Reino visigodo

Reino visigodo, núcleo político creado por los visigodos, cuyo asentamiento como tal en la península Ibérica (el denominado reino de Toledo) se llevó a cabo en el transcurso del siglo VI y cuya duración finalizó con la invasión musulmana de la misma en el 711. Los visigodos eran un pueblo germano perteneciente al grupo godo, que recibió ese nombre en tanto que fueron conocidos como los godos de occidente (así, visigodo resulta de las palabras germanas west, que significa ‘oeste’, y gothus, que quiere decir ‘godo’).

Su presencia en Hispania data del 416, cuando acudieron como federados del Imperio romano de Occidente para combatir a los suevos, vándalos y alanos, que se habían asentado en diversas regiones del territorio peninsular. Tras esta intervención, firmaron un acuerdo con Roma y se establecieron en el sur de la Galia, donde crearon el reino de Tolosa (denominación otorgada por la historiografía española para referirse al Estado visigodo que tuvo su capital en lo que es en la actualidad la ciudad francesa de Toulouse).

Más tarde, regresaron a la Península con funciones de carácter militar, iniciándose su asentamiento en estas tierras. Pero la afluencia masiva de visigodos hacia la península Ibérica se produjo después de la derrota sufrida frente a los francos en la batalla de Vouillé (507). Su asentamiento preferente tuvo lugar inicialmente en la cuenca del Duero, una zona de escasa población y débil desarrollo urbano, que les permitía mantenerse aislados de los hispanorromanos. LOS PRINCIPALES

REYES VISIGODOS

El reino visigodo de Toledo comenzó a cobrar entidad durante el reinado de Leovigildo (568-586). Este monarca consiguió implantar un dominio político efectivo en la mayor parte del territorio peninsular. Se impuso a la aristocracia hispanorromana de la Bética (573-576) y anexionó el reino suevo (585), situado en la antigua provincia romana de Gallaecia (aproximadamente, la actual comunidad autónoma de Galicia). Frente a los pueblos del norte, ocupó Amaya (en la actualidad, perteneciente al municipio burgalés de Sotresgudo), en el entonces territorio cántabro, y, en el 581, erigió la plaza fuerte de Victoriaco (probable y remoto origen de la actual capital alavesa de Vitoria) para contener a los vascones. La franja costera que va desde Valencia hasta Cádiz, ocupada por el Imperio bizantino desde principios del siglo VI, fue incorporada más tardíamente, en el 625, bajo el reinado de Suintila.

Asimismo, se tomaron medidas encaminadas a promover la fusión entre visigodos e hispanorromanos, base fundamental para la formación de un verdadero reino. Para acabar con las diferencias religiosas, Leovigildo trató de imponer el arrianismo como religión oficial del Estado, pero fracasó por la oposición de la Iglesia y de la aristocracia hispanorromana. Su propio hijo Hermenegildo, responsable del gobierno de la Bética, abrazó el catolicismo y se sublevó (579). Ante esta situación, sólo quedaba la opción de conseguir la unidad en torno al catolicismo, medida adoptada por su hijo Recaredo en el III Concilio de Toledo (589). La unidad jurídica se consiguió con la promulgación por Recesvinto del Liber Iudiciorum (654), código de validez territorial por el que debían regirse todos los jueces.

LA POLÍTICA

En el 712, al año siguiente de ser derrotado Rodrigo en la batalla de Guadalete, Tariq ibn Ziyad tomó Toledo, se dirigió a Guadalajara y, en el verano, regresó a la que había sido capital del reino visigodo. Allí se reunió con Musa ibn Nusayr, el cual había desembarcado en Algeciras con un importante contingente de tropas árabes y conquistado el suroeste peninsular en el transcurso de ese mismo año. Prosiguieron de forma conjunta la ocupación de Asturias, Galicia y el valle de Ebro hasta tomar, en el 714, Zaragoza. Éste, primer emir de al-Andalus (714-716), extendió el dominio musulmán al actual Portugal, lo consolidó en la mitad sur con la conquista de Málaga y Granada, y prosiguió el avance por el norte (Pamplona, Tarragona, Gerona y Narbona).

Los visigodos pretendieron instaurar un Estado centralizado, continuador del poder romano, a cuya cabeza estaba la institución monárquica. El rey era el jefe supremo de la comunidad y tenía amplios poderes judiciales, legislativos, militares y administrativos. Para reforzar su prestigio, los reyes visigodos adoptaron los atributos y el ceremonial de los emperadores. Diversos reyes intentaron hacerla hereditaria recurriendo al procedimiento de la ‘asociación al trono’, que aseguraba la sucesión dentro de la propia familia, pero finalmente se impuso el principio electivo (IV Concilio de Toledo, 633).

El organismo que auxiliaba a los reyes en sus funciones de gobierno era el Officium Palatinum, en el que se integraban los magnates de su confianza. Para la gobernación del territorio mantuvieron la división de época romana en provincias, a cuyo frente situaba a un dux (duque). En cambio, los viejos municipios romanos fueron sustituidos por nuevos distritos de carácter más rural, los territoria, gobernados por un comes (condes). Las grandes asambleas políticas del reino fueron el Aula Regia y los Concilios de Toledo. Los nobles promovieron constantes rebeliones armadas, que en muchas ocasiones se saldaban con el destronamiento o la muerte del rey, y utilizaron los Concilios para imponerse a los monarcas.

Algunos reyes intentaron imponerse a la nobleza recurriendo a la confiscación de sus bienes o a la política represiva, como sucedió con Chindasvinto (642-653), pero no pudieron detener el proceso de desintegración en que se hallaba inmerso el reino visigodo. En las últimas décadas del siglo VII, el Estado se encontraba fragmentado en múltiples células autónomas, gobernadas por la alta nobleza. Los vínculos públicos fueron sustituidos por otros de carácter privado, fundamentados en el juramento de fidelidad a los reyes. En los primeros años del siglo VIII se recrudeció la lucha por el poder entre las dos familias más poderosas del reino, la de Chindasvinto y la de Wamba. El último rey visigodo, Rodrigo, fue derrotado y muerto por los musulmanes en la batalla de Guadalete (711) y con él desapareció el reino de Toledo.

LA ECONOMÍA Y LA SOCIEDAD

Durante la época visigoda, prosiguieron las transformaciones socioeconómicas características del Bajo Imperio romano. Los latifundios se convirtieron en centros de articulación política y social, en los que se integraba un gran número de población libre, vinculada personal y económicamente a los grandes propietarios. Desde la conversión de Recaredo al catolicismo se produjo una confusión creciente entre el poder político y el religioso, y la cultura pasó a ser un monopolio de la Iglesia.