Pobreza y vida digna
La pobreza está a flor de piel, a la vista de todos. Son los indígenas su símbolo secular, cuya sangre del sacrificio también corre por la condición mestiza y que, paradójicamente, nos permite llamarnos y distinguirnos con lo que nos queda de orgullo como mexicanos.
De uno de los rincones más alejados de México, paradójicamente muy pobre y muy rico, surgió hace poco el grito «¡Basta!», de miles de indígenas armados, dispuestos a morir antes que desaparecer en medio de la indignidad y el exterminio.
Los nuevos ricos, los petroleros, los economistas y los políticos despreciaron el campo. El campesino fue traicionado no obstante sus revolucionarios muertos a principios de siglo. Hoy esa masa móvil de migrantes que desborda ciudades, no respeta fronteras y provoca el traslado del muro de Berlín a Tijuana. o
s sirve para aprender que el fin de la Historia es justificación de amnésicos que la ignoran, mientras nosotros seguimos, determinados por el principio de la geografía.
Nuestra pobreza es hoy extrema, es una aberración. Lejos estamos de la pobreza evangélica. Bienaventurados los pobres… Austeridad, humildad, sencillez, incluso candor e ingenuidad, han sido acompañantes del pobre que, con poco, combina subsistencia con virtud. Pero hoy, de la subsistencia se pasa a la miseria, al oprobio, a la extinción.
Si el indígena y el campesino migrante son el ejemplo más patente de la miseria, ésta se extiende a otros sectores de la población. Nuevas generaciones de pobladores urbanos no encuentran trabajo estable y se refugian en el comercio informal, conforman ejércitos que hacen de la calle su dominio y del transeúnte s u cliente efímero.
¿Qué queda del obrero, el proletario clásico, la mano de obra industrial y trabajadora? , ¿cómo calificar su productividad?. Con orgullo se hablaba de la Casa del Obrero Mundial fundada en los albores de la revolución.
Hoy los sindicatos son estructuras burocráticas que han dependido históricamente de los líderes charros auténticos degradadores de la responsabilidad y creatividad del trabajador, entregando su destino a los designios de gobernantes y empresarios. Excepcionales luchas por una justicia laboral han sido sofocadas por esta complicidad.
Un millón de deudores de la banca conforman en todo el país, un movimiento de clases medias y agricultores otrora prósperos, ahora en situación de cerrar sus pequeños y medianos negocios, de perder su patrimonio, de alimentar durante toda una vida los fuertes réditos del capital.
El Barzón es tal vez al expresión más dinámica del fracaso de un sistema y, por otra parte, de la capacidad de reacción, si no de los pobres, de los empobrecidos. Se repite la historia de la depresión de los años treinta entre los países fuertes, pero somos un país dependiente y, para salir de ella, no entraremos en guerra alguna ni triunfaremos sobre potencias.
Los jóvenes estudiantes de las Capas populares experimentan su frustración al observar que la deseada educación es la más cara, a la que no se tendrá acceso. Que ya no hay cupo en los planteles públicos y que el contar con un título ya no garantiza, el encontrar trabajo. La educación más apropiada es elitista, extranjerizante y tecnocrática y forma cuadros para empresas sin alma y sin raíz, en esta lucha mundial por la sobrevivencia del más fuerte.
Esta pobreza se nos refleja en conocidas estadísticas, alarmantes a pesar de la manipulación de que son objeto. Condiciones de nutrición, salud y medio ambiente, vivienda, educación, empleo, seguridad, justicia: todo es carencia y deterioro para las grandes masas.
Estas carencias son reflejo de una pobreza estructural; cultura hegemonizada por la televisión comercial entregada al American way of life; política manipulada por los partidos empezando por el decadente y fraudulento PRI, cuyo nonagenario líder obrero fue fiel imagen de su calidad. Economía y gobierno en manos de tecnócratas formados en el extranjero y cuyo mayor logro es, aparte de hablar inglés, repetir formulas de Washington y Wall Street.
Industriales y empresarios que una vez fueron nacionalistas y productivos hoy se unen a las corporaciones transnacionales como subsidiarios y maquiladores, han pasado al comercio alentador del consumismo o, peor, a la banca usurera y la especulación. ¡Qué pobreza de país!.
A todo nos acostumbramos. Lo arriba señalado no es desconocido por el conjunto de la sociedad, pero asombra la capacidad de asimilación y conformismo. Hace treinta años, con la calidad humana que protagonizó el movimiento estudiantil del 68, habría habido una insurgencia generalizada.
Hoy, las protestas tienen que extremarse para escasamente llamar la atención: el Zócalo y las principales arterias de la ciudad son casi todos los días escenario de manifestaciones tumultuosas y embotellamientos vehiculares que provocan más malestar que entusiasmo.
Los cuerpos de contención y represión, equipados con armas sofisticadas -helicópteros, tanquetas, perros, vallas- aumentan impresionantemente en tamaño y eficacia. Se inician infinidad de huelgas de hambre, cuyo efecto es mínimo, si acaso alguna concesión individual, tal vez ya hay un manual para neutralizarlas.
El ingenio popular busca formas de expresión: personajes enmascarados, desnudos, muñecos, teatro callejero, pancartas inusitadas, humor y provocación que no respeta ya solemnidades devaluadas. Baste recordar las sesiones magnas entre diputados y el poder ejecutivo. Pero la gran sociedad, masificada, sentada ante el aparato de televisión, si acaso se conmueve pero no se mueve.