Comunicación en la familia. Hablar a nuestros hijos
La comunicación no es un mero intercambio de palabras sino un acto de confianza, sinceridad y comprensión
Una buena comunicación se logra si escuchamos con atención e interés, y si hablamos con claridad y franqueza.
Para comunicarnos necesitamos estar dispuestos a exponer honestamente nuestras opiniones, pero también a aceptar puntos de vista diferentes a los nuestros.
El elemento clave de la buena comunicación es el respeto
Respeto no significa que estemos siempre de acuerdo, sino que nos escuchemos, que tanto los padres como los hijos expresemos ideas y sentimientos sin temor a ser rechazados o juzgados.
La principal barrera que se opone a la buena comunicación es nuestra tendencia a evaluar, aprobar o reprobar las afirmaciones de los demás.
Es muy importante observar cómo nos comunicamos
Existen varias formas de comunicación, y quizá las hayamos usado todas, pero hay alguna que empleamos con mayor frecuencia.
Una comunicación agresiva nos lleva a ofender y a utilizar gritos, palabras hirientes y hasta golpes para controlar a nuestro hijo.
Estas conductas le pueden causar daños físicos y psicológicos, y además van creando en él hostilidad y resentimiento.
El ambiente familiar se daña con la agresión. Cuando falta el respeto todos salimos lastimados.
No es válido decir: “Yo soy así, enojón y violento. Eso es lo que aprendí”. Todas las personas somos libres para cambiar y
responsables del tipo de relación que establezcamos con nuestro hijo.
Un niño merece ser tratado siempre con dignidad y consideración para que viva seguro y aprenda a comunicarse.
En la comunicación pasiva evitamos intervenir en cuestiones conflictivas, con el fin de evitar roces o problemas.
Al decir: “Como tú quieras” o “Me da igual”, y al renunciar a la autoridad, perdemos el respeto de nuestro hijo y lo hacemos sentir inseguro, pues no le damos la enseñanza y el apoyo que aún requiere de nosotros.
Una manera muy destructiva de ser pasivos es ignorar a nuestro hijo, ser distantes, comportarnos como si no tuviera que ver con nosotros. Es triste cuando el niño se esfuerza por conseguir nuestra atención, nos habla, nos llama, y ni siquiera lo miramos.
En la comunicación afirmativa respetamos y nos damos a respetar. Elegimos el momento oportuno para expresar lo que necesitamos, exponemos nuestros principios, ideas y sentimientos, pero también consideramos las necesidades, ideas y sentimientos de nuestro hijo.
Ser afirmativos con nuestros hijos significa también compartir con ellos los asuntos que les afectan, explicarles algún hecho
que ha ocurrido o una decisión que hemos tomado, por ejemplo, la próxima llegada de un hermanito, o la determinación de la madre de trabajar fuera de casa, o bien, consultarles y pedir su opinión sobre si construimos una nueva habitación o arreglamos su recámara, o si es necesario cambiarlos de escuela.
Conviene que los niños sepan que la familia completa está invitada a participar en las discusiones de los asuntos
importantes; que lo que cada uno de nosotros haga o piense es parte de la vida de todos los demás.
Para lograr una relación sana y satisfactoria en la familia, debemos cultivar este estilo de comunicación.
Un aspecto clave de la comunicación familiar es escuchar
Escuchar significa poner todos los sentidos para comprender lo que el otro expresa. Las recomendaciones del capítulo III pueden a ayudarnos a aprender a escuchar a nuestro hijo y a ampliar nuestros recursos de comunicación.
Así como es necesario aprender a escuchar, también tenemos que aprender a hablar con nuestro hijo
A veces, las conductas del niño nos incomodan o nos disgustan.
Cuando esto sucede, es importante expresar nuestras necesidades con claridad y encontrar la manera de enviar mensajes para que sean tomados en cuenta.
He aquí algunas sugerencias para lograrlo:
Identificar el tipo de mensajes queenviamos a nuestro hijo
Es común que demos órdenes: “Ya levántate”, “Acábate la sopa”; interroguemos: “¿Qué hiciste en toda la tarde?”; amenacemos: “Si
no terminas la tarea, ni sueñes en salir a jugar”; aconsejemos: “Deberías prestarle el rompecabezas a tu hermana, así ella te deja usar sus pinturas ”; critiquemos: “¡Es el colmo que seas tan sucio! ¿Nadaste en el lodo o qué?”; demos sermones: “Los niños aplicados y responsables son los que logran algo en la vida…”
Este tipo de mensajes no tienen que ver con nosotros, no comunican nuestras ideas, nuestros sentimientos o nuestras necesidades.
Así no hablamos con el niño, sino hablamos de él.
Ser conscientes de lo que queremos comunicar y lo que deseamos obtener
El mensaje debe referirse a nuestros sentimientos y necesidades; debe expresar lo que nos está afectando.
Si estamos hablando por teléfono, lo que queremos es silencio para poder escuchar, no que el niño esté quieto; si vamos a tener visitas, queremos que la casa esté ordenada y limpia, no que nuestro hijo deje de jugar.
El objetivo de nuestro mensaje sería la comprensión y ayuda de nuestro hijo.
Expresarnos con claridad a fin de que el niño nos entienda
La comunicación eficaz es específica, concreta y nos permite lograr lo que deseamos. Se limita a expresar nuestros sentimientos, aclarar lo que queremos que suceda y a explicar nuestros motivos.
Es importante incluir tres aspectos en la comunicación:
1) Describir la conducta del niño: “Cuando la ropa y los juguetes están regados en el suelo…”
2) Expresar nuestros sentimientos ante las consecuencias de esa conducta: “me siento incómoda…”
3) Establecer el efecto o la consecuencia de lo que hace: “porque es importante para mí vivir en una casa limpia y ordenada…”
La palabra porque es muy importante. Cuando el niño entiende la razón de un comportamiento puede encontrar una buena razón para llevarlo a cabo.
A veces los niños nos dan sorpresas muy gratas. Si decimos: “La mesa está limpia. Me gustaría que quedara igual cuando termines tu tarea para que podamos cenar a gusto”. Él puede contestar con un simple: “Mmm”, pero lo hace.
Es probable que la comunicación funcione si hemos aprendido a escuchar a nuestro hijo. La efectividad del mensaje depende de la calidad de nuestra relación con él
Cuando el niño siente que lo queremos y nos interesa lo que siente, es posible que esté más dispuesto a escucharnos y a ser sensible a nuestras necesidades.
La manera en que nos expresamos corresponde realmente a nuestro sentimiento. No sirve tratar de fingir una serenidad que no sentimos.
Si el niño está corriendo en la azotea, tenemos que expresar el miedo de que se caiga. Podemos ser firmes y poner límites sin ser ofensivos o irrespetuosos. No demos órdenes al niño, a menos que sea necesario.
Si lo obligamos a someterse siempre a nuestros mandatos, puede volverse pasivo y esperar que alguien le diga qué hacer, o bien desobedecer y desafiar nuestra autoridad.
Un buen mensaje centrado en nosotros puede entenderse como una solicitud de ayuda: “Anoche terminé de trabajar muy tarde; quisiera dormir un poco más y no puedo hacerlo con tanto ruido”. Ponemos en manos del niño la decisión de ayudarnos.
Tampoco le damos siempre la solución. Le dejamos la responsabilidad de pensar cómo resolver las cosas.
Los niños suelen ser ingeniosos y encuentran arreglos que no se nos hubieran ocurrido.
Podrían decidir irse a jugar a casa del vecino o comunicarse con notas escritas o con señas.
Escuchemos con interés las razones que tiene para no cooperar. A veces el niño prefiere seguir haciendo lo que le gusta y no está dispuesto a considerar nuestros deseos.
Decimos:“Tus zapatos tienen tierra y están ensuciando el piso”. Él responde: “No están ensuciando”.
Lo entendemos: “Te estás divirtiendo y no tienes ganas de interrumpir el juego para limpiarlos”. Y él nos comprende: “No. Bueno, voy a darles una sacudida”.
Al niño le resulta más fácil cambiar si sabe que entendemos que le cuesta hacer el esfuerzo. Al escucharlo, bajamos sus defensas para negarse a ayudarnos.
No caiga en la tentación de usar la fuerza o el castigo. “Si no limpias tus zapatos en este momento, no vas a ir al día de campo el domingo”.
Esta respuesta no es paciente con el niño ni tampoco con nosotros que estamos intentando cambiar la manera de comunicarnos. El deseo del niño de ayudarnos y ser solidario se propicia día a día con afecto y respeto.
Debemos estar conscientes de que estos mensajes no siempre dan resultado
No garantizan que el niño va a mostrarse cooperativo y considerado y que va a cambiar su conducta voluntaria e inmediatamente, pero pueden funcionar mejor que otras maneras de comunicarnos con él: constituyen una forma respetuosa de hablar, no ofenden al niño, no lo lastiman o lo avergüenzan, y no lo juzgan o lo hacen sentir culpable.
Usar mensajes claros y respetuosos no sólo cambian la conducta del niño sino que transforman también a los padres
Actuar así nos da más fuerza para enfrentar situaciones, nos pone en contacto con nuestros verdaderos sentimientos; nos hace más honestos y claros para percibir nuestras necesidades y para aceptar que son importantes y tenemos el derecho de defenderlas; nos permite conocer mejor a nuestros hijos y reduce la tentación de maltratarlos o castigarlos.
Es muy agradable descubrir lo dispuestos que están los niños a ayudar y a hacernos sentir bien, cuando conocen nuestros sentimientos y necesidades.
Pruebe algunas de las siguientes recomendaciones
-Comuníquese con su pareja y sus hijos siempre en forma respetuosa. Los niños aprenden de sus padres todo el tiempo.
-No descuide el lenguaje de su cuerpo. Procure que sus gestos, la expresión de los ojos, el movimiento de las manos o el tono de voz no contradigan sus palabras.
-Aproveche el momento oportuno para expresar a su familia, de manera clara y directa, cuáles son sus ideas, necesidades, preferencias y deseos.
-Nunca insulte a su hijo ni levante el tono de voz. Los gritos hacen que el niño se bloquee, se encierre en sí mismo y no pueda entender lo que le decimos.
-Trate de aceptar puntos de vista diferentes a los suyos y de admitir que puede estar equivocado.
-Invite a su niño a participar en las discusiones importantes y en los asuntos que le afectan.
-No insulte a su hijo ni lo ignore. Mantenga con él una comunicación abierta, clara y respetuosa.
-Tenga claro qué quiere comunicar y qué desea lograr con su mensaje. Hable de usted, no de los demás.
-Procure que su comunicación sea clara, específica y concreta.
-Construya su mensaje según estas sugerencias: describa la conducta del niño, exprese sus sentimientos ante esa conducta y establezca la consecuencia.
-Si el niño se niega a cooperar, escuche sus razones antes de juzgarlo o sacar conclusiones.
-No caiga en la trampa de usar la fuerza o el castigo.
Fuente: Guía para padres de la Consejería de Educación y Cultura del gobierno de Extremadura