Fase de impacto
Las consecuencias del impacto dependen en gran medida de las características del entorno. Una gran inundación puede no ser una catástrofe (la antigua civilización egipcia se desarrolló gracias a las inundaciones anuales del río Nilo).
Un terremoto de una magnitud determinada puede provocar miles de muertos si ocurre en Irán o muy pocos daños si ocurre en California o en Japón.
Tampoco el concepto de catástrofe es permanente. Una epidemia de peste o un plaga de langostas eran, antes, auténticas hecatombes. Hoy en día se pueden neutralizar con gran eficacia por disponer de medios que antes no existían.
Según el origen y la intensidad del riesgo, las consecuencias del impacto podrán ser:
-Muertos, heridos, desaparecidos, personas aisladas o atrapadas.
-Propagación de infecciones, epidemias, enfermos,…
-Contaminación biológica o química del agua y de los alimentos.
-Destrucción y daños en bienes, instalaciones, construcciones e infraestructuras
-Inaccesibilidad de la zona afectada por destrucción de las vías de comunicación.
-Interrupción de las redes de suministro de alimentos, ropa y agua potable
-Separación de las familias, pérdida de ingresos y de empleos
-Inseguridad ciudadana, saqueos.
Las actitudes que adoptará la población afectada variarán en función de la magnitud de la catástrofe, la intensidad del efecto sorpresa, los rumores, los prejuicios sociales, la intolerancia, el instinto de supervivencia.
Estas actitudes estarán determinadas por los siguientes factores:
– Desorientación: Se caracteriza por conductas marcadas por la tensión pasada y por la fatiga mental y física.
Se manifiesta, fundamentalmente, en forma de impresión extrema de vulnerabilidad, movimientos lentos y pérdida de iniciativa.
– Miedo: Perturbación angustiosa del ánimo ante los signos, reales o imaginarios, de un peligro. Provoca sentimientos de inseguridad, de amenaza, de angustia, y de pesimismo.
Si no se supera, se transforma en una actitud de paralización y de falta de respuesta. Por el contrario, un miedo racional ayuda a tomar actitudes positivas de protección y autodefensa.
– Pánico: Terror o miedo extremo, generalmente colectivo y contagioso, desencadenado como reacción espontánea que descompone y desintegra la organización social. Puede provocar una evacuación enloquecida de la zona siniestrada.
–Desesperación: Actitud depresiva, pesimista, pasiva y de inhibición, con sentimientos de vulnerabilidad, indefensión, aislamiento, aflicción y fracaso con alto riesgo de conductas suicidas.
Se manifiesta en movimientos lentos sin apenas gesticulación, apatía y emisión de susurros y gemidos. Puede desembocar en la llamada “procesión de fantasmas” o huida lenta de personas inexpresivas, sin capacidad de iniciativa.
– Hiperreactividad: Unida a la impulsividad puede llevar a conductas alocadas y a realizar actos desatinados. Una variante de esta actitud lleva a un “heroísmo” irreflexivo con reacciones extremas de altruismo y de solidaridad que llegan a poner en riesgo la propia vida y, a veces, la de los demás.
– Histeria: Actuaciones de forma escandalosa, exagerada, infantil, primitiva y egoísta. Van acompañadas de hiperverborrea y de una gesticulación exagerada y agitada.
Se contagia fácilmente y sólo es posible suprimir sus efectos dañinos aislando a los sujetos para impedir ese contagio.
– Agresividad: Actitud brutal contra los demás (pillaje, ideas delirantes) o contra uno mismo (impulsos suicidas). A veces, se distingue por un egoísmo salvaje que puede llevar al abandono e, incluso, al asesinato de otros para salvarse uno mismo.
–Inhibición: Junto a la apatía lleva a los sujetos a una paralización e incapacidad de reacción.
– Masificación: En situaciones de catástrofe, los individuos tienden a integrarse en un grupo para conseguir la seguridad, el apoyo y la protección que no pueden encontrar en su soledad.
Ese grupo tendrá una personalidad colectiva que anulará y bloqueará las personalidades individuales de cada uno de sus componentes.
El cambio que produce el paso de ser “persona individual” a ser masa o “persona colectiva” implica:
-Facilidad para la sugestión que puede llevar a realizar actos heroicos y altruistas o, por el contrario violentos y egoístas.
-Desaparición del control social de las conductas individuales.
-Pérdida del sentido de responsabilidad individual.
-Pérdida de la capacidad de razonamiento.
-Irritabilidad extrema.
No obstante, una parte de los afectados (dependiendo del grado de organización social y de preparación previa) adoptará actitudes positivas de autoprotección y ayuda mutua, individuales o colectivas que se manifiestan en reacciones espontáneas de ayuda y colaboración sin esperar a la llegada de los socorros exteriores y en un sentimiento de participación en la comunidad, que no es habitual en situaciones normales.
La experiencia ha demostrado que todas las consecuencias negativas para las relaciones sociales del siniestro, desastre o catástrofe, se mitigan o se anulan cuando:
-La población ha tenido experiencias similares anteriores y ha sabido asimilarlas
-Ha existido un entrenamiento previo y unas medias preventivas adecuadas
-Se ha difundido una información bien concebida y estructurada antes y durante la emergencia.
Siempre quedará un porcentaje de la población que no ha sufrido daño material alguno, es los que se llama la “población indemne”. Sin embargo, en el área afectada por el impacto, todas las personas quedarán, de algún modo, física, psíquica o socialmente afectadas.
Aunque a ellos no les haya ocurrido nada, sus lazos familiares o sus relaciones sociales con otros afectados o, simplemente, las imágenes dramáticas que les rodean, provocarán en ellos sentimientos de angustia, inquietud y miedo.
Fuente: Manual S.E.P.E.I. de Bomberos, Publicaciones de la Diputación de Albacete