Formación para la investigación
Una parte fundamental en la conceptualización del objeto de estudio en una investigación, es precisamente la construcción del significado de términos o expresiones que en el lenguaje común son utilizados de múltiples maneras en una gran variedad de contextos. Tal es el caso de los que serán abordados en este trabajo: en primer lugar el de formación, y en un segundo momento el de formación para la investigación.
El concepto de formación
El término formación es utilizado en expresiones tales como:
· formación de una cultura
· formación de un acervo de recursos bibliográficos
· formación de un concepto
· formación de docentes, etcétera.
Como una primera precisión hay que señalar que las tres primeras expresiones están referidas a objetos (físicos o simbólicos), mientras que la cuarta está referida a individuos; este último sentido es el que se asumirá en forma genérica en el planteamiento conceptual que nos ocupa: el término formación designando un proceso propio del ser humano.
Hecha esta primera aclaración es necesario un señalamiento más: aun refiriéndose al hombre como sujeto de la formación, suelen agregársele al término algunos adjetivos o ciertas finalidades; así se habla, por ejemplo, de formación crítica, formación reflexiva, o bien de formación para el desempeño de una profesión, formación para la creatividad, formación para la investigación, etcétera.
Esclarecer el significado de cualesquiera de las expresiones anteriores demanda un trabajo previo de conceptualización de la formación; para ello partiremos de considerar al hombre como un ser en desarrollo, en evolución, en constante transformación, lo que permite, siguiendo a Honore (1980:165), hacer referencia a la formación como «función humana de la evolución«, pero de una evolución orientada de acuerdo con ciertos fines que tanto el individuo como la colectividad de la que forma parte han considerado relevantes, por su posibilidad de aportar a un desarrollo de las diversas potencialidades del ser.
Así, la formación es un proceso que se genera y se dinamiza a través de acciones orientadas hacia la transformación de los sujetos; por ello afirma Barbier (1993:17) que «las actividades de formación forman parte de las actividades o de los procesos más generales de transformación de los individuos».
Apuntando a una caracterización de ese proceso denominado formación, Honore(1980:20) describe una dinámica que refleja quizá la esencia misma del concepto: «la formación puede ser concebida como una actividad por la cual se busca, con el otro, las condiciones para que un saber recibido del exterior, luego interiorizado, pueda ser superado y exteriorizado de nuevo, bajo una nueva forma, enriquecido, con significado en una nueva actividad«. En otros términos, el proceso de formación se da en una dinámica exterioridad-interioridad-exterioridad, que transforma no sólo a los individuos, sino a la colectividad de la que forman parte y a la cultura que construyen.
Justamente desde una visión de la formación en la que el hombre recibe «saberes» del exterior que interioriza y resignifica, para luego exteriorizarlos nuevamente, se entiende que el concepto de formación está íntimamente vinculado al de cultura; así se expresa en el planteamiento de Díaz Barriga (1993:48), cuando afirma que «la formación es una actividad eminentemente humana, por medio de la cual el hombre es capaz de recrear la cultura».
Si la cultura supone la construcción de significados compartidos, y la formación implica la resignificación de los mismos, es posible entender cómo la formación posibilita al hombre la re-creación de la cultura.
Lhotellier (citado por Honore, 1980:20) señala que «la formación es la capacidad de transformar en experiencia significativa los acontecimientos cotidianos…, en el horizonte de un proyecto personal y colectivo«; luego, la formación no es algo que se adquiere de una vez por todas, que es posesión de algunos, o que se consigue sólo con un título profesional; es una especie de función propia del ser humano, que se cultiva y puede desarrollarse, que no está sujeta a temporalidades o edades específicas.
Al llegar a este punto, son importantes varias consideraciones:
a) La amplitud de la dimensión del concepto de formación, que parece involucrar prácticamente la esencia de la vida del hombre: se trata nada menos que del proceso mediante el cual se da el desarrollo global de sus potencialidades en una dinámica que es al mismo tiempo personificación y socialización.
b) El énfasis en el proceso o en las acciones. Aunque los autores hasta ahora citados parecen aportar hacia una visión coincidente de la formación, unos centran el significado del concepto en la formación como «función o capacidad del hombre«, otros en la formación como «actividad»; unos ponen el énfasis en lo que se vive en el proceso de formación, mientras que otros lo ponen en las acciones que generan dicho proceso.
El señalamiento anterior nos lleva a establecer, como parte de la construcción conceptual que es finalidad de este trabajo, una distinción entre formación y actividades de formación. Mientras que la formación alude al proceso evolutivoque el hombre vive, orientado hacia el ejercicio de sus potencialidades ”en una dinámica como la descrita en párrafos anteriores”, las actividades de formación son la mediación que genera y dinamiza dicho proceso.
Aunque, en estricto sentido, prácticamente la totalidad de las experiencias vividas por el hombre pueden constituirse en actividades de formación, únicamente se designarán como tales, en el marco de este trabajo, aquéllas en las que medie la intencionalidad explícita de ser realizadas para propiciar una dinamización del proceso de formación; aquí es donde tiene sentido la aparición del concepto de «formador«, aplicado tanto a los sujetos que desempeñan la función de propiciadores de los procesos de formación, como a las experiencias o acciones que son diseñadas a propósito del ejercicio de la función antes mencionada.
c) Los múltiples ámbitos de la formación. En contraposición a la idea muy generalizada de que el hombre es sujeto de formación sólo en tanto tiene que estar preparado para un desempeño profesional, surge, con base en los planteamientos que se han venido presentando, un concepto de formación que compromete todas las dimensiones de la vida del hombre: el desarrollo personal, las relaciones sociales e institucionales, el trabajo, la cultura, etcétera, en tanto que, en todos estos ámbitos, el hombre encuentra y/o puede propiciar experiencias formativas.
Es a partir de la reflexión sobre la experiencia personal y compartida (inter-experiencia), que se abre la posibilidad de convertir las vivencias cotidianas en experiencias de formación; esa unión de la acción con el pensamiento por vía de la reflexión, resulta mediación fundamental en los procesos de formación.
Si el concepto de educación se extiende a todas las dimensiones de la vida del hombre y a todas sus etapas; si hace referencia al desarrollo de todas las potencialidades del ser; si otorga un papel preponderante a la resignificación que el individuo hace de los hechos denominados educativos; si supone la presencia del proceso creador en tanto implica que el individuo reelabore la experiencia y la exteriorice con aportes propios; si concede tanto al educando como al educador papeles protagónicos en el proceso educativo, entonces se podría hablar de educación y formación como un mismo proceso.
Dada la dimensión del concepto de formación que se ha venido caracterizando en los párrafos anteriores, aunque en estricto sentido «las actividades de formación pueden de hecho definirse como actividades específicas de producción de capacidades susceptibles de ser transferidas posteriormente a otras situaciones diferentes a la situación de formación» (Barbier, 1993:26), resulta lógico pensar que las actividades de formación se diseñan pretendiendo incidir en ámbitos específicos.
Autor: María Guadalupe Moreno Bayardo