Mito alimenticio cuarto
Para alcanzar la seguridad alimentaria, nuestro hambriento planeta debe depender de los grandes terratenientes.
Los gobiernos, las agencias internacionales de crédito y los programas de asistencia técnica del exterior han dejado de lado a los pequeños productores porque han creído que concentrarse en los grandes terratenientes es el camino más rápido para aumentar la producción.
De hecho, sin embargo, el pequeño productor es por lo general más productivo, a menudo mucho más productivo, que el agricultor gran dé.
Los pequeños productores obtienen más de la tierra precisamente porque sobreviven con los magros recursos que se les ha permitido poseer. Los pequeños productores plantan más cuidadosamente que una máquina, mezclan, rotan cultivos complementarios, escogen una combinación de cultivo –ganando mano de obra– y sobre todo, explotan al máximo sus recursos sensiblemente limitados. Saben, más que nadie, aprovechar su propio esfuerzo.
Además, en las explotaciones administradas de manera familiar o cooperativa se sabe que es necesario proteger la fertilidad del suelo. Desde luego, la conservación del suelo es imposible cuando los campesinos son desplazados a las laderas de las colinas y a otras tierras marginales por la usurpación de la élite rural.
A menudo, desean heredar la tierra a su propia descendencia. Saben asimismo, que si emplean de manera inadecuada su posesión actual no tienen abierta la opción elemental de apoderarse de tierra menos maltratada (una práctica habitual entre los productores más ricos). Por eso la cuidan más.
En contraste, lo más probable es que los grandes terratenientes, para los cuales la tierra es sólo una fuente de ganancia, la utilicen inadecuadamente, con un monocultivo continuo que agota el suelo, y apliquen demasiados productos químicos para el control de plagas. En otros casos, los grandes terratenientes subutilizan la tierra pues para ellos no constituye la base de su sustento cotidiano.
Estudios elaborados en todo el mundo acerca de la revolución verde han mostrado que aun cuando los grandes productores han sido favorecidos por grandes inversiones en la nueva tecnología de semillas y fertilizantes, el valor agregado por hectárea sigue siendo menor en las grandes explotaciones que en las pequeñas: Muchos creen que nuestra seguridad alimentaria se refuerza encomendando la producción a los grandes empresarios agrícolas.
El fundamental engaño latente en ello, sin embargo, es que los pequeños productores y los trabajadores sin tierra se ven excluidos todavía más de la producción, como acabamos de ver, y los terratenientes enriquecidos de nuevo se expanden y mecanizan. Se le permite a un número cada vez menor de gente que cultive o adquiera alimentos adecuados.
Al ampliarse el círculo de pobreza, el mercado nacional de alimentos se estanca e incluso se contrae. Al estancarse el mercado interno; ¿hacia dónde orientan su producción los empresarios agrícolas? Hacia mercados de alto ingreso reducidos a estratos de habitantes urbanos y consumidores del exterior.
Lejos de contribuir a aumentar la seguridad alimentaria, los enfoques que acentúan la desigualdad en el control de los recursos productivos provocan, de hecho, lo contrario. La experiencia nos enseña que la única solución para el hambre radica en un plan consiente para reducir la desigualdad en todos los niveles.
Una distribución democrática del control sobre los recursos agrícola s no sólo disminuye la desigualdad, sino que también puede conducir al logro de avances en la producción. Lo más importante es que ésta es la única garantía de que los hambrientos podrán comer lo que se produzca.
Si la reforma agraria es llevada a cabo por una burocracia para lo cual la gente es simplemente un recipiente pasivo de los favores gubernamentales, prosigue la vieja pauta de dependencia. Acaso el único cambio real se derive de la actitud benévola del Grupo gobernante y tal actitud no podrá ser duradera cuando no se traduce, en un plazo breve, en una participación real de la gente en el control de los recursos.
El proceso de reforma agraria es, por tanto tan crucial como la reforma misma. La gente debe deliberar en grupo para decidir de qué manera desean distribuir la tierra y para dar solución a los problemas causados por reclamaciones en conflicto. La experiencia de la reforma agraria se convertirá, de esa manera en una valiosa educación social, que capacitará a la gente en la tarea nueva de la administración colectiva.