La virtud
Aristóteles identifica la «virtud» (areté) con el «hábito» (héksis) de actuar según el «justo término medio» entre dos actitudes extremas, a las cuales denomina «vicios».
De este modo, decimos que el hombre es virtuoso cuando su voluntad ha adquirido el «hábito» de actuar «rectamente», de acuerdo con un «justo término medio» que evite tanto el exceso como el defecto.
Según Aristóteles, la virtud «es un hábito selectivo que consiste en un tér-mino medio relativo a nosotros, determinado por la razón tal y como lo de-terminaría una persona prudente».
Así pues, según Aristóteles, para entender correctamente esta definición, debemos tener en cuenta lo siguiente:
– En primer lugar, que la virtud consiste en un término medio entre dos extremos viciosos, el uno por exceso y el otro por defecto.
Así, por ejemplo, la valentía es un término medio entre la temeridad y la cobardía.
– En segundo lugar, respecto a nosotros, la virtud en modo alguno supone una posición intermedia, sino que exige un esfuerzo constante para mejorar, o dicho de otro modo, para conseguir una mejora que nos aleje del peligro de caer en uno de los extremos.
Tenemos, pues, que la virtud, en tanto consiste en una elección, supone una dimensión intelectual: debemos elegir de modo racional y «prudente».
Pero, al mismo tiempo, es necesario, también, «estar en forma», es decir, poseer la correspondiente fuerza de ánimo para vencer la pereza y las inclinaciones negativas.
A este respecto, conviene tener en cuenta que, dado que la virtud es un término medio, resultará difícil acertar y fácil equivocarse, pues existirán muchas maneras de ser vicioso y solo una de ser virtuoso.
Además, sucede que en el vicio «caemos» fácilmente, mientras que en la virtud nunca se «cae», sino que a ella solo se llega, cuando se llega, mediante el correspondiente esfuerzo.