Ambiente afectivo-social en educación preescolar
Un clima afectivo implica la expresión de sentimientos y actitudes positivas hacia los niños: calidez, apoyo, empatía, entre otros. Cuando las actitudes de afecto que muestra el docente ante los niños son genuinas; éstos lo perciben y, además de sentirse respetados, confiados y bien consigo mismos, responden con sentimientos recíprocos.
Estudios al respecto concluyen que los niños que reciben afecto son capaces de desarrollarse aún en situaciones críticas.
En igualdad de circunstancias y frente a un problema de salud un niño o una niña se recuperarán más pronto. Por el contrario, sin afecto el niño que padece una enfermedad decae, e incluso puede morir. Es bien conocida la historia del orfanato robotizado en la Segunda Guerra Mundial: los niños tenían todo lo necesario menos afecto. Todos murieron. No puede forzarse a nadie a brindar afecto. Pero si uno no lo da, tampoco lo recibe. En cambio, cuando se recibe afecto, no se puede evitar proporcionarlo. Hay que querer a los niños. Ellos sabrán reciprocar.
Un entorno afectivo se basa además en el respeto y la confianza que se brinda a los niños, lo que propicia que se animen a participar y colaborar en tareas comunes: hablar frente a los demás; sentirse capaces y enfrentar los retos de aprendizaje con mayor seguridad; saber que son seres competentes que pueden aprender; tener certeza de que serán escuchados sin burla al externar sus puntos de vista y opiniones.
En un clima propicio es factible brindar oportunidades para motivar al niño a externar sus emociones: qué siente, cómo se siente, por qué, entre otras, mismas que lo apoyan a identificar y comprenderse mejor en el plano afectivo. En la medida en la que logre comprender sus emociones, podrá aprender paulatinamente a regular sus sentimientos, es decir, a desplegarlos eficazmente en situaciones cotidianas.
Las emociones pueden contribuir o inhibir el desarrollo de capacidades y competencias: cuando “los niños que aprenden a dominar sus emociones constructivamente enfrentan mejor sus decepciones, frustraciones y sentimientos dolorosos que son tan frecuentes cuando son pequeños, y puede suponerse que como resultado, no sólo son más felices, sino que también se relacionan mejor con otras personas, en el hogar, con sus cuidadoras, en el patio de Juegos.
El desarrollo de la regulación de emociones está conectado con el de las habilidades sociales, por ello son esenciales las oportunidades que se brinden a los niños, para apoyar sus aprendizajes en ambos sentidos. Un referente inicial es considerar las habilidades que poseen los niños a su ingreso a la escuela, a partir de las cuales se procurarán experiencias para que construyan otras habilidades cada vez más complejas.
Sentido del yo: Por medio del cual los niños se conocen como individuos y reconocen sentimientos positivos hacia sí mismos: para ello es esencial un entorno de respeto y confianza en equilibrio con la regulación de las conductas. “Los jardines de niños no avergüenzan, ridiculizan, ni castigan, sino que apoyan, orientan y enseñan a los niños, de formas que les permitan mantener su dignidad y sentimientos de autovalía mientras aprenden formas nuevas, y más efectivas de comportarse.”
Habilidades sociales: Como la aceptación, hacer amistades, participación y cooperación. Por medio de éstas, se posibilita que los niños se transformen en seres sociales. En este sentido habrá que considerar que en los cuatro y cinco años los niños se vuelven más sociables, mientras que los más pequeños, dadas sus experiencias manifiestan otro nivel en sus habilidades.
Un clima afectivo y social sano para el niño contribuye eficazmente en el desarrollo de su identidad como persona; proceso en el que están implícitos el autoconcepto (idea que se tiene acerca de sí mismo, en relación con sus características físicas, cualidades y limitaciones, así como el reconocimiento de su imagen y cuerpo) y la autoestima (reconocimiento y valoración de las propias características y capacidades).22 El niño construye su identidad a través de un proceso complejo, que en el ámbito escolar tiene que ver con las oportunidades que se le brindan, para que efectivamente a través de ellas crezca, se desarrolle y aprenda; y sobretodo, que identifique sus avances y progresos, para reconocerlos por él mismo y por los otros. Desde luego que estas experiencias favorecerán el desarrollo que va adquiriendo el niño en su autonomía.
Fuente: Guía para la Educadora Preescolar SEP