Reconquista
Reconquista, término que designa la actividad militar llevada a cabo por los núcleos políticos cristianos de la península Ibérica, en el transcurso de los siglos VIII al XV, con la finalidad de recuperar el territorio que, con anterioridad, había sido ocupado por los musulmanes.
Características generales
Tradicionalmente se ha puesto mucho énfasis en el sentido religioso de la Reconquista, presentándola como una cruzada de larga duración de los cristianos contra los infieles. Ahora bien, ese aspecto no estuvo presente de manera efectiva en la Reconquista hispana por lo menos hasta la segunda mitad del siglo XI, época de la gestación de las Cruzadas en el Occidente cristiano.
Otro rasgo peculiar de la Reconquista hispana es la pretensión puesta de manifiesto por los reyes y príncipes cristianos de reconstruir el fenecido reino visigodo, pues se consideraban sus legítimos herederos. Eso explica que se creyeran con derechos suficientes para repartirse el territorio de al-Andalus antes de haberlo conquistado, como se puso de manifiesto en los tratados firmados por Castilla y Aragón en los siglos XII y XIII. De todas formas en el fenómeno reconquistador, y en el proceso repoblador que le siguió indefectiblemente, intervinieron numerosos elementos, tanto demográficos como económicos, sociales y políticos.
En efecto, el proceso reconquistador y la consecuente repoblación supusieron el trasvase permanente de contingentes humanos que se desplazaban desde las tierras septentrionales hacia las meridionales. En el plano económico, la incorporación de las tierras ganadas a los musulmanes significaba un incremento notable, a la vez que una diversificación, de las posibilidades productivas de los núcleos cristianos.
Asimismo, la Reconquista y la repoblación desempeñaron un papel de primer orden en la formación de la sociedad de la España medieval cristiana, ya fuera a través de la participación en las campañas militares o en los procesos de colonización posteriores. No podemos dejar al margen, por último, el significado político de la ‘guerra divinal’, como se denominó a la pugna mantenida con los musulmanes, motivo de permanentes encuentros y desencuentros entre los diversos núcleos de la España cristiana.
Orígenes de la reconquista en el norte cantábrico
La invasión musulmana de Hispania tuvo lugar el año 711. Apenas unos años más tarde todo el territorio de la península Ibérica había caído en poder de los islamitas, que apenas hallaron resistencia en su avance. Ahora bien, los musulmanes no prestaron la misma atención a todo el territorio ocupado. De hecho, los límites efectivos de al-Andalus tenían como fronteras septentrionales el sistema Central, en la zona occidental, y el valle del Ebro, en la oriental. En la cuenca del Duero se instalaron simplemente unas cuantas guarniciones de bereberes, las cuales, al parecer, abandonaron el territorio a mediados del siglo VIII.
Por lo demás, en las montañas del norte, desde la cordillera Cantábrica hasta los Pirineos, seguían viviendo los viejos pueblos prerromanos allí asentados, entre ellos los astures, los cántabros, los vascones o los hispani.
El punto de partida de la Reconquista se encuentra en la zona astur-cántabra. Los pueblos de aquel territorio se opusieron a los musulmanes como antes lo habían hecho a los romanos o a los visigodos. De todas formas, en la zona astur-cántabra la presión musulmana era inferior a la existente en la región pirenaica, en donde los islamitas, firmemente instalados en el valle del Ebro, situaron fuerzas militares con la finalidad de contrarrestar el posible peligro franco. Así las cosas, mientras los cristianos se establecieron en el río Duero hacia el año 900, la llegada a la zona del Ebro medio no se produjo hasta dos siglos más tarde, en los albores del siglo XII.
El año 722 los habitantes de las montañas astures, dirigidos por el noble visigodo Pelayo, pusieron en fuga a una columna musulmana que se había adentrado por los picos de Europa. El suceso tenía escaso relieve desde el punto de vista militar, pero las crónicas cristianas elaboradas posteriormente por los clérigos de la corte asturiana la consideraron ni más ni menos como “la salvación de España”. A partir de esas fechas se constituyó en las montañas cantábricas el primer núcleo político de resistencia al islam que nacía en la Península, el reino de Asturias (o astur).
A mediados del siglo VIII Alfonso I recorrió la cuenca del Duero, contribuyendo a despoblarla pues, al decir de una crónica posterior, “yermó los campos llamados góticos”. En el siglo IX el reino asturiano fue progresando hacia Galicia y hacia las llanuras de la cuenca del Duero, en la medida en que se lo permitían tanto sus posibilidades demográficas como la oposición de los musulmanes. De todas formas la ocupación de ese territorio no requería su conquista militar previa, pues se trataba de una auténtica tierra de nadie que no estaba sometida a ningún poder político.
En tiempos de Ordoño I la frontera meridional del núcleo asturiano llegaba a la línea marcada por las localidades de Tuy, repoblada el año 854, Astorga, colonizada en la misma fecha, y León, que se incorporó al dominio cristiano en el año 856. Al finalizar el siglo IX, siendo rey Alfonso III, los cristianos, aprovechándose de los conflictos internos que habían estallado en al-Andalus, alcanzaron la línea del Duero. En la zona oriental del reino astur-leonés, es decir Castilla, había nacido Burgos el año 884. El sistema de repoblación puesto en práctica en la cuenca del Duero fue la presura, que consistía en ocupar tierras y ponerlas en explotación. En la misma participaron gentes del norte, pero también mozárabes, emigrados desde al-Andalus.
Los orígenes de la reconquista desde la zona pirenaica
Paralelamente se constituyeron diversos núcleos políticos en la zona pirenaica: el reino de Pamplona (de Navarra) al oeste, el condado de Aragón en el centro y la Marca Hispánica en el este. Un papel decisivo lo desempeñó el reino franco de los Carolingios, deseoso de establecer una barrera al sur de sus dominios para impedir el avance de los musulmanes. Coaligados con los nativos hispani, los Carolingios conquistaron Gerona (785) y Barcelona (801), estableciendo en aquel territorio un mosaico de condados, que en su conjunto formaban la llamada Marca Hispánica.
En la segunda mitad del siglo IX el conde de Barcelona Guifré el Pilós repobló la plana de Vic y otros territorios contiguos, fijándose la frontera meridional en el curso de los ríos Llobregat y Cardoner. Por su parte, los reyes de Navarra se acercaron al valle del Ebro, conquistando, a comienzos del siglo X, las villas de Calahorra y de Nájera.
Avances y retrocesos cristianos
La Reconquista se vio paralizada en el siglo X debido a la hegemonía mantenida en dicha época sobre toda la península Ibérica por el califato de Córdoba. Solamente el triunfo cristiano de Simancas (939), logrado por el rey leonés Ramiro II, permitió iniciar la expansión al sur del Duero. El año 940 se ponía en marcha la colonización del valle del Tormes (Salamanca, Ledesma, entre otras). Pero esa labor se perdió al poco tiempo, pues en la segunda mitad del siglo X los cristianos se vieron obligados a retroceder a la línea del Duero. La causa fundamental de ese repliegue fueron las terroríficas campañas llevadas a cabo por el caudillo cordobés Almanzor, que atacó todos los flancos de la España cristiana, desde Barcelona, al este, hasta Santiago de Compostela, al oeste.
La desintegración del Califato, acaecida en el año 1031, supuso un cambio radical en la correlación de fuerzas entre los cristianos y los musulmanes de Hispania. Los reyes cristianos pasaron a ejercer un protectorado sobre los diversos taifas en que se había descompuesto el Califato, a los que cobraban parias o tributos. En la segunda mitad del siglo XI los reyes de Castilla y León impulsaron la repoblación de las Extremaduras, es decir el territorio situado entre el Duero y el sistema Central.
Al mismo tiempo los reyes de Aragón se acercaban al Prepirineo, conquistando Huesca (1096) y Barbastro (1100). En el año 1085, por su parte, Alfonso VI de Castilla había entrado en Toledo, mediante un acuerdo previo con el taifa que la gobernaba. Toledo había sido la vieja capital visigoda así como una ciudad clave en el mundo de al-Andalus. Poco después cayeron en poder cristiano diversas villas de la zona comprendida entre el sistema Central y el valle del Tajo, como Atienza, Guadalajara o Talavera. En esa zona la repoblación consistió en la mera superposición de gentes originarias del norte sobre la población allí establecida de antemano, en buena parte mudéjar.
La ciudad española de Burgos cuenta entre su conjunto monumental con esta estatua ecuestre del mítico caballero castellano del siglo XI Rodrigo Díaz de Vivar, más renombrado como El Cid. Sólo Alfonso I de Aragón fue capaz de avanzar hacia el valle medio del Ebro, conquistando, entre otras plazas, Zaragoza (1118), Tudela y Tarazona (1119), Calatayud (1120) y Daroca (1121). Gran parte de la población mudéjar permaneció en aquel territorio, pero también llegaron nuevos pobladores, particularmente a la ciudad de Zaragoza. No obstante, el Imperio almorávide duró muy poco, pues hacia el año 1145 había desaparecido, fragmentándose nuevamente al-Andalus en un conjunto de taifas.
En esas condiciones los cristianos, que en el Tratado de Tudillén (1151) se habían repartido las futuras zonas de conquista, reanudaron el avance militar por tierras de al-Andalus. Castellanos y leoneses avanzaron por la Meseta meridional; Alfonso VIII conquistó Cuenca en 1177, en tanto que el monarca leonés Fernando II ocupaba las plazas de Yeltes y Alcántara. Por su parte Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, incorporó a sus dominios el bajo valle del Ebro al conquistar Tortosa en 1148 y Lérida en 1149. Su sucesor, Alfonso II, avanzó por los montes de Teruel, entrando en la ciudad del mismo nombre el año 1171. Castilla y Aragón suscribieron en 1179 un nuevo tratado de reparto, el de Cazorla. Por lo demás, la principal actividad militar de la segunda mitad del siglo XII se desarrolló en la Meseta meridional, siendo sus protagonistas las órdenes militares hispanas (Santiago, Calatrava, Alcántara), que acababan de ser creadas.
Antes de concluir el siglo XII al-Andalus fue otra vez unificado, en esta ocasión por los almohades, lo que supuso un nuevo alto en la marcha de la Reconquista. EL PRINCIPAL AVANCE RECONQUISTADOR
La victoria lograda por Alfonso VIII de Castilla y sus aliados sobre los almohades en las Navas de Tolosa (1212), preparada cuidadosamente como una auténtica cruzada, significó la caída del Imperio islamita. Así las cosas el siglo XIII conoció el máximo impulso reconquistador de los cristianos de Hispania. En poco más de treinta años la Corona de Aragón incorporó las islas Baleares y el reino de Valencia, en tanto que la de Castilla hacía lo propio con la Andalucía Bética y Murcia.
No obstante, el primero que sacó partido de la victoria de las Navas, aunque no había participado en ella, fue el rey de León Alfonso IX, el cual conquistó en 1227 Cáceres y en 1230 Mérida y Badajoz. Pero el primer paso importante en la lucha contra los musulmanes lo dio la Corona de Aragón, correspondiendo el protagonismo de esa expansión al monarca Jaime I el Conquistador. Una poderosa marina catalana desembarcó en Mallorca, cuya capital, Palma, cayó en poder cristiano a finales del año 1229.
Aunque quedó en Mallorca población mudéjar, acudieron al calor de los repartimientos muchos repobladores de origen catalán. La conquista del reino de Valencia fue más larga, extendiéndose desde 1232 hasta 1245. Núcleos como Burriana o Peñíscola fueron ocupados por los cristianos. La segunda fase, iniciada en otras Cortes, celebradas asimismo en Monzón en 1236, tuvo como acontecimiento estelar la conquista de la ciudad de Valencia en el año 1238.
Inmediatamente se procedió a un repartimiento de Valencia y sus ricos territorios próximos, acudiendo al mismo tanto catalanes como aragoneses. La tercera fase consistió en la conquista del sur del reino, siendo sus momentos claves la toma de Cullera (1239) y la de Alcira (1245), el último hecho de armas importante. En el reino de Valencia permanecieron numerosos mudéjares, particularmente en la zona meridional.
El protagonismo reconquistador del siglo XIII por lo que respecta al núcleo castellano-leonés correspondió al rey Fernando III el Santo. Éste inició la actividad militar en el alto Guadalquivir en el año 1224, cuando sólo era rey de Castilla, logrando la conquista de plazas como Andújar y Baeza. Tras la unión de los reinos de Castilla y León, en 1230, Fernando III reanudó la ofensiva en tierras andaluzas. En el avance hacia Sevilla fueron cayendo en poder cristiano lugares como Carmona, Lora o Alcalá de Guadaíra. Por fin, tras un largo asedio, tanto terrestre como fluvial, a finales de 1248 se rindió Sevilla, la antigua capital de los almohades. La labor reconquistadora en el valle del Guadalquivir la completó Alfonso X, sucesor de Fernando III, con la toma de Jerez y, finalmente, de Cádiz (1262).
También se realizaron repartimientos en los territorios andaluces recién ocupados, de cuyas ciudades fue expulsada la población musulmana. Por su parte, el reino de Murcia, territorio que había sido adjudicado en los tratados de reparto unas veces a Aragón y otras a Castilla, fue incorporado a este último reino en 1243, por obra del entonces príncipe Alfonso, futuro Alfonso X. Los conflictos fronterizos con Aragón, a quien se había reservado la reconquista del Levante hispano, se resolvieron en el Tratado de Almizra (1244), firmado por Fernando III y Jaime I. En él se fijaban los límites entre las zonas de expansión de Castilla y de Aragón.
Últimas fases de la reconquista: la conquista del reino de granada
Sólo quedaba bajo el dominio musulmán el reino Nazarí de Granada, que no obstante pudo subsistir hasta finales del siglo XV. La tarea estaba encomendada a la Corona de Castilla, pues el reino de Granada se encontraba en la zona de expansión que se le había reconocido en los viejos tratados de reparto. Aunque en el transcurso del siglo XIV la actividad reconquistadora apenas existió, hubo, eso sí, diversos conflictos fronterizos, particularmente en torno al estrecho de Gibraltar, y algunos éxitos cristianos notables, como la victoria del Salado (1340), obtenida por Alfonso XI, a la que siguió la toma de Algeciras (1344). También en el siglo XV hubo diversas escaramuzas.
El 2 de enero de 1492 se completaba la definitiva reconquista del último bastión musulmán, en lo que habría de convertirse en España, a manos de los reyes cristianos Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, conocidos como los Reyes Católicos. Esta pintura historicista del siglo XIX, realizada por Francisco Pradilla, representa la rendición de la ciudad de Granada por parte del último rey Nazarí, Boabdil, a los Reyes Católicos. En tiempos de este último monarca es preciso señalar la victoria lograda sobre los granadinos en la Higueruela (1431).
Sin embargo, la conquista del reino de Granada no pudo acometerse con éxito hasta el reinado de los Reyes Católicos. Para la conquista de la capital del reino fue necesario edificar en las proximidades de Granada la ciudad-campamento de Santa Fe. Con la entrada de las tropas cristianas en Granada, acontecimiento que tuvo lugar el 2 de enero del año 1492, se ponía fin a la Reconquista, un proceso que había durado cerca de ochocientos años. A partir de esos momentos, aunque aún permaneció por algún tiempo en España población adepta a la religión islámica, ya no quedaba ningún territorio bajo el poder musulmán.