Bartolomé Esteban Murillo
Bartolomé Esteban Murillo es quizá el pintor que mejor define el Barroco español. Nació en Sevilla, donde pasó la mayor parte de su vida, en 1617.
La fecha exacta de su nacimiento nos es desconocida pero debió ser en los últimos días del año ya que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la iglesia de la Magdalena.
La costumbre en la Edad Moderna era bautizar al neonato a los pocos días del nacimiento por lo que los especialistas se inclinan a pensar en esta posibilidad. Su padre era un cirujano barbero llamado Gaspar
Esteban y su madre se llamaba María Pérez Murillo, siendo este último apellido materno el elegido por el artista para darse a conocer en el mundo artístico sevillano. Constituían una familia numerosa y el pequeño Bartolomé era el hijo número catorce.
La situación económica de la familia era bastante aceptable y el futuro pintor se criaría sin estrecheces. Pero en cuestión de un año fallece el padre (1627) y la madre (1628) por lo que el joven Bartolomé pasará al cuidado de su hermana Ana, casada con un barbero cirujano de nombre Juan Agustín de Lagares.
Las relaciones entre los cuñados serían muy buenas, tal y como atestigua que Murillo fuera designado albacea testamentario por su cuñado.
No disponemos de más datos hasta que en 1633 firma un documento en el que declara su intención de emigrar al Nuevo Mundo. El viaje lo realizaría con su hermana María, su cuñado el doctor Gerónimo Díaz de Pavía y su primo Bartolomé Pérez.
Pero el dicho viaje nunca se produciría y Murillo inicia su aprendizaje artístico con Juan del Castillo, en cuyo taller permanecerá cinco años. Palomino dice que Del Castillo era tío de Murillo aunque no podemos asegurarlo categóricamente; posiblemente existiera entre ambos algún parentesco y esto pesó a la hora de hacer la elección.
Del Castillo no era un artista de primera fila pero sus trabajos eran respetados en el ambiente artístico sevillano y tenía un buen número de encargos, colaborando Alonso Cano en el taller.
Los primeros cuadros de Murillo están muy influidos por el estilo del maestro como se puede apreciar en la Virgen del Rosario con santo Domingo. El estilo de Cano apenas se puede apreciar en estas obras, posiblemente porque el granadino dedicaba más tiempo a la escultura. En 1645 Murillo recibe su primer encargo de importancia.
Se trata de la serie de trece lienzos para el Claustro Chico del convento de San Francisco en Sevilla. En estas obras muestra una notable influencia de Van Dyck, Tiziano y Rubens, lo que hace pensar a algunos en un posible viaje a Madrid, apoyándose en los datos aportados por Palomino y Ceán Bermúdez.
No existe base documental para apoyar esta teoría por lo que si realizó el viaje a la Corte quedó en el más absoluto anonimato.
Este año de 1645 será de gran importancia para el artista porque se casa el 26 de febrero. La elegida se llamaba Beatriz Cabrera y Villalobos, joven sevillana de 22 años, vecina de la parroquia de la
Magdalena donde se celebró el enlace.
En los 18 años que duró el matrimonio tuvieron una amplia descendencia: un total de nueve hijos. El éxito alcanzado con la serie del Claustro Chico – al aportar un estilo más novedoso que los veteranos Herrera el Viejo o Zurbarán – motivará el aumento del número de encargos.
Por ello en 1646 ingresa en su taller un joven aprendiz llamado Manuel Campos al tiempo que debe buscar una casa más amplia para organizar un taller. Se traslada a la calle Corral del Rey donde sufrió la terrible epidemia de peste que asoló la zona de Andalucía – y en especial Sevilla – en 1649.
La mitad de la población de la capital perdió la vida y entre los muertos debemos contar a los cuatro pequeños hijos del matrimonio Murillo. La crisis económica que vive la ciudad no impide que los encargos continúen a buen ritmo, siendo uno de los más importantes el enorme lienzo de la Inmaculada Concepción para la iglesia de los Franciscanos, llamada «La Grande» por su tamaño.
En 1658 se traslada a Madrid donde es muy probable que conociese a Velázquez, quien le pondría en contacto con las colecciones reales donde tomaría contacto con la pintura flamenca y veneciana.
Alonso Cano, Zurbarán y los artistas madrileños de esta generación también pudieron ser visitados por el sevillano pero no existen documentos que nos lo aseguren. A finales de 1658 Murillo está de nuevo en Sevilla, apareciendo como vecino de la parroquia de Santa Cruz donde permaneció hasta 1663 que se trasladaría a la de San Bartolomé.
Los numerosos encargos que recibía le permitían disfrutar de una saneada economía, complementando estos ingresos con las rentas de sus propiedades urbanas en Sevilla y las de su mujer en el pueblo de Pilas. Tenía tres aprendices en el taller y una esclava que colaboraba en las tareas del hogar.
El 11 de enero de 1660 funda una Academia de Dibujo en Sevilla, en colaboración con Francisco de Herrera el Mozo. Los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento de esta escuela en la que los aprendices y los artistas se reunían para estudiar y dibujar del natural, por lo que se contrataron modelos.
La presidencia de la Academia será abandonada por Murillo en 1663, siendo sustituido por Juan de Valdés Leal. Precisamente será en 1663 cuando Murillo quede viudo al fallecer su esposa como consecuencia del último parto.
De los nueve hijos sólo sobrevivían en aquel momento cuatro: Francisca María, José, Gabriel y Gaspar. Gabriel partió para América en 1677 y los tres restantes siguieron la carrera religiosa, llegando Gaspar a ser canónigo de la catedral sevillana.
El periodo más fecundo de Murillo se inicia en 1665 con el encargo de los lienzos para Santa María la Blanca – el Sueño del Patricio y el Patricio relatando su sueño al papa Liberio – con lo que consiguió aumentar su fama y recibir un amplio número de encargos: las pinturas del retablo mayor y las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos de Sevilla y las pinturas de la Sala Capitular de la catedral sevillana.
Ese mismo año de 1665 Murillo ingresa en la Cofradía de la Santa Caridad lo que le permitió realizar uno de sus trabajos más interesantes: la decoración del templo del Hospital de la Caridad de Sevilla, encargo realizado por don Miguel de Mañara, un gran amigo del artista.
La fama alcanzada por Murillo se extenderá por todo el país, llegando a la corte madrileña donde, según cuenta Palomino, el propio rey Carlos II invitó a Murillo a asentarse en Madrid. El artista rechazó el ofrecimiento alegando razones de edad.
En 1681 Murillo aparece documentado en su nueva residencia de la parroquia de Santa Cruz. Allí recibió el último encargo: las pinturas para el retablo de la iglesia del convento capuchino de Santa Catalina de Cádiz. Cuando trabajaba en ésta, encargo sufrió una caída al estar pintando las partes superiores del cuadro principal.
A consecuencia de la caída, algunos meses más tarde, falleció el 3 de abril de 1682, de manera repentina ya que no llegó a acabar de dictar su testamento. En él pide que se le entierre en la parroquia de Santa Cruz y que se digan unas misas por su alma, nombrando como albaceas a su hijo Gaspar Esteban, don Justino de Neve y Pedro Núñez de Villavicencio.
Los herederos de la pequeña fortuna acumulada serían sus hijos Gaspar y Gabriel. Según su primer biógrafo, Sandrart, en el entierro de Murillo hubo una gran concurrencia de público y el féretro fue portado por dos marqueses y cuatro caballeros.
Siguiendo el testamento, fue enterrado en una capilla de la iglesia de Santa Cruz, templo que fue destruido por las tropas francesas en 1811.
Una placa colocada en la plaza de Santa Cruz en 1858 señala el lugar aproximado donde reposan los restos del gran artista sevillano. Dos elementos clave en la obra de Murillo serán la luz y el color.
En sus primeros trabajos emplea una luz uniforme, sin apenas recurrir a los contrastes. Este estilo cambia en la década de 1640 cuando trabaja en el claustro de San Francisco donde se aprecia un marcado acento tenebrista, muy influenciado por Zurbarán y Ribera.
Este estilo se mantendrá hasta 1655, momento en el que Murillo asimila la manera de trabajar de Herrera el Mozo, con sus transparencias y juegos de contraluces, tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela veneciana. Otra de las características de este nuevo estilo será el empleo de sutiles gradaciones lumínicas con las que consigue crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada del empleo de tonalidades transparentes y efectos luminosos resplandecientes.
El empleo de una pincelada suelta y ligera define claramente esta etapa. Las obras de Murillo alcanzaron gran popularidad y durante el Romanticismo se hicieron numerosas copias, que fueron vendidas como auténticos «Murillos» a los extranjeros que visitaban España.
Fuente: Apuntes Historia del Arte del Renacimiento al Siglo XVII