Inmovilidad

La realización habitual de ejercicios por parte del anciano, aumenta su expectativa de vida en uno o dos años. La capacidad de movilización, es un indicador de salud y de calidad de vida. La falta de actividad, hace que el riesgo de sufrir complicaciones médicas se multiplique. El origen de muchas de estas situaciones de inmovilidad se encuentra en un ingreso hospitalario con encamamiento prolongado.

Las enfermedades reumatológicas, las patologías neurológicas, las cardiopatías y las enfermedades respiratorias, producen un progresivo deterioro en la movilización del paciente. En enfermedades reumatológicas, son las propias articulaciones las que sufren directamente una degradación, mientras que en patologías neurológicas la falta de coordinación en los movimientos, acaba afectando a los miembros, con contracturas de flexión y pérdida del tono muscular.

En el grado de inmovilidad intervienen otros muchos factores: el sobrepeso, la falta de motivación/depresión, un apoyo social insuficiente, utilización de determinados fármacos, el estado de los pies etc. En ocasiones un cambio de domicilio puede determinar la inmovilidad del anciano al perder sus puntos de referencia.

A la hora de realizar una valoración clínica de un paciente inmovilizado, se deben tener en cuenta: la frecuencia con la que el paciente realizaba ejercicio físico, el grado de inmovilidad, patologías causantes de la inmovilidad y si el paciente ha participado en algún programa de rehabilitación.

En la fase de la exploración hay que centrarse en el examen de los sistemas cardiovascular y respiratorio, el aparato locomotor y en la valoración neurológica. La fuerza muscular, la amplitud del movimiento articular y el equilibrio nos proporcionarán el grado de movilidad del paciente. Otros aspecto importante a valorar son las barreras arquitectónicas que el paciente pueda encontrar en su domicilio y que condicionen sus movimientos.

El reentrenamiento del paciente, debe ser individualizado y progresivo, teniendo en cuenta que se puede prolongar incluso tres veces el tiempo que el sujeto permaneció inmovilizado. Se comenzará por cambios posturales pasivos en la cama, para luego pasar a la movilización pasiva de los miembros inmovilizados. Posteriormente, el paciente deberá realizar ejercicios de movilización activa, y en la fase siguiente le ayudaremos a sentarse en el borde de la cama, aumentando la duración progresivamente. Con la ayuda de un andador se practicarán ejercicios de equilibrio para que más tarde, el andador sea sustituido por un bastón. Finalmente, se dejará deambular al paciente y se trabajará el grupo de músculos que le permitan alcanzar una mayor autonomía.