Comercialización

En un entorno de publicaciones especializadas, donde lo que manda es la integridad de la palabra impresa, el tiempo para prestar atención al detalle tipográfico, revisiones y correcciones es reconocido e incluido en un sistema de trabajo común.

Sin embargo, otras áreas de la actividad del diseño, por su propia naturaleza, se comportan de manera harto diferente.

La artesanía se asocia a la manipulación de materiales físicos: madera, metal, papel y tinta.

Por desgracia, el proceso de mover manchitas de luz coloreada sobre la pantalla no posee el mismo caché y el futuro queda comprometido por la eficacia.

Una sociedad moderna como la nuestra cree que las cosas sólo pueden mejorar, lo que, por supuesto, significa ser más eficientes.

Desafortunadamente, el tiempo ganado gracias a la velocidad de las nuevas tecnologías no se usa al servicio de la buena tipografía, vista por muchos como una pérdida de tiempo y, por tanto, considerada ineficiente (trabajo que nadie ve).

La tipografía es, sin duda, la parte más vulnerable del arte del diseñador gráfico. Es raro dedicar tiempo a debatir los méritos de una idea, pero todavía es más raro replantearse los planes, cambiar de dirección o explorar ideas alternativas.

Sólo en casos excepcionales, la inspiración surge de repente; es mucho más común que surja a partir del debate y del tiempo dedicado a pensar, tiempo utilizado para madurar una idea.

El tiempo es un bien cada día más escaso y esta idea lleva a la pérdida de oportunidades.

No es raro escuchar a diseñadores, conscientes de la importancia de la tipografía, quejarse de que sus jefes les han prohibido realizar cambios de kerning en el estudio con el siguiente argumento: «…si quieres trabajar en detalles tipográficos, hazlo en tu tiempo libre».

Mientras tanto, para los diseñadores que no conocen la diferencia, las minucias de la tipografía textual son un ejercicio innecesario del restrictivo conservacionismo: «Si estamos en una era tecnológica, por qué no puede hacerla la máquina… para eso han sido diseñadas, ¿no?»

La actual revolución digital ha proporcionado un control total e independiente de la tipografía a cada diseñador gráfico.

Sin embargo, la misma tecnología también está en manos de cualquier negocio u organización comercial, de forma que cada vez se plantea más y más veces la siguiente pregunta: «¿Contrato a un diseñador gráfico o diseño yo mismo?».

El anonimato impersonal de la buena tipografía textual ha llevado a la idea de que, en esta época de programas tipográficos, ¡todos somos diseñadores! Son tiempos peligrosos.

Si no se cuidan los detalles más ínfimos de la tipografía, entonces ¿ cuál sería la diferencia entre un diseñador gráfico y una secretaria, que cobra quizás diez veces menos por hacer el mismo trabajo igual de mal?

La tipografía es algo que hoy en día todo el mundo hace, aunque sólo los tipógrafos la denominan «tipografía». Para el resto de la gente se considera una práctica diaria muy común, un trabajo manual que no requiere ningún esfuerzo mental.

Por supuesto, no la consideran ningún logro. Por tanto, el significado básico de «tipografía» como disciplina intelectual y como logro personal es casi un enigma.

Quizás siempre lo haya sido, pero mientras la tipografía e imprenta antiguas eran algo misterioso (denominado «el arte negro») hoy en día, todo el mundo tiene acceso a los mismos programas y equipos.

Incluso así, es difícil apreciar el impacto total, la importancia de su papel y su aplicación.

Hasta los tipógrafos, cuando hablan de tipografía, tienden a pensar todos ellos sólo en términos de carteles, libros y revistas, y olvidan los millones de documentos legales, comerciales, religiosos y científicos que contribuyen a la estructura racional que forma nuestra sociedad.

La tipografía es tan familiar, que muchos ni siquiera reconocen su existencia. Un libro como éste, que manifiesta que la tipografía es un producto complejo (y sólo se ha rascado un poco la superficie) puede ser considerado absurdo por muchos.

Por supuesto, en algunos aspectos, es el resultado exitoso de su aplicación «invisible» por parte de generaciones de impresores y tipógrafos. Pero la tipografía es mucho más que la consecución de una tecnología.

Aunque no existe razón por la que las tecnologías digitales signifiquen un desastre para la tipografía, no se puede culpar a la gente por hacer caso omiso de hasta el más mínimo detalle tipográfico.

La buena tipografía nunca ha sido el objetivo básico de la escritura, y la buena impresión nunca ha sido el objetivo básico de la tipografía.

La prueba de una buena tipografía no tiene nada que ver con la tecnología; puede juzgarse sólo con leer.

La tipografía es una forma de pensar, una actitud racional y una disciplina mental.

Sólo cuando se aplica el pensamiento de forma ordenada y racional, se pueden articular decisiones relativas a muchos y variados elementos físicos e intelectuales en los que la tipografía desempeña un papel.

Es básico considerar la gramática, la jerarquía de información y la edición como herramientas imprescindibles.

El estudio de la tipografía no puede confinarse a ninguna rama especial de estudios.

Se trata de una cooperación interdisciplinar entre especialistas en lingüística, comunicación, psicología, historia, sociología, informática, programación y estudios de medios.

Dichas cooperaciones se convertirán en la evolución natural de la tipografía. No hay duda de que el tipógrafo tendrá un papel que desempeñar en todo ello.

Fuente: Taller de Tipografía Avanzada de la U de Londres