Los objetivos de aprendizaje como punto de partida para la planeación de la evaluación

El proceso de evaluación del aprendizaje, a través de los instrumentos que se juzguen convenientes, exige un proceso de planeación para asegurar que el ejercicio de evaluación arrojará resultados que enriquezcan el proceso de formación que permitan tomar una serie de decisiones de mejora y cambio alrededor de este. Así, para que la evaluación guarde correspondencia con el proceso de aprendizaje, se debe tomar en cuenta el punto de partida de dicho proceso. Ese punto de partida lo dictan los objetivos de aprendizaje. Thorndike (1989) asegura que los objetivos son la guía por excelencia, los cuales ayudan a determinar qué y hasta dónde se planea llegar en el proceso de enseñanza-aprendizaje o, en otras palabras, cuáles son los aprendizajes esperados. Lo mismo opina Lafourcade (1997) al afirmar que “sin la indicación de los objetivos de aprendizaje (el proceso de evaluación) sería como un barco a la deriva” (p. 16).

Aunque existen diferentes aproximaciones para plantear y reconocer el nivel al que estiman llegar los objetivos, según Thorndike (1989) se han identificado ciertas características comunes que son clave y que deben guardar los objetivos para considerarse guías útiles en la determinación de aprendizajes esperados. Entre las principales características se encuentran:

  1. La enunciación en términos de conductas y no en términos de actividades o propósitos educativos
  2. La formulación a partir de la utilización de un verbo que la contenga y que pueda ser observado y/o medido
  3. La plausibilidad, es decir que sean realistas y se puedan trabajar en el tiempo disponible para el proceso de enseñanza-aprendizaje

Si bien es cierto, los maestros son los encargados de plantear los objetivos a conseguir durante el ciclo de formación a su cargo, por lo general su trabajo docente se deriva de una fuente nacional o regional que formula y propone el componente curricular. En la educación formal, esta fuente curricular para cada área disciplinaria y para cada grado o nivel escolar se conoce como plan de estudios. Es a partir de éste que el maestro realiza su planificación para llevar a cabo los puntos que el plan juzga indispensables. No obstante, como comenta Lafourcade (1997), no todos los objetivos que se hayan propuesto para una determinada unidad o módulo son conductas medibles. En muchas ocasiones, la falta de precisión en la descripción de la conducta a alcanzar disminuye las posibilidades de emitir instrumentos de evaluación que midan los alcances de los alumnos en el proceso de enseñanza- aprendizaje. Para evitar estas imprecisiones el autor menciona cinco condiciones que cualquier conducta sujeta a medición debe acatar:

  1. Ser comunes a un grupo o a una clase de sujetos
  2. Captables por los sentidos
  3. Definibles con claridad y precisión
  4. Variables en relación a los resultados que emerjan (que sea posible detectar diferencias)
  5. Promotoras de reacciones muy similares entre evaluadores

Fuente: Gallardo Córdova Katherina Edith, Manual Nueva Taxonomía Marzano y Kendall.