Mal de ojo
Es catalogada como una superstición popular, consiste en el influjo que una persona malintencionada o envidiosa ejerce sobre otra, de manera que el receptor, o aojado, enferma.
El origen se remonte a la sospecha de que personas dedicadas a la brujería o a la hechicería que tuvieran alguna característica específica en los ojos eran capaces de provocar desgracias, enfermedades, e incluso la muerte a aquellos a quienes miraban. En cualquier caso, de todos los órganos del cuerpo, el ojo ha ejercido siempre un atractivo como fuente de toda especie de supersticiones, tanto por el poder de la mirada, como por poseer alguna malformación, o debido a su forma o color.
El mal de ojo se relaciona también con la creencia de que mirar a alguien que tenga lo blanco del ojo muy grande trae mala suerte, así como ser mirado por alguien con nubes, cataratas u opacidades, o simplemente ser envidiado por alguien que mira a su víctima con “malos ojos” o malas intenciones es motivo de desgracias.
Popularmente se considera que las víctimas más propicias del mal de ojo son los niños pequeños, aunque los mayores y adultos no están exentos de padecerlo. En los primeros se manifiesta con llantos prolongados, enfermedades recurrentes o inquietud; en los mayores, por una serie de infortunios y desatinos, así como por un desasosiego generalizado.
Para contrarrestar el mal de ojo, muchas culturas recurren al uso de talismanes o amuletos que pueden ser desde medallas con imágenes religiosas, hierbas, semillas y ajos, hasta trozos de cuerno, objetos de oro y plata e, incluso, herraduras. Entre los conjuros para alejar la maldición se encuentra el acto de cerrar el puño de la mano, colocar el pulgar entre los dedos índice y corazón (a la manera de las figas brasileñas) y pronunciar las palabras taf tafio anaquendavit.