Leonardo Da Vinci
Nació en 1452 y a los 24 años fue objeto de una denuncia anónima por prácticas homosexuales. La acusación involucraba a un prostituto de 17 años, Jacobo Saltarelli, del cual se decía que había tenido relaciones con varios hombres, incluidos Leonardo y su maestro Verrochio.
Aunque todos fueron declarados inocentes, el interés sexual de Leonardo se centraba en hombres más jóvenes, a muchos de los cuales contrataba como ayudantes.
Uno de ellos fue Salai que según Vassari era un joven de belleza y gracias extraordinarias, con un hermoso cabello que llevaba en bucles, y que encantaba a su amo. Al parecer Leonardo mimo y consintió a Salai perdidamente.
En 1497, ante una carta factura de ropa del muchacho, el pintor escribió, «Esta es la última vez, querido Salai que te doy más dinero». Sin embargo vivió con el otros 18 años más. Formó otras amistades íntimas con sus ayudantes, lo que hace pensar que los escogía por su apariencia física. Francesco Metzi vivió con Leonardo hasta su muerte y heredó gran parte de sus bienes.
Es el arquetipo por excelencia del hombre integral del Renacimiento. Considerado como el genio más completo de todos los tiempos, su obra abarca no sólo el campo de las artes, sino también el de las ciencias físicas y naturales y el de la filosofía. Leonardo fue un personaje del futuro. Hace casi cinco siglos que murió, pero estuvo más despierto que la mayoría de los hombres y mujeres que hoy están a punto de cruzar la frontera del tercer milenio.
Científico y artista, supo combinar como nadie la razón con la intuición y la seriedad más rigurosa con el espíritu lúdico. Su figura no cabe en ningún molde ni admite etiquetas, porque con la misma pasión y maestría fue pintor, escritor, cocinero, ingeniero, biólogo, creador de acertijos y juegos de palabras, escultor, inventor, artesano, humorista, botánico, filósofo, arquitecto, físico… e investigador de los secretos últimos de la realidad. En él, los opuestos se integran y las paradojas se reconcilian.
Leonardo Da Vinci fue un hombre que despertó cuando todos los demás seguían durmiendo, como escribió Dimitri Merejovski. Aunque no muy conocida, existe en él una dimensión esotérica que emana de su figura e impregna toda su vida y su obra.
El conocimiento que Leonardo tenía sobre lo oculto se trasluce en su pintura y, sobre todo, en sus abundantes escritos, plagados de pensamientos y observaciones que revelan su profundo saber sobre los enigmas de la existencia. Todo su monumental corpus de trabajo está teñido por este contacto con lo que está más allá de los niveles ordinarios de percepción. Leonardo nació en Vinci, población cercana a Florencia el 15 de abril de 1452. Hombre singular, genio indiscutible, personaje del Renacimiento Italiano, escultor, ingeniero, inventor, dibujante y pintor.
Fue hijo ilegítimo, pero hasta los 24 años, único del notario ser Piero y de una campesina muy joven Caterina (su padre tuvo luego otros once hijos en terceras y cuartas nupcias). Por ese motivo así como por las costumbres de la burguesía toscana de la época, el joven Leonardo recibió una educación buena y heterogénea en el seno de la familia paterna.
Pudo dedicarse sin trabas en los más distintos campos: en rudimentos literarios, pero sobre todo en la música y en las artes figurativas. Esto hizo que a los quince años su padre lo colocara en el taller de Andrea de Verrocchio, cuyas enseñanzas compartió con Sandro Botiticelli y a los veinte pudiese inscribirse en la corporación de San Lucas.
Estas breves noticias ya nos dan una idea y perfilan algunos de los trazos esenciales de la elevada y compleja talla universal de Leonardo y de su posición respecto a la civilización del Renacimiento de aquel entonces en uno de los centros clave: la Toscana florentina y de los Médicis.
Su vida artística se puede dividir en cuatro períodos: florentino (1452 – 82), milanés (1489 – 99), período de vida errante (1500 – 16) y el último, que abarca tres años, el de su exilio voluntario en Francia, en la corte de Francisco I.
De su estancia en la corporación de San Lucas se tienen pocas noticias, pero «La Anunciación» (Ufizi) para San Bartolomé de Monteoliveto, donde la fusión de la luz y la sombra anuncia el «sfumato» leonardesco, tan encontrados en su obra pictórica más representativa.
Como pintor, Leonardo sobresale por ser:
– Un maestro del claroscuro, capaz de modelar con sutileza cualquier forma gracias a los juegos de luz y sombra.
– Un especialista de la composición «clásica»: logra simetría, triángulo y solidez sin cansar.
– Un refinado colorista, escoge cuidadosamente los colores en gamas y matices que contribuyen a la creación de una atmósfera que da unidad al cuadro.
– Un perfecto dibujante: no se le escapa ningún detalle y el escorzo de la mano de la Virgen de las Rocas es digno de Mantegna.
– Un cuidadoso analista de las expresiones del rostro, en particular un maravilloso intérprete de la dulzura femenina.
El creador de la misteriosa sonrisa de la Gioconda: este aspecto es parte de lo anterior. La sonrisa de la mujer nace en la comisura de sus labios y se encuentra en la mayoría de sus rostros femeninos, hasta inclusive en su San Juan.
En 1481 los monjes de San Donato de Scopeto, cerca de Florencia, le encargan la «Adoración de los Reyes Magos» y un «San Jerónimo» (1482 Pinacoteca Vaticana), en el que en un ambiente claroscuro asocia la figura al ambiente de la caverna, anticipo del de la «Virgen de las Rocas».
En este período la mentalidad de Leonardo se desarrolla en contacto con la cultura humanística florentina.
Mientras se dedicaba a otros trabajos que emprendía, como fueron: hidráulica, ingeniería y escultura, pintó dos grandes obras: la «Virgen de las Rocas» (1483 – 93, Louvre), lo suave ambiguo de los tipos y la fusión pictórica entre la figura y el ambiente hacen de ellas una muestra de la poesía figurativa de Leonardo.
La segunda gran obra de su período milanés es la «Santa Cena» o «Ultima Cena» como también suele llamarse (1499, refectorio de Santa María delle Grazie), en la que abandona el esquema geométrico, supliéndolo por un nuevo ritmo, en una perspectiva arquitectónica casi maciza.
Permaneció en Milán hasta 1500, después se trasladó primero a Mantua, donde retrató a «Isabel de Este» (Louvre), más tarde a Venecia y finalmente volvió a
Florencia. En la capital toscana, también dedicado a su búsqueda científica, inicia una nueva era y pinta dos obras capitales, «Santa Ana» (1501, Londres Royal Academy) y «La Gioconda» (1503, Louvre), acaso retrato de Mona Lisa, es el único de los realizados por Leonardo cuya paternidad no ha sido discutida. Siempre fue considerada como la cima del arte del retrato de todos los tiempos.
En ella alcanza perfección extraordinaria el «sfumato», del que ya anteriormente hemos hablado. No solo ha sido copiada infinidad de veces, sino además objeto de deformaciones y manipulaciones.
Por su universalismo y naturalismo, Leonardo transforma el orden gótico. A la perspectiva lineal añade la perspectiva atmosférica. En sus escritos elaboró teorías científicas de la perspectiva, de la anatomía, del color y de las sombras.
La obra científica de Leonardo, en especial sus originales contribuciones a la mecánica de los sólidos y de los fluidos, sus invenciones, quedó casi desconocida de sus contemporáneos.
A Leonardo no le interesaba la gloria, ni las riquezas, ni el reconocimiento de sus contemporáneos. Dos años antes de morir, se instaló en el castillo de Cloux, cerca de Amboise, en el valle del Loira.
Ocupó su tiempo en poner en orden sus manuscritos, en dibujar visiones cósmicas y en recrear amorosamente, pincelada a pincelada, su cuadro más amado: el retrato de la dama misteriosa que conocemos como La Gioconda.
Junto con la inquietante figura de San Juan, fueron los dos únicos cuadros que conservó a su lado hasta el último momento.
En su testamento dejó una pequeña viña, un vestido, algunos ducados para sus sirvientes, y sus manuscritos, que legó a su fiel Menzi. Vivió como un «infiltrado» en la sociedad de su época, pero su cordura y su sentido común le ayudaron a sobrevivir sin crearse demasiados problemas. Tenía que ganarse la vida y fue cuidadoso con sus protectores.
Hasta cierto punto la iglesia fue su primer cliente, pero no resistió la tentación de cuajar sus pinturas religiosas de simbolismos heréticos. Murió en soledad y trabajando. Para muchos, su legado es el patrimonio artístico de valor incalculable que dejaba para la Humanidad.
Para algunos pocos, su verdadero legado va más allá. Lo más importante de su herencia puede que haya estado protegido por un sistema de apertura retardada, que ahora mismo está a punto de activarse y desvelarnos su contenido.
Justo en estos momentos de cambio global y de profunda transformación, es cuando se hace necesario ampliar las fronteras mentales para internarnos en otras dimensiones de la realidad. Algo en lo que
Leonardo, sin duda, también fue un maestro
Fuente: Apuntes Historia del Arte del Renacimiento al Siglo XVII