Enunciar claramente los objetivos de la educación
Es importante saber por qué se evalúa: el automovilista podrá evaluar la situación para tomar la decisión de adelantar o no adelantar un camión muy largo; la cocinera podrá evaluar el grado de cocción de su guisado para saber si lo debe dejar aún en el horno o es mejor sacarlo; el alumno se verá posiblemente en la obligación de evaluar obras literarias, técnicas matemáticas, datos históricos… ¡para aprender a evaluar!; el educador evaluará, quizá, con el fin de tomar las decisiones educativas pertinentes, teniendo en cuenta los objetivos que él mismo se ha marcado.
Así pues, puede decirse que en el punto de partida el objetivo de la evaluación es tomar una decisión, decisión que se inscribe muy a menudo en el marco de la realización de un objetivo más global. El objetivo de la evaluación no es, contrariamente a ciertas creencias y a ciertas prácticas, “emitir un juicio” (con todas las connotaciones peyorativas que comporta esta expresión).
La decisión de continuar el aprendizaje o de aportar una enseñanza correctiva constituye el objetivo preciso de la evaluación. Esta decisión hace referencia a un objetivo educativo (de tipo cognitivo en este ejemplo), que debe ser precisado con el fin de poder explicitar claramente cuáles serán los criterios de la evaluación. En efecto, ¿se trata simplemente de citar de memoria la definición de plano?, ¿de reconocer un plano?, ¿de traducir al lenguaje matemático las características esenciales de un plano?, ¿de representarlas?, etc. Este ejemplo muestra que la noción de prerrequisito no puede entenderse exclusivamente en términos nocionales, sino también como la ejecución de una operación sobre un contenido.
Fuente: Observar para Educar – Observación y evaluación en la práctica educativa, Jean-Marie De Ketele