El método de proyectos: aprender diseñando

Entre las muchas propuestas para revitalizar la educación, una de las más prometedoras es la defendida (y corroborada en el correr del siglo pasado) por John Dewey, Jean Piaget, Jerome Bruner y Seymour Papert, entre otros: los proyectos de aprendizaje. La dificultad principal es que estos proyectos no pueden presentarse de la forma tradicional, esto es, como un conjunto de tareas, objetivos o procedimientos preestablecidos y estrictamente definidos.

Por el contrario, los alumnos, en el contexto de la clase, deben encontrar, descubrir, inventar o diseñar el proyecto que más les interese.

Para que este método funcione, sin embargo, es importante que tanto los docentes como los alumnos adquieran ciertas habilidades generales que rara vez se enseñan en las instituciones de enseñanza tradicionales. Estas habilidades han sido denominadas según el autor como: habilidad de pensar y de mirar las cosas desde un punto de vista “creativo”, abordando los problemas como un diseñador que crea nuevas formas de conocimiento.

Al dominar y poner en práctica estas habilidades estaríamos conduciéndonos hacia la llamada Tercera Cultura, un punto medio entre las irreconciliables culturas de las que habló C.P. Snow, la científico-tecnológica y la humanístico-artística.

Invitamos a los lectores a detectar, desenterrar y cultivar los elementos y los principios básicos del aprendizaje a través del diseño y la creatividad. Para ello es necesario conceptualizar una situación problemática, buscar diversas opciones para lidiar con ella, optar, realizar experimentos mentales, encontrar soluciones aceptables y evaluar posibles resultados antes de implementar cualquier estrategia.

Desde este punto de vista, el diseño puede considerarse como una tecnología intelectual innovadora a la espera de convertirse (o de ser convertida) en una poderosa herramienta para la educación.

Para comenzar, pensemos qué cosas hacen, o harían, que el aprendizaje a nivel institucional resulte interesante, atractivo y útil tanto para los alumnos como para los docentes.

Los verdaderos docentes hacen más que transmitir información. Cuando reciben el material educativo, estos docentes analizan, interpretan y transforman tanto la forma como el contenido del mismo, adaptándolo a sus creencias y estilos de enseñanza. Al analizar el fenómeno del discurso interior, Vygotsky (1986) notó que para asimilar un concepto, el niño lo reconstruye, y durante este proceso de reconstrucción, el niño está expresando las características individuales de su propio pensamiento.

El filósofo y educador contemporáneo ruso, V.S. Bibler, agrega que durante el discurso interior, los individuos toman las imágenes culturales, relativamente estáticas y condicionadas socialmente, y las transforman en una cultura del pensamiento dinámica y personal (Bibler, 1996). A su vez, Bibler explica que en tales casos, el discurso interior se orienta hacia el futuro y se convierte en un “molde para crear imágenes culturales nuevas, no existentes hasta el momento, pero posibles”.

Podríamos afirmar, entonces, que los verdaderos docentes actúan como diseñadores tanto de las imágenes del tema que están presentando a sus alumnos, como de las herramientas que los alumnos utilizarán para transformar esas imágenes y convertirlas en su propia cultura del pensamiento.

De esta forma, están ayudando a los alumnos a desarrollar sus propias habilidades para aprender. Al favorecer la comunicación y la interacción en torno al diseño del proceso educativo, el verdadero docente aprende tanto como los alumnos, quienes, a su vez, se enseñan a sí mismos y a los demás. Fuente: Libro de las Tecnologías de la información y la comunicación en la enseñanza de la UNESCO.