Rivalidad entre hermanos

En la estrecha convivencia de los hermanos es muy frecuente la aparición de pleitos y desacuerdos

La rivalidad y los celos entre hermanos también es un hecho normal al que hay que hacer frente con inteligencia, sensibilidad, cariño y buen humor.

El origen fundamental de la rivalidad entre los hermanos es la competencia por el afecto y la preferencia de los padres. Es común que todos los hermanos se sientan celosos.

En general, los pleitos entre hermanos se originan por cuestiones aparentemente sin importancia

Un pleito entre hermanos puede comenzar por no querer compartir los juguetes; por conseguir la “mejor” silla; por ser el último en bañarse; por escoger el programa de televisión;

Por la forma en que tratamos a cada uno; por los diferentes permisos que damos al hijo mayor y al más pequeño, o por las cosas que les compramos o no les compramos.

Hay que tomar en cuenta que los celos tienen que ver con las emociones, no con los objetos o privilegios

Si un niño piensa que favorecemos a su hermana porque le dimos el mejor regalo en su cumpleaños, el que le regalemos a él algo mejor no cambia en nada su creencia. Es su sentimiento lo que tenemos que atender.

Cuando un niño está celoso, lo mejor es ayudarlo a que se exprese francamente: “Sé que te gustaría quedarte despierto otro rato, como tu hermano, pero es tu hora de ir a la cama; tú necesitas dormir más que él”.

“Te molesta que tu hermana use tus juguetes sin permiso»; «Estás enojada porque salí a dar una vuelta con tu hermano y quieres que esté contigo».

Una vez que el niño se siente comprendido, podemos empezar a pensar, junto con él, en las posibles soluciones.

La forma de resolver los conflictos entre hermanos es la misma que se utiliza para solucionar los conflictos con cualquier persona

Es aconsejable seguir los mismos pasos: escuchar para identificar el problema, analizarlo, generar varias soluciones, elegir la mejor para todos, establecer compromisos. Después, revisar los resultados y dar las gracias a los que ayudaron a resolverlo.

No importa quién empezó el pleito, los dos hermanos tienen un problema y es necesario solucionarlo para que ambos vuelvan a estar en paz. Averiguar cómo se originó la dificultad sólo lleva a los niños a echarse la culpa el uno al otro.

Cada uno tiene responsabilidad en el conflicto y también responsabilidad en la solución.

Si los niños no toman la iniciativa para resolver sus diferencias, los padres tenemos que intervenir para ayudarlos; no es conveniente dejar un conflicto sin arreglar.

Como el problema no es nuestro, los niños tienen que encargarse de resolverlo

En este caso, los padres sólo hemos de ayudarlos pero no imponer soluciones. Si siempre tratamos de arreglar sus conflictos, les quitamos la oportunidad de aprender a resolverlos entre ellos.

Para facilitarles el proceso de solución, tenemos que escuchar con atención —y sin tomar partido— a ambos niños para que ellos empiecen a escucharse entre sí y su comunicación vaya cambiando:

Lidia: Manuel no me quiere prestar su bicicleta. Hoy es el día de andar en bici en la escuela.

Madre: Es el día especial de las bicicletas, ¿no es cierto? Y tienes muchas ganas de ir.

Lidia: Sí. Todos los de mi salón van a ir. Sólo yo no tengo en qué andar.

Manuel: No se la presto porque no sabe cuidarla. Ayer la dejó afuera mojándose con la lluvia. Mira, está toda enlodada. Madre: Te preocupa que esté sucia, que se oxide y se eche a perder.

Manuel: Pues claro.

Cuando son capaces de escucharse, los niños entienden la posición del otro hermano y están más dispuestos a buscar la manera de resolver el conflicto. Al final, ellos acaban hablándose directamente el uno al otro sin que sea necesaria nuestra intervención.

Nuestra presencia imparcial y nuestra manera de escuchar a cada uno sin juzgarlo, les hace sentirse libres para inventar y proponer soluciones.

Lidia: Te prometo que hoy sí voy a cuidártela.

Manuel: De todos modos no se puede usar así como está. Le hace falta una buena arreglada y se la voy a dar esta tarde.

Lidia: Yo la puedo lavar ahorita, y, si quieres, puedo limpiar las llantas. Acuérdate qué bien te ayudé el otro día. Manuel: Bueno, pero cuando regreses la vuelves a lavar y la dejas debajo del tejado.

Cuando tienen a la vista las posibles soluciones —entre más, mejor—, es normal que ya se encuentren más tranquilos para discutirlas, analizarlas y decidir juntos cuál es la mejor. Así les será más fácil aceptar un compromiso.

Si las discusiones se desarrollan de manera abierta, y buscamos resolverlas, se convierten en excelentes oportunidades de aprendizaje

En la vida siempre habrá pleitos y conflictos, pero al usar consistentemente el proceso de solución de problemas, tanto a los niños como a los padres nos resulta cada vez más fácil y empieza a formar parte de nuestra manera natural de enfrentar las dificultades.

A pesar de que no es posible eliminar totalmente los conflictos, sí podemos prevenir que se desborden o que ocurran con frecuencia

Desde luego, es importante ser conscientes de que somos modelos para nuestros hijos. Si ven que nos tratamos con cariño y respeto como pareja, si observan que los atendemos a ellos y a otras personas con afecto y consideración, aprenderán a ser sensibles a las necesidades de otros y a convivir en armonía.

Equilibrar las necesidades en conflicto de dos o más niños requiere esfuerzo y reflexión
Necesitamos tratar a todos los hijos con justicia y equidad, pero no podemos darles exactamente lo mismo.

Cada niño o niña es una persona única, con necesidades propias y una edad y personalidad distinta.

Tenemos que pensar muy bien para decidir qué es importante proporcionar a cada uno de los hijos en un determinado momento, y no dar demasiadas explicaciones al otro niño de por qué hicimos o le dimos esto a su hermano o hermana.

Debemos evitar justificaciones como: «No puedo comprarte los patines porque tu hermana necesita zapatos».

El niño podría sentir que no sólo lo privamos del objeto que desea, sino también de nuestro afecto.

Es mejor plantearle la situación de otra manera: «Tienes muchas ganas de esos patines, yo quisiera dártelos, pero ahora tengo que hacer otros gastos; vamos a ahorrar juntos para poder comprarlos».

La cuestión no es explicar los hechos sino escuchar al niño, comprender sus emociones y ponernos de su lado.

A veces los padres no podemos evitar sentir preferencia por alguno de los hijos

Si intentamos negar nuestra inclinación o nos dejamos llevar por ella, haremos la vida muy difícil, no sólo a los hermanos afectados, sino también al preferido.

Los hijos perjudicados se sentirán resentidos y lastimados, y el niño favorecido se sentirá culpable de quitar a sus hermanos el afecto de sus padres.

Es necesario ser honestos con nosotros mismos y admitir que en un determinado momento, nos sentimos más atraídos por uno de nuestros hijos que por los otros.

Darnos cuenta de esta situación, humana y normal, nos da claridad para apreciar la relación única que mantenemos con cada uno de nuestros hijos, y nos ayuda a proporcionar a todos la atención y cuidados que requieren.

El niño necesita atención personal y merece que le dediquemos un tiempo exclusivo

Este momento, sólo para él, lo hace sentirse especial y le da la oportunidad de estar cerca de nosotros sin tener que competir con sus hermanos.

Lo importante es que, cuando estemos con él o ella, preparemos actividades adecuadas a su edad, a sus intereses y a sus habilidades.

Cuando hacemos sentir a cada hijo que es amado, ni más ni menos que sus hermanos, pero de forma única, es natural que disminuyan las rivalidades en la familia, pues cada niño se sentirá tan seguro y atendido en la posición que ocupa que no necesitará buscar un lugar a costa de sus hermanos ni ser mejor que ellos.

Las comparaciones no ayudan a nuestros hijos

No nos damos cuenta de cómo promovemos la competencia entre nuestros hijos al elogiar a uno o al criticar a otro: “Carmelita es tan inteligente que saca puros dieces, en cambio Luis no puede con la escuela”.

Tampoco hay que poner de ejemplo a un niño ante sus hermanos: “Deberías ser como Ricardo; él no deja todo tirado ni ensucia la ropa como tú”. La competencia entre los hermanos puede tener un efecto negativo sobre sus habilidades y talentos.

A los que hacemos menos, las comparaciones les provocan desánimo y les impiden avanzar a su propio ritmo, y a los que elogiamos, los hacemos sentir culpables o les imponemos una presión que no siempre pueden soportar.

Los niños son diferentes y así debemos aceptarlos.

Tampoco hay que dar por hecho que los hermanos van a ser inseparables, sólo porque son hijos de los mismos padres

Algunos padres insistimos en que nuestros hijos “se lleven bien” y participen en las mismas actividades, aun cuando sus intereses sean totalmente distintos.

No queremos admitir que cada niño es una persona individual y puede sentirse identificado o no con otra persona individual.

Si evitamos forzar a nuestros hijos a estar juntos todo el tiempo, a compartir los mismos amigos y los mismos juegos, más adelante nos sorprenderemos de lo cercanos y leales que pueden llegar a ser el uno con el otro.

La relación entre dos hermanos es cosa de ellos y son ellos quienes deben decidir cómo la manejan.

Nuestro papel como padres es crear la atmósfera de equidad, comprensión y afecto para que florezcan los vínculos entre todos los miembros de la familia.

Pruebe algunas de las siguientes recomendaciones-Acepte como natural la rivalidad y los celos entre hermanos.

– Escuche a su niño cuando se sienta celoso y permita que se exprese. Recuerde que los celos tienen que ver con emociones, no con objetos.

– Ignore los chismes entre sus hijos, ocúpese de la situación y no del niño que causó el problema.

– No se preocupe de quién empezó el pleito, ayude a los dos hermanos a solucionar el conflicto.

– Utilice los pasos para resolver conflictos cuando surjan rivalidades entre sus hijos.

– No permita que un conflicto entre los miembros de la familia se quede sin resolver.

– No ofrezca soluciones ni consejos a sus hijos cuando intentan arreglar sus diferencias, sólo escúchelos y trate de entender a ambos.

– Sea lo más imparcial posible, no apoye ningún punto de vista ni tome partido por nadie.

– Intente ser un buen modelo para sus niños. Trate a su pareja, a sus hijos y a otras personas con respeto y consideración.

– Encuentre un equilibrio para tratar a todos los hijos con justicia y equidad, aunque no pueda darles exactamente lo mismo.

– Sea honesto y admita su preferencia por alguno de sus hijos, para estar atento a las necesidades de todos sus hijos y evitar situaciones injustas.
– Dedique atención personal y un tiempo exclusivo a cada niño.

– No compare a sus hijos ni ponga a uno de ellos como ejemplo frente a los demás.

– Permita que los niños decidan si quieren o no estar con sus hermanos.

– Enseñe a sus hijos que es más importante compartir que competir por lo que queremos, principalmente por el cariño y la atención de los padres.

Fuente: Guía para padres de la Consejería de Educación y Cultura del gobierno de Extremadura