Derecho a una identidad cultural
Cultura es lo que no es natural; éste viejo juego de palabras de libros de texto es buena introducción para explicar nuestros concepto de cultura.
En forma positiva entendemos como cultura las distintas respuestas que los grupos humanos van dando a su entorno físico y social, de forma que se distinguen unos de otros porque las soluciones creativas que cada uno encuentra, aunque con rasgos comunes, son diferentes entre los pueblos.
Es esto precisamente lo que constituye la identidad cultural: saberse perteneciente a un grupo que lo acepta, donde se entienden las reglas del juego, es reconocido y se reconoce, participa y lo toman en cuenta, conoce los códigos de comunicación e intercambio, sabe el terreno que está pisando.
Los componentes de la cultura no son sólo las obras artísticas, lo son también las formas de organización, los valores y las creencias, los objetos materiales que se producen, los conocimientos generados a partir de una necesidad concreta.
Sin embargo, las culturas en ningún momento han sido sistemas cerrados ajenos a la presencia externa. Si revisamos la constitución de la Europa antigua, la de los pueblos asiáticos o los prehispánicos, encontraremos que el intercambio cultural expresaba una dinámica normal de acuerdo con el avance de las culturas.
Cultura que se encierra se muere. Esto nos obliga a pensar que no porque algo no sea nuestro sea negativo, y tampoco sólo porque lo vemos como propio, por ese hecho es útil.
Pero existen distintos tipos de interacción cultural, no es lo mismo el intercambio en el cual el fuerte impone sus condiciones al débil. Cuando se intenta imponer violentamente un esquema cultura distinto, el grupo se resiste a ser privado de su identidad y defiende el derecho a ser diferente.
Pero hay penetraciones silenciosas que encuentran apoyo en las ideologías dominantes y paulatinamente revierten los procesos culturales de los pueblos y los orientan hacia prototipos y formas de vida que les hacen despreciar lo propio y desear como mejor lo ajeno. Su extremo es el etnocidio, es decir la desaparición de una cultura.
En forma positiva entendemos como cultura las distintas respuestas que los grupos humanos van dando a su entorno físico y social, de forma que se distinguen unos de otros porque las soluciones creativas que cada uno encuentra, aunque con rasgos comunes, son diferentes entre los pueblos.
Es esto precisamente lo que constituye la identidad cultural: saberse perteneciente a un grupo que lo acepta, donde se entienden las reglas del juego, es reconocido y se reconoce, participa y lo toman en cuenta, conoce los códigos de comunicación e intercambio, sabe el terreno que está pisando.
Los componentes de la cultura no son sólo las obras artísticas, lo son también las formas de organización, los valores y las creencias, los objetos materiales que se producen, los conocimientos generados a partir de una necesidad concreta.
Sin embargo, las culturas en ningún momento han sido sistemas cerrados ajenos a la presencia externa. Si revisamos la constitución de la Europa antigua, la de los pueblos asiáticos o los prehispánicos, encontraremos que el intercambio cultural expresaba una dinámica normal de acuerdo con el avance de las culturas.
Cultura que se encierra se muere. Esto nos obliga a pensar que no porque algo no sea nuestro sea negativo, y tampoco sólo porque lo vemos como propio, por ese hecho es útil.
Pero existen distintos tipos de interacción cultural, no es lo mismo el intercambio en el cual el fuerte impone sus condiciones al débil. Cuando se intenta imponer violentamente un esquema cultura distinto, el grupo se resiste a ser privado de su identidad y defiende el derecho a ser diferente.
Pero hay penetraciones silenciosas que encuentran apoyo en las ideologías dominantes y paulatinamente revierten los procesos culturales de los pueblos y los orientan hacia prototipos y formas de vida que les hacen despreciar lo propio y desear como mejor lo ajeno. Su extremo es el etnocidio, es decir la desaparición de una cultura.
La realidad de México es pluricultural Por todas partes se encuentran modos culturales de distinto origen y diferente forma ¿Cuál cultura es la nuestra? ¿La purépecha, la nahuatl, la mestiza, la del mexicano citadino del siglo XXI? ¿Un poco de todas? ¿Cuál es nuestra música? ¿El son jarocho, la redoba norteña, la pirecua michoacana, las rancheras de José Alfredo? ¿Todas ellas son mejores que Serrat, Bach o que Ray Coniff?
El problema de lo ajeno, como señaló Bonfil, no es de antes y después, sino de integración para el bienestar del ser humano. Aunque el problema no es fácil, hay algunos indicadores que pueden orientar al respecto:
• Ante la diversidad evidente, el principio de la tolerancia es útil para no caer en etnocentrismos, dictaduras y discriminaciones altamente dañinas para el ser humano.
• La cultura de origen es referente indiscutible para la identidad personal y social y por eso, aún de modo no consciente es defendida dignamente. No es una cárcel, sino un pun to de referencia.
• La única forma de dilucidar la moralidad de las culturas ajenas es la reflexión y la aplicación del sentido crítico.
• Hay culturas mucho más humanas que otras: unas privilegian el consumo, el confort, el mercantilismo como modo de relación humana global, mientras que otras se centran en la convivencia, el disfrute de las relaciones y el goce de la vida a partir de lo sencillo.
La identidad cultural como derecho humano implica autodefinición y respeto de los demás a las determinaciones propias.