De la física a la metafísica: el motor inmóvil
Para Aristóteles, el motor inmóvil es un ser perfecto, inmaterial y eterno, un acto puro —sin potencia— que, sin poseer ningún tipo de movimiento «inmóvil»), es la causa del movimiento de todo lo demás («motor»).
En el mundo de la Naturaleza todas las cosas cambian pues poseen la estructura acto/potencia.
El cambio sólo puede darse a partir de algo que está en acto, así, dice Aristóteles: un cuerpo frío se calienta por la acción de otro cuerpo que ya está caliente, una cosa se mueve porque otra le impulsa a ello, aquella porque otra a su vez le otorga fuerza motriz… pero no podemos prolongar la serie de los movimientos indefinidamente, luego debe existir un primer motor que transmite el movimiento a todas las cosas naturales y a quien nada mueve y que debe entenderse como eterno, inmutable y acto puro.
Aristóteles lo identifica con Dios. Esta demostración de la existencia de Dios recibe el nombre de «prueba por el movimiento» y la expone en el libro VIII de su Física y en el libro XII de Metafísica, siendo un claro antecedente de la prueba por el movimiento que más tarde encontraremos en Sto. Tomás.
El Primer motor o Dios no mueve a las cosas con causalidad eficiente, al modo en que nosotros movemos una mesa empujándola, mueve más bien con causalidad final: Dios mueve atrayendo hacia sí a las cosas, del mismo modo que el amado «mueve» al amante, inspirando amor y deseo, atrae como atraen los fines que despiertan en nosotros un apetito por su posesión.