Jabones blandos
Los jabones blandos se obtienen por saponificación de’ las grasas y aceites con lejía de potasa en lugar de lejía de sosa. Así se forman las sales potásicas de los ácidos grasos, que no pueden salarse para separarlas de la lejía madre.
Por ello, el jabón adquiere una consistencia pastosa, que en última instancia depende de la proporción de grasa. Es tanto más sólido, cuanto mayor proporción de grasas sólidas y menor de aceites se haya empleado.
Como la consistencia del jabón acabado depende de la temperatura a la que se almacena y a la que se emplea, la proporción de grasas se regula según la estación del año.
En invierno se emplean más aceites y en verano más grasas sólidas a fin de conseguir jabones lo más homogéneos posibles en sus cualidades. Como materias primas se emplean el aceite de linaza, el de cacahuete, el de soja, entre otros aceites vegetales, y además sebo y otras grasas sólidas.
Para saponificar las grasas y aceites se añade lejía de potasa cáustica, mezclada con carbonato potásico en proporciones separadas, de manera que se mantenga la masa emulsionada. Es muy importante la dosificación adecuada de la lejía durante la cocción, sobre todo al final de la saponificación.
Se reconoce que la operación ha llegado a su término, en que la lejía jabonosa cuece tranquilamente en la caldera y se hace transparente. Se confirma el haber alcanzado tal fase en el proceso mediante la prueba del vidrio, que consiste en poner una muestra del jabón sobre una placa de vidrio limpia y seca.
Si la muestra se enturbia al enfriarse hay que añadir más lejía, hasta que una de las muestras no se enturbie, sino que solamente forme en su borde un anillo blanco fino, el anillo de lejía. Entonces el jabón estará listo y después de su enfriamiento aparecerá como una pasta más o menos consistente, según las proporciones de grasa, clara, que no se enturbia, dispuesta para su envío al mercado.
Fuente: Apuntes de procesos químicos de la UNIDEG