Manejar los sentimientos. Un aprendizaje para la vida
No hay sentimientos buenos ni malos
Cada sentimiento tiene su valor, su utilidad y su significado.
Las emociones le dan sabor, variedad y riqueza a la vida.
Pero tienen que ser adecuadas, es decir, estar relacionadas y guardar proporción con las circunstancias en las que se producen.
Las experiencias humanas son muy diversas y a cada una corresponde una emoción.
A veces los sentimientos son agradables, a veces dolorosos, hay momentos de alegría y otros de tristeza.
Si lográramos quitarles a algunos sentimientos su signo negativo, podríamos aceptarlos y expresarlos todos.
Una cosa es expresar el sentimiento y otra actuarlo lastimando o destruyendo
Reconocer y manifestar nuestros sentimientos es algo útil y necesario, pero no debemos convertirlo en conductas dañinas para nosotros o para los demás.
Está bien demostrar cualquier emoción, pero no cualquier acción: somos responsables de nuestros actos.
Perder el control y dejarnos llevar por un sentimiento fuerte no nos lleva al bienestar emocional ni a mejorar nuestras relaciones.
Ser capaces de serenarnos es una habilidad necesaria para convivir en armonía.
Es una capacidad que necesitamos enseñar a nuestros hijos, y la mejor forma de hacerlo es tratarlos con respeto, comprensión y cariño.
La familia es la primera escuela de los sentimientos
Desde que nacen, los niños viven emociones muy intensas.
Los padres comenzamos a educar esas emociones en los momentos de intimidad con nuestro hijo o hija, cuando reconocemos sus gustos, atendemos sus llantos, y le damos lo que necesita.
El niño pequeño muy rara vez manifiesta sus sentimientos con palabras
Más bien lo hace a través de otras señales: el tono de la voz, los gestos, ademanes, la postura, la respiración.
Los padres tenemos que estar muy atentos, pues algunas veces lo que dice no concuerda con esos otros signos.
Hay que saber identificar lo que en verdad trata de comunicarnos, escucharlo con verdadero interés y reconocer su manera personal de expresarse.
Si los padres no mostramos respeto por los sentimientos de nuestro hijo, por su llanto, su risa o su necesidad de caricias, el niño empieza a dejar de expresar y hasta de sentir esos sentimientos.
Así su vida va perdiendo riqueza y oportunidades de relacionarse con otras personas.
La capacidad de una familia de compartir las emociones es la mejor señal de salud y armonía
El niño advierte cómo los padres nos tratamos uno al otro, cómo reaccionamos cuando alguien está alegre, triste o preocupado.
Así aprende a respetar, a consolar y a ayudar a los demás. Nosotros somos sus modelos para expresar emociones y para escuchar lo que otros sienten.
Nuestro hijo aprende en familia a distinguir y aclarar sus sentimientos, a ponerles un nombre.
Y también a darse cuenta y comprender lo que sienten los demás.
Mientras mayor sea la variedad de emociones que pueda observar y manifestar, más ricos serán sus contactos con el mundo y mejor su capacidad de acercarse a los demás.
Para enseñar a nuestro hijo a conocer, sentir y expresar sus emociones, los padres tenemos que conocer, sentir y expresar nuestras propias emociones
Si no sabemos reconocer la tristeza o el miedo, no podremos ayudar al niño.
Mientras más abiertos estemos a lo que sentimos y mejor sea la manera de expresarlo, educaremos mejor las emociones de nuestro hijo.
Los padres no sólo enseñamos al niño con lo que decimos; él entiende nuestras palabras, pero comprende también una mirada, un gesto o el silencio.
La forma en que los padres manifestamos nuestros sentimientos tiene consecuencias muy profundas para la vida futura de nuestro hijo o hija
Cuando los padres no manejamos bien nuestras emociones y reaccionamos de manera violenta, el pequeño se desconcierta, no sabe qué hacer y desarrolla un miedo constante ante una amenaza de la que no puede escapar.
Los padres que tratan a su hijo injustamente y con dureza provocan que él repita esos comportamientos con otros niños y luego con sus propios hijos.
La agresividad se transmite de una generación a otra.
El enojo es el sentimiento que menos capaces somos de dominar
Dejarnos llevar por la ira nos da cierta satisfacción momentánea pero no nos ayuda a resolver problemas; más bien obstruye la razón, nos altera y nos enfurece más.
Perder el control es un riesgo para nosotros y para los que nos rodean, causa sufrimiento, desunión y después produce culpa.
sepamos calmarnos. Cuando comienza el enojo, procuremos identificar los pensamientos que están provocando el coraje, considerar qué tan adecuados son y cambiar nuestro enfoque.
También podemos contar hasta veinte, dar un paseo a pie, respirar profundamente, relajarnos o hacer un ejercicio breve y vigoroso.
Sólo si aprendemos a manejar la ira y el enojo podremos enseñar a nuestros niños a refrenarlos.
Para ayudar a nuestro hijo a serenarse, hay que saber que detrás de la ira siempre hay otro sentimiento
Cuando el niño se enoje, siempre tratemos de averiguar qué hay detrás de su coraje: ¿Se siente solo, herido, celoso, inseguro? ¿Tiene miedo? ¿A qué?
Necesitamos observarlo y escucharlo con atención hasta encontrar la razón por la que está enojado. Así vamos a poder atenderlo y darle lo que necesita: compañía, consuelo, seguridad o protección.
Existen varias maneras de cuidar la vida emocional del niño:
Hacer caso a sus sentimientos. Él debe saber que para nosotros sus alegrías, tristezas o enojos son importantes.
Para ello, es necesario acercarnos a él y ayudarlo a entender cómo se siente.
Por ejemplo, si nuestro niño se cae y llora, decirle: “Déjame que te cure, ¿te asustaste? ¿Te duele?” Tenemos que evitar frases como: “No pasó nada”, “No seas llorón” o “No me molestes, ¿qué no ves que estoy ocupado?”
Ser sensibles y respetuosos con todas las emociones del niño.
Debemos recordar que no hay sentimientos negativos. Evitemos criticarlo, burlarnos o prohibirle que muestre sus sentimientos.
Si le decimos: “No llores, no grites, no me contestes” él aprenderá a guardar sus emociones para sí mismo y perderá la confianza de expresarse.
No aceptar ni permitir que, al mostrar sus sentimientos, el niño lastime y falte al respeto a otras personas.
Si esto sucede, será necesario corregirlo. Es importante ser firmes y hablar con él para que reflexione sobre lo que hizo.
Sin regañarlo o insultarlo, debemos poner límites y aprovechar el momento para enseñarle a ser sensible al dolor del otro.
Podemos decirle: “Entiendo que estés molesto, pero no puedo aceptar que lastimes o insultes a nadie.
Mira cómo le dolió lo que hiciste”. De esta manera, evitaremos que el niño se vuelva egoísta e incapaz de pensar en los demás.
Cuando el niño sabe que sus sentimientos son reconocidos y aceptados, se está preparando para sus futuras relaciones íntimas de adulto
La comprensión que recibe lo hace fuerte para el momento en que deje la protección de la familia y tenga que tratar a personas desconocidas.
Tanto los niños como los padres necesitamos encontrar dentro de la familia el apoyo emocional que nos fortalezca para poder enfrentar las exigencias del mundo externo.
Pruebe algunas de las siguientes recomendaciones
– Observe sus propias emociones. Nómbrelas y expréselas a su pareja y a su hijo de manera clara.
– Permanezca cerca de su hijo, escúchelo con paciencia y cariño. Sus sentimientos son importantes.
-No juzgue al niño por sus sentimientos. Acepte de manera natural todo lo que siente.
– Si su hijo pierde el control de sus emociones, reconozca lo qué está sintiendo, pero no permita que sus acciones sean agresivas o destructivas.
– Respete y tome en serio los sentimientos del niño. Es una manera de ganar su confianza y afecto.
– Cuando un miembro de la familia se enoje, trate de analizar qué emoción está detrás de su molestia.
– Nunca se deje llevar por la ira. Su descontrol puede producir efectos graves en el niño y en la vida familiar.
– Cuide la manera de tratar a su pareja. Su niño aprende de las relaciones de sus padres y puede repetirlas.
Fuente: Guía para padres de la Consejería de Educación y Cultura del gobierno de Extremadura