Manejar los sentimientos. Escuchar a nuestros hijos

La capacidad de una familia para expresar y compartir los sentimientos es señal de su salud y armonía

Tanto los adultos como los niños buscamos dentro del seno familiar el apoyo emocional que nos fortalezca y nos guíe para poder enfrentar las exigencias del mundo externo.

Cuando la familia es capaz de permitir y comprender la expresión de sentimientos como el miedo, el amor, el enojo, la ternura, la tristeza o los celos, el niño se sentirá seguro y capaz de relacionarse con otras personas.

No hay sentimientos buenos ni malos

Los sentimientos nos sirven para relacionarnos con el mundo. Cada uno tiene su valor, su utilidad y su significado, incluso a veces los sentimientos son indispensables para la supervivencia.

Por ejemplo, el miedo nos pone en alerta ante el peligro y nos permite protegernos, la ira nos impulsa a defendernos y a luchar por lo que queremos.

Si lográramos experimentar las emociones adecuadas en cada situación, fueran agradables o dolorosas, y las aprovecháramos para enriquecer nuestra vida, perderían su aspecto negativo y podríamos aceptarlas y expresarlas todas.

Lo importante es darles una dimensión apropiada sin exagerarlas ni negarlas.

Una cosa es expresar el sentimiento y otra lastimar o destruir

Reconocer lo que sentimos es útil y necesario, pero no tenemos que convertirlo en conductas que hagan sufrir a otros.

Está bien sentir cualquier emoción, pero no realizar cualquier acción: sólo somos responsables de lo que hacemos.

Para el niño, aprender a manejar sus emociones es tan importante en su desarrollo individual y social, como aprender a pensar.

Necesita conocer y aceptar sus sentimientos pero no dejarse llevar por ellos. Tiene que saber eliminar la tensión y la angustia para poder llevarse bien con sus compañeros y ocupar su mente en el conocimiento y la creación.

Un niño preocupado o triste no tiene la misma energía para aprender que un niño tranquilo y contento.

Para cuidar la vida emocional de nuestros hijos podríamos intentar:

Ser conscientes de lo que sentimos

Los padres tenemos que conocer, sentir y expresar nuestras emociones para poder enseñar a nuestro hijo a conocer, sentir y expresar las suyas.

Hacer caso a los sentimientos del niño

Reconocer los sentimientos de nuestro hijo implica escucharlo con atención, mirarlo a los ojos, dejar de hacer cualquier otra cosa mientras nos habla. Es necesario que él sepa que para nosotros sus alegrías, tristezas o enojos son importantes.

Si su emoción es muy intensa, el niño puede preferir que nos quedemos en silencio junto a él, simplemente acompañándolo o que lo dejemos solo.

Cuidar el lenguaje de nuestro cuerpo

Cruzar los brazos y las piernas, levantar las cejas, mirar hacia arriba, fruncir la boca, significa que estamos cerrados a la comunicación.

En cambio, expresiones como: “Ajá”, “Sí”, “Mmm”, “Ya veo”, inclinarnos hacia el niño, asentir con la cabeza, tocarlo y abrazarlo o mostrar una postura que le indique “Te estoy escuchando”, lo invita a confiar en nosotros.

Ser sensibles a los mensajes corporales de nuestro hijo

Si observamos con cuidado su mirada, la expresión de su rostro y su modo de caminar, podremos darnos cuenta de lo que está sintiendo.

“Tu voz suena triste, ¿quieres hablar de eso?” “Tu gesto me hace pensar que hay algo que te molesta, ¿qué puedo hacer para que te sientas mejor?”

Si tenemos dudas acerca de lo que desea expresar nuestro hijo, podemos poner sus palabras en forma de pregunta para asegurarnos de que entendimos bien “Me parece que…” “¿Lo que quieres decir es…?” “¿Tienes miedo de que…?”

No se trata de reproducir sus mismas palabras como una grabadora, sino mostrarle que tratamos de comprenderlo.

Si nuestro hijo exclama: “¡Detesto a mi maestra!”, y nosotros repetimos: “Detestas a tu maestra”, él nos contestará molesto: “Eso es lo que acabo de decir”.

En cambio, podemos hacer el esfuerzo de identificar sus sentimientos y contestar: “Estás muy enojado con ella”, “Sientes que no aprecia tu trabajo”.

De esta manera el niño entiende mejor lo que le está pasando y se siente comprendido.

Compartir sus deseos y hacerlos propios

Darle explicaciones lógicas de por qué no es posible comprarle un balón, nos lleva a una discusión inútil.

En cambio, decirle: “Me encantaría regalarte el balón, sé que lo disfrutarías muchísimo.

Hoy no puedo comprarlo, pero voy a anotarlo en mi lista de pendientes”, le hará sentir que comprendemos sus deseos y queremos satisfacerlos, lo cual le permitirá aceptar más fácilmente la limitación.

No negar o descalificar los sentimientos del niño

Mientras más tratamos de alejar sus sentimientos diciéndole: “En realidad no sientes enojo, lo que te sucede es…” o “No llores”, “No grites”, más se apegará a ellos y menos podrá manejarlos y superarlos.

Ponernos en su lugar

Por ejemplo, si su madrina le teje un chaleco para su cumpleaños, él puede sentirse desilusionado y mostrar enojo: “Es un regalo horrible, lo voy a tirar a la basura”.

En vez de decirle: “Está precioso, no seas malagradecido”, nuestra reacción podría ser: “Sé que a ti no te gustan los chalecos y que esperabas otro regalo.

Sin embargo, es necesario que aprendas que los regalos siempre se agradecen y que las personas nos los obsequian con cariño”.

De esta manera no pasamos por alto sus emociones, y al mismo tiempo lo educamos.

Aceptar sus sentimientos sin juicios

Es recomendable evitar criticar a nuestro hijo, burlarnos o prohibirle que muestre emociones “negativas”.

Cuando nos dice: “Estoy furioso. Los compañeros de mi equipo no me ayudaron a hacer el trabajo”, y le respondemos: “Tú tienes la culpa por escoger esos amigos inútiles”, le damos a entender que no nos importan sus sentimientos, así que no intentará decir más.

En cambio, al darle señales de que lo entendemos, como asentir con la cabeza o decir: “Te parece injusto” o “Te sientes poco apoyado”, el niño percibe que reconocemos lo que siente y que aceptamos su emoción.

Así que puede animarse a seguir hablando.

En realidad, el niño no necesita que estemos de acuerdo con él ni que lo aprobemos.

Incluso un juicio positivo como decirle: “Tienes toda la razón”, no lo anima a identificar lo que siente ni a buscar posibles soluciones.

Dar un nombre a sus sentimientos

El niño siente consuelo al escuchar la palabra que describe lo que está experimentando.

Nombrar su sentimiento le ayuda a reconocerlo y entenderlo: “Me parece que te sientes decepcionado…” “Me imagino que estás preocupado…”

Desde luego se requiere mucha práctica y atención para ver más allá de lo que el niño dice y para encontrar el nombre preciso a su sentimiento.

No es lo mismo estar molesto que furioso, desilusionado que frustrado, triste que angustiado.

Para darle una respuesta adecuada, necesitamos ser sensibles a una amplia variedad de emociones y tener un vocabulario que nos permita describirlas.

No tienen que ser palabras complicadas pero sí lo más exactas posible.

Estar siempre de su lado

Es difícil imaginar lo que el niño siente cuando, en vez de tratar de comprenderlo, lo culpamos y defendemos a la persona que provocó su sentimiento.

Si nos dice: “¡Estoy furioso! La maestra no recibió mi trabajo sólo porque lo entregué un día tarde”, y le respondemos: “Las tareas deben entregarse a tiempo.

Esa es tu responsabilidad, ella tiene razón”, no nos estaríamos poniendo de su lado.

Apoyarlo sería: “Debes sentirte mal por no haber podido presentar tu investigación después de trabajar tanto”.

Poco a poco, en la conversación, él mismo llegará a la conclusión de que existen ciertas reglas y es necesario ajustarse a ellas.

No darle consejos

Por lo general, los niños quieren que sepamos cómo se sienten y qué piensan, no que les
demos consejos.

Sólo con estar atentos podemos ayudar al niño a aclarar sus emociones y sus ideas para que él llegue a sus propias conclusiones.

Escucharlo puede ser más útil que ofrecerle una solución.

No interrogarlo

Los sentimientos se sienten, no se piensan.

Por eso las preguntas tampoco son una buena opción. “¿Por qué lloras?” “¿Qué te pasa?”

Las preguntas agregan un problema al problema. Además de su tristeza o desaliento, el niño tiene que buscar una explicación.

En ese momento no puede pensar con claridad. A veces no sabe por qué siente lo que siente, y si lo sabe, no siempre tiene ganas de decirlo.

Si simplemente lo acompañamos y tratamos de reflejar su sentimiento: “Supongo que pasó algo que te hizo enojar”, el niño se sentirá comprendido y, cuando esté listo, hablará con libertad.

No exagerar nuestras expresiones

El niño percibe cuándo nuestro interés es sincero y cuándo no lo es. Si le damos la respuesta adecuada pero con frialdad o fastidio, su confianza hacia nosotros se mermará.

Si reaccionamos exageradamente: “¡Es algo terrible!” “Pobrecito, debes estar deshecho!”, el niño podría sospechar que estamos actuando, o bien, sentirse abrumado por tener que cargar con nuestra aflicción además de la suya.

Recordar que detrás de la ira siempre hay otro sentimiento

Tratemos de averiguar qué está detrás del enojo de nuestro hijo: ¿Se siente solo, herido, triste, celoso, inseguro? ¿Tiene miedo?

Necesitamos observarlo y escucharlo con atención hasta encontrar la razón por la que está enojado y darle lo que necesita: compañía, consuelo, seguridad, protección.

No tratar de reflejar los sentimientos si son demasiado dolorosos o si el niño no está preparado para enfrentarlos.

Si nos dice: “¡Qué bueno que no me saqué esa porquería de trofeo!”, el sentimiento oculto puede ser de fracaso, frustración o envidia, pero es difícil que en ese momento el niño tenga la capacidad de aceptar sus sentimientos.

A casi nadie le gusta hablar de lo que le duele o le avergüenza.Debemos saber respetar su silencio y nunca forzarlo o invadir su intimidad

Darle la libertad de hablar hasta donde él decida y en el momento que esté listo, sin presionarlo para que nos cuente más de lo que quiere.

Los padres debemos tener la paciencia y el respeto para esperar el momento oportuno en el cual nuestro hijo esté listo para la comunicación.

Y él debe tener siempre la libertad de aceptar o no nuestro apoyo.

Proponerle distintas opciones para expresarse

Cuando el niño está muy alterado, una actividad física como correr, golpear el piso con los pies, lanzar una pelota, gritar, pegar a un muñeco o un cojín, puede aliviar la tensión.

Un recurso excelente es dibujar o escribir los sentimientos.

En cambio, frases como: “Deja de gritar”, “Ya cálmate”, “Contrólate”, no sirven para tranquilizarlo.

Evitar actitudes que cierren la comunicación

Si por ejemplo nuestro hijo regresa de la escuela preocupado porque sus calificaciones no fueron buenas:
-Quitando importancia a lo que sucedió y haciendo promesas:
“No te preocupes, eso les sucede a todos. Seguro que el mes
próximo te irá mejor.”
-Amenazándolo: “La próxima vez que repruebes te sales del
equipo de fútbol!”
-Comparándolo: “Deberías aprender de tu primo. Ha sido el
primero de su clase desde que entró a la escuela.”
-Ignorándolo: “Vete a tu cuarto y no te quiero oír”.

Siempre podemos encontrar una manera positiva para hacer sentir a nuestro hijo que estamos
de su lado

“Esto no debe gustarte nada”, “¿Cómo te Podemos encontrar una manera para hacer sentir a nuestro
sientes con esas calificaciones?”, “¿Por qué hijo que estamos de su lado

crees que sucedió?”, “¿Cómo crees que puedes resolverlo?”, “¿Qué piensas hacer para mejorar?”, “¿Cómo te puedo ayudar?” Escucharlo no significa que aprobamos su conducta, simplemente le demostramos que nos importa y que estamos dispuestos a apoyarlo y a colaborar con él. Después de hablar con nosotros, es probable que el niño tenga más claridad para ver las cosas y encontrar soluciones.

Una cosa es leer ejemplos resumidos de posibles conversaciones con un niño, y otra, tener a nuestro hijo enfrente bañado en lágrimas

No podemos esperar que estas sugerencias funcionen a la perfección desde la primera vez. Quizá nos sintamos incómodos haciendo algo a lo que no estamos acostumbrados o nos parezca poco natural y que el niño pueda resistirse a este tipo de diálogos.

Además, si el sentimiento del niño tiene que ver con nosotros, nos costará más trabajo mantener la calma.
“¿Por qué siempre tengo que recoger la mesa?”. Nuestra respuesta puede ser: “Te sientes molesto, sientes que no es justo”.
-“Claro que no es justo, a mi hermano siempre le toca lo más fácil”.
-“¿Te gustaría que los dos tuvieran las mismas obligaciones?”.
-“Sí, y no voy a recogerla si él no ayuda”.

A veces, las respuestas del niño nos desafían a seguir tratando de que él se sienta comprendido, para después ayudarlo a considerar otros puntos de vista y tener una percepción del problema más equilibrada.

Se necesita mucha paciencia —con nuestro hijo y con
nosotros mismos—, constancia, respeto y aceptación,
para mantenernos dispuestos a entenderlo con una
actitud amorosa y serena

Algunas veces sus reacciones y sus respuestas no se parecerán en nada a lo que los libros dicen.
Otras, no lo entenderemos ni se nos ocurrirá qué decirle, pero a medida que practiquemos, nuestra sensibilidad se irá desarrollando y será más fácil ayudarlo.

Nuestro niño responderá de manera positiva si percibe un interés sincero y un sentimiento amoroso.

Pruebe algunas de las siguientes recomendaciones

Reconozca sus emociones. Nómbrelas y expréselas de manera clara.

Haga caso a los sentimientos de su hijo, escúchelo con interés, paciencia y cariño.

Deje de realizar cualquier otra actividad y procure estar presente en cuerpo y mente mientras escucha a su hijo.

Cuide su lenguaje corporal, póngase en una posición que indique que está usted escuchando de verdad.

Enseñe a su hijo a reconocer y a expresar sus emociones.

No juzgue al niño por sus sentimientos. Acepte de manera natural todas sus emociones.

Trate de ponerse en el lugar de su hijo y de imaginar cómo se siente.

No dé consejos ni busque soluciones al problema de su hijo a menos que él lo pida y lo necesite. Por lo general, él desea simplemente que usted lo escuche.

Si tiene dudas acerca de lo que el niño quiere decir, repita sus palabras en forma de pregunta para asegurarse de que lo entendió bien.

Procure aumentar el número y la variedad de palabras que usa para describir los sentimientos.

No permita que al mostrar sus emociones, el niño lleve a cabo acciones agresivas o destructivas en contra de sí mismo o de los demás.

Recuerde que detrás del enojo siempre hay otro sentimiento. Trate de averiguar cuál es.

Cuando su niño esté afectado por una emoción, no lo interrogue en ese momento, no lo critique ni lo haga sentir culpable.

Busque siempre una manera positiva de hacer sentir al niño que está de su lado y quiere apoyarlo.

No hable con nadie del problema del niño a menos que él esté de acuerdo.

Tenga paciencia si no logra, desde el principio, ayudar a su niño a manejar sus sentimientos.

Fuente: Guía para padres de la Consejería de Educación y Cultura del gobierno de Extremadura