Historia europea del derecho del trabajo
La explicación rousseauniana sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres señala a la propiedad privada como la causa de todos los males humanos; su creación es, además, el criterio que distingue la prehistoria de la historia.
Aquella, esto es, la vida ausente de propiedad privada, fue un vivir conforme a la naturaleza, y es diferente de la historia, pues la idea diabólica de la propiedad privada exigió la organización de un poder, diabólico también, destinado a protegerla.
Marx vio el problema con mayor claridad y en una época que contaba con la experiencia de los primeros cincuenta años del siglo, pudo afirmar que la propiedad privada, al dividir a los hombres en propietarios y en los sin tierras y consecuentemente en dos clases sociales, había producido la oposición de los grupos, la cual, a su vez, condujo a la lucha de bases.
De esta secuencia dedujo que la lucha de clases es la ley de la historia, lo que quiere decir que en el curso de los siglos, los hombres han luchado por apropiarse la tierra y los bienes y por organizar su sistema defensivo.
Así se perfiló la concepción dialéctica general del marxismo: la prehistoria es la tesis, la etapa en la que la tierra y sus frutos, los instrumentos de la caza y las piezas cobradas son de todos para beneficio de todo.
La historia es la antítesis, pues en ella, la tierra, los instrumentos materiales de la producción y aun los hombres, y los bienes producidos, son propiedad de los amos, de los señores o de los empresarios.
La síntesis será el mundo del mañana, la gran utopía de nuestro siglo, la que nació cien años después de la utopía de la igualdad y de la libertad que se expresó en el Contrato social de Juan Jacobo.
La utopía de una sociedad en la que cesará la explotación del hombre por el hombre, una sociedad nueva, dueña de la tierra y de sus frutos y de los instrumentos de la producción, en la que los bienes producidos den a cada persona lo que necesite para vivir plenamente, una sociedad que rompa las cadenas de las fuerzas económicas que tienen aherrojados a los hombres; será entonces cuando el hombre, actualmente enajenado en su trabajo a otro, capture su libertad y viva para usarla según sus propias inclinaciones.
La lucha de clases es la ley de la historia de las sociedades que viven el sistema de la propiedad privada y de la consecuente explotación del hombre por el hombre; pero en esta lucha aparecen dos formas generales de manifestación: una es la era de la lucha latente, la que explota en los momentos en que la vida del hombre llega a estar por debajo de la vida de los animales de carga —¿no se ha cuidado en el p asado a los caballos y a los mulos, y aún se les continúa cuidando, más que a los hombres?—.
Otra es la condición que arranca en la Revolución francesa y que consiste en que la lucha del proletariado se ha vuelto consciente y permanente y planeada para la consecución de un fin, condición que es tan cierta que si se analizan las informaciones y las estadísticas se comprueba que no transcurre un solo día sin que estallen uno o más conflictos obrero-patronales.
Pues bien, la historia del derecho del trabajo es uno de los episodios más dramáticos de la lucha de clases, por su profundo sentido de reivindicación de los valores humanos, tal vez el más hondo de todos, porque es la lucha por laliberación y dignificación del trabajo.
Lo que es tanto como decir la liberación y dignificación del hombre en su integridad, pues si bien el espíritu humano encerrado en las cárceles de la dictadura puede ser libre, no lo es plenamente, porque su libertad es puramente interna, pero no puede el hombre hacer uso de ella ni volcarla en bien de él mismo, de su familia, de su pueblo y de la humanidad.
La burguesía triunfante disponía de armas poderosas para defenderse en contra de cualquier propósito de creación de un ordenamiento jurídico que regulara las relaciones entre el trabajo y el capital, unas de naturaleza teórica, o tras derivadas de la fuerza del poder político.
Entre las primeras se contaban: los postulados del liberalismo económico y del político prohibían cualquier intervención en los problemas de la economía, porque sería una barrera artificial para el desarrollo de las fuerzas económicas naturales; por otra parte, la burguesía había logrado elevar el principio de la libertad de industria a la categoría de los derechos naturales del hombre.
Por lo que ni el estado ni los particulares podían ejecutar acto alguno que pudiera vulnerarlo; además, el derecho civil hacía imposible cualquier presión sobre una persona para la celebración de un acto jurídico de la trascendencia de un arrendamiento de servicios.
El arma segunda era el poder del estado, ese aparato al que Engels definió como los ejércitos y las cárceles dela burguesía para mantener su dominio sobre la clase trabajadora.
El derecho del trabajo tuvo que romper el embrujo del pensamiento individualista y liberal en el siglo XIX en Europa y en los Estados Unidos de Norteamérica, y en 1917 entre nosotros en la Asamblea Constituyente de Querétaro a fin de imponerse a la burguesía y a su estado.
Tuvo que luchar con las armas que le permitían el estado y el derecho la manifestación pública pacífica y las peticiones a la autoridad pero usó también otras que eran consideradas ilícitas, como la asociación sindical no autorizada y la huelga.
Fue una batalla que persiguió tres metas fundamentales:
– las libertades sindicales de negociación y contratación colectivas y de huelga;
– un derecho individual del trabajo que propiciara un mínimo de justicia social;
– una previsión social que defendiera a los hombres contra las consecuencias de los infortunios del trabajo.