La competencia profesional
Las promociones y títulos universitarios clausuran, social y jurídicamente, la vida del estudiante como discípulo, y le someten oficialmente las exigencias del bien común. Es el momento en el cual la colectividad comienza a informarse acerca de su competencia.
El primer deber del profesionista es el de la competencia. De ella hemos de advertir oportunamente tres cosas:
1) La misma etimología de la palabra competencia nos recuerda su significado primogenio, que no comportaba alguna idea de lucha, sino simplemente de colaboración: “cum-petere”; o sea, tender conjuntamente a algo. Si bien en el idioma latino evolucionó el sentido, de aptitud o conformidad, hasta el de suficiencia para una determinada actividad, nosotros vamos a enfatizar el mencionado sentido etimológico.
2) El gran público extraprofesional, tan exigente de la competencia de altos niveles, muy raramente llega a percibir la íntima conexión que tiene entre sí la competencia intelectual y la competencia moral del profesionista.
3) Ese mismo público desconoce las relaciones que pueda haber entre la competencia profesional y las condiciones físicas de un individuo. Es más, la mayoría de lo profesionistas han de sonreir ingenuamente si se les habla con seriedad académica de una competencia física, que nunca ha entrado en el marco de sus reflexiones morales.
Por eso repetimos que competencia (de cum-petere), no puede limitarse a ser una dotación inerte de ciencia y moralidad; si no que debe significar en la conciencia de todo profesionista una colaboración dinámica y permanente de todo su ser, en toda su dimensión física y espiritual, con una tendencia conjunta hacia el bien común.