Segunda generación de artistas del renacimiento
En las últimas décadas, las innovaciones principales del arte renacentista – como el dominio de la perspectiva aérea y lineal, la importancia del paisaje, la representación de la figura de modo individual y la rigurosa elaboración de la composición – fueron consolidadas y superadas.
En Florencia, artistas como Antonio del Pollaiuolo y Andrea del Verrocchio observaron la complejidad de la anatomía humana, estudiando de forma directa el cuerpo humano.
Tanto escultores como pintores, ponen especial énfasis en la musculatura, y así lo ejemplifica la obra de Pollaiuolo el Martirio de san Sebastián (1475, Londres, National Gallery).
Pollaiuolo realizó también dos importantes tumbas en bronce para dos papas: la tumba de Sixto V (1484 – 1493) y la tumba de Inocencio VIII (1493 – 1497), ambas en la basílica de San Pedro en Roma.
Las preocupaciones de Pollaiuolo y de Verrocchio fueron más tarde recogidas por el gran discípulo de éste último Leonardo da Vinci, cuyas investigaciones científicas y artísticas se encuentran entre las más importantes del renacimiento. El polifacético Leonardo cultivó todas las artes así como otras disciplinas.
Entre los pintores más representativos de la segunda generación del norte de Italia, destacan Andrea Mantegna, en Padua, y Giovanni Bellini, en Venecia.
Mantegna, que trabajó tanto en Verona como en Roma por algún tiempo, pasó la mayor parte de su carrera trabajando gracias al mecenazgo de la familia Gonzaga en Mantua.
La decoración al fresco de la cámara de los Esposos (1465 – 1474) en el palacio ducal está considerada como una de las obras maestras. Amplió los límites de la pintura cubriendo las paredes y el techo con un esquema compositivo unificado, por lo que da la impresión de ser un espacio mucho mayor.
La distinción entre lo real y lo ilusorio se vuelve borrosa y confusa. Sus trampantojos fueron muy imitados por dos pintores murales en las dos centurias siguientes, especialmente en los grandes techos barrocos de iglesias y de palacios.
El severo estilo de Mantegna, de trazado nervioso, rico modelado y atrevido uso de la perspectiva, influyó en el arte de su cuñado Giovanni Bellini, quien trabajó exclusivamente en Venecia.
Bellini influyó inmensamente, no sólo mediante el testimonio de sus magníficos cuadros, sino también como maestro de algunos pintores de generaciones posteriores, como Sebastiano del Piombo, Giorgione y Tiziano.
Los colores brillantes, ricos y fuertes que Bellini introdujo en su paleta se convirtieron en la característica esencial que identifica a la siguiente generación veneciana.
El brillante colorido veneciano es el contrapunto del estilo lineal del arte florentino. El altar de san Giobbe (1488, Academia, Venecia) es una de las mejores obras de Bellini.
El vivo colorido, los contornos difuminados y las figuras representadas dentro de una atmósfera de luz casi dorada son característicos de este último estilo. También fue un consumado pintor de paisajes, género que en seguida se convirtió en la especialidad de los pintores venecianos.
Bellini promovió la pintura al óleo en lienzo, en contraposición a la pintura al temple sobre la pared; la pintura al óleo se convirtió en el siglo XVI en la técnica más común.
La segunda generación de pintores está representada por Sandro Botticelli un artista que disfrutó del mecenazgo de la familia de los Medici en Florencia.
Su estilo es lírico, fluido y a menudo decorativo y abarca tanto temas religiosos como paganos. Sus dos obras más famosas, ambas en la Galería de los Uffizi son el Nacimiento de Venus (después de 1482) y La Primavera (c. 1478).
El modelo de la figura del Nacimiento de Venus está tomado de la escultura antigua, pero aquí la diosa se muestra de pie emergiendo de un pálido mar azul. Botticelli realza el contorno de las figuras con una línea que les proporciona una singular elegancia; por el contrario, sólo en contadas ocasiones utiliza el claroscuro.
Fuente: Apuntes Historia del Arte del Renacimiento al Siglo XVII