horizonte común de investigación, los problemas son en mayor parte de carácter teórico y metodológico.

Por lo mismo tal vez aquí se imponen algunas preguntas. Si todo ha sido construido culturalmente y es objeto de análisis, ¿qué no cuenta como cultura? ¿Qué subsiste fuera de lo educativo? ¿Cómo pueden delimitarse los terrenos de una historia cultural de la educación?. Preguntas más o preguntas menos, el hecho es que la historia social y cultural de la educación se practica, y eso ha renovado en el mundo la imagen que de la historia de la educación ”a secas” se tenía en los años sesenta.

Autor: Jesús Márquez Carrillo
Fuente: Revista de educación / nueva época núm. 03