Los hombres estamos hechos de palabras
“El hombre es un ser de palabras”, Paz nos descubre al hombre como un hacedor de palabras, a partir de la realidad que vive, sin embargo, es tan subjetiva esa realidad de un ser a otro, que se atreve a asegurar que “las palabras nacen y mueren, como los hombres” Las palabras son los elementos del lenguaje que nos sirven para expresarnos, y debemos tener especial cuidado en elegirlas, ya que de esto depende, la eficiencia de nuestra comunicación. Durante muchísimo tiempo, al hombre le bastó, para sus necesidades comunicativas, el lenguaje oral; sin embargo, al continuar la evolución humana y al complicarse el pensamiento humano, se necesitó otra forma de expresión que fijara las ideas, y consignara actividades de su vida práctica y económica. Se llevó a cabo un largo y paulatino proceso de desarrollo de la lengua escrita.
La lengua escrita surgió mucho tiempo después que la oral, cuando el pensamiento del hombre ya había evolucionado enormemente, y sus necesidades de intercomunicación se fueron complicando también cada vez más, sobre todo en las actividades económicas. Aún cuando la lengua escrita tiene como principal ventaja preservar el pensamiento, es indiscutible que al morir un hombre, mueren con él sus palabras. En el mismo caso de Octavio Paz, gran ensayista mexicano, se cumple esta afirmación, pues tras su muerte recibimos como legado sus escritos, sin embargo, el valor que retoman éstos ante nuestros ojos es distinto al que tenían mientras vivió Paz, pues sabemos que estas obras literarias podrán ser sujetas de los más completos y eficientes análisis, per o no tendrán oportunidad de defenderse de críticas o enorgullecerse por las alabanzas.
Al morir Octavio Paz, mueren con él sus nuevas palabras. Cuatro siglos antes ocurrió lo mismo con las palabras de Sor Juana Inés de la Cruz, hoy sus poemas forman parte de infinidad de bibliotecas que Emerson define como “Gabinetes mágicos en los que hay muchos espíritus hechizados, que despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre un hecho estético”. Significa, pues que aún cuando la palabra escrita ha logrado traspasar la barrera del tiempo, sin un lector ávido sólo es un objeto más, como los muchos que rodean la realidad del hombre actual.
Esta reflexión nos lleva a la idea de que “Si la literatura es expresión, la literatura está hecha de palabras y el lenguaje es un fenómeno estético”, y aquí nuevamente cuestionaría la objetividad de cada escritor u orador al hablarnos de su realidad, pues es innegable que al comunicarnos procuramos la belleza de nuestro mensaje, dándole más importancia a ésta, que al contenido. Borges, en su libro Obras Completas III nos presenta el análisis de dos textos: Un famoso soneto de Quevedo, escrito a la memoria de Don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna, y otro de Enrique Banchs en apariencia, dedicado al espejo. En ambos análisis pone de manifiesto como estos dos poetas disfrazan y disimulan una realidad, en el afán de crear un mensaje bello a la vista y al oído. En ambos casos no existe la mala intención de alterar la realidad de los casos que exponen por un oscuro interés, sino el de crear un poema bello en su estructura.
Es apasionante observar como los lingüistas, junto con los psicólogos, los sociólogos y los especialistas en etnografía, han ido interesándose en las dos últimas décadas por el hablar, por el uso del lenguaje humano en situaciones sociales determinadas. El análisis del lenguaje en función de las relaciones interpersonales exige distinguir con infinito cuidado las distintas situaciones en las que se producen los enunciados, los propósitos del hablante y la relación con los distintos hábitos culturales.
“Toda palabra implica dos sujetos: El que habla, y el que oye. Bajo este contexto, es mi intención dejar claro que para que exista la comunicación, que el lenguaje esté en una práctica real, debe configurarse el binomio emisor-receptor. La eficiencia de un mensaje será medido en tanto se logre la comprensión en nuestro receptor sobre el mensaje que dimos a conocer. En el momento en que somos partícipes en un proceso de comunicación, y asumimos el papel de emisores, debemos pensar en quién será nuestro emisor, y a partir de él, estructurar el contenido de nuestro mensaje. Es así que se logra la eficiencia y pertinencia del lenguaje. Y esta afirmación también se aplica en la comunicación escrita. “El hombre pone en marcha el lenguaje” funge como su “creador”, y por lo tanto, es responsable directo de sus implicaciones en el receptor.
Es importante poner de relieve que el hombre es el único de los seres vivientes sobre la Tierra que tiene la suficiente capacidad para representar simbólicamente la realidad.
Fuente: Problemáticas del diseño gráfico de la Universidad de Londres