Orientar el proceso educativo
La necesidad de orientar el proceso educativo comporta un cierto número de exigencias prácticas. Quisiéramos insistir sobre la importancia de convocar, al principio de curso, una reunión de coordinación entre los educadores, en la que serían fijados y comunicados de manera coherente los objetivos a conseguir, así como los valores de referencia. Esta reunión debería hacerse no sólo de manera horizontal entre los educadores de un mismo curso, sino también, y sobre todo, entre los educadores de distintos cursos, de manera vertical. En el curso del proceso educativo, es necesario preguntarse ahora en qué medida el “mensaje” dado se ajusta al “mensaje” previsto (objetivos y valores). El educador debe hacerse las siguientes preguntas:
– Antes de la intervención:
Habida cuenta de los objetivos y de los valores fijados, ¿qué comportamiento debo modificar o ver realizarse?
En consecuencia, ¿qué decisiones de acción voy a tomar y sobre qué bases las voy a fundamentar?
– Durante la intervención:
Mis intervenciones ¿son adecuadas para conseguir mis objetivos y están de acuerdo con los valores escogidos?
El “fred-back” que recibo de los alumnos ¿me permite continuar el proceso o me exige prever y poner en marcha unos ajustes que son necesarios? Y, en consecuencia, ¿cómo y qué debo observar y evaluar en el transcurso del proceso?
– Después de la intervención:
¿Hay una diferencia entre los objetivos fijados y los objetivos conseguidos? ¿Entre los valores escogidos y los valores manifestados? En caso negativo, ¿qué nuevos objetivos puedo fijarme teniendo en cuenta las capacidades aprendidas? ¿Qué nuevas situaciones puedo presentar con el fin de mantener o desarrollar los valores manifestados? En caso afirmativo, ¿dónde se sitúa esta diferencia? ¿Debo reajustar mis objetivos? ¿O mis valores? ¿O mis decisiones? ¿O mis intervenciones? ¿O mi evaluación?
Fuente: Observar para Educar – Observación y evaluación en la práctica educativa, Jean-Marie De Ketele