La disciplina escolar
La palabra disciplina significa regularizar, metodizar, ordenar, instruir, enseñar. No se puede enseñar donde no hay orden ni método. Para un maestro o maestra de escuela primaria o un profesor o profesora de colegio secundario mantener la disciplina en el aula es tarea difícil.
Los chicos y adolescentes en la actualidad están sometidos a un gran caudal de estimulación que los han condicionado a estar constantemente entretenidos y su capacidad de concentración parece haber disminuido. La indisciplina de los niños y jóvenes no se reduce al ámbito escolar sino que también se experimenta en los hogares.
El objetivo de la disciplina escolar es sin duda la salvaguardia del orden, de la seguridad y del trabajo armónico de la educación dentro del aula de clases. En una clase en la cual el educador encuentre difícil mantener el orden y la disciplina, los estudiantes pueden desmotivarse y tensionarse y el clima educativo disminuye su calidad, lo que puede llegar a la falencia en el cumplimiento de los propósitos y metas.
La imposición de la disciplina en algunas escuelas, por otro lado, puede estar motivada por otros objetivos no académicos, por lo general morales. Por ejemplo, en muchas sociedades de fuertes raíces religiosas, el reglamento puede subrayar una evidente ética religiosa e imponer una disciplina que va más allá del aula de clases, especialmente en lo que compete a internados.
Entre los deberes pueden verse registradas normas como la asistencia a los servicios religiosos, la participación deportiva, el horario de comidas, la conformación de una estructura de autoridad al interior de la «casa», un estricto control del tiempo de sueño, un sistema burocrático para la solicitud de permisos de salida o de visitas y muchos otros casos. Dichos reglamentos externos al aula pueden ser impuestos de manera absoluta y en algunos casos pueden ser sancionados con castigos corporales para el caso de menores de edad en la más extrema circunstancia o la pérdida de ciertos privilegios en otros.
Un maestro o profesor, para que sus alumnos lo respeten y no se olviden de él mientras hace su trabajo, debe primero ser una persona que se respeta a si mismo; siendo justo, honesto, sincero y recto. Además tiene que tener ganas de enseñar y relacionar los conceptos que transmite con la realidad actual, tanto de los chicos como de la sociedad.
Si un niño no participa en clase deja de prestar atención. La participación del alumno es indispensable porque permite que aprendan a expresarse, a usar más vocabulario, a confiar en ellos mismos y a ser más creativos. Para esto es muy importante colocarlos en círculo para favorecer la participación y mantener el control.
Si esto no fuera posible, los niños o adolescentes difíciles deben sentarse en las primeras filas y los hiperactivos que no se pueden quedar sentados deben ser los ayudantes de su maestro. Los maestros deben derivar su atención a los peores alumnos e incentivarlos a participar. Generalmente, un niño rebelde suele ser muy inteligente y esa inteligencia puede capitalizarse si se lo trata adecuadamente.
El niño problema necesita más atención y más afecto, porque siempre tiende a ser rechazado no solo por sus compañeros sino también por los maestros y seguramente por sus padres y demás relaciones. Un maestro debe respetar su rol y no debe dar confianza a un niño, manteniendo las distancias y hasta podría ser de gran ayuda para él evitar tutearlos. Los niños se identifican con personas significativas y un maestro puede ser un modelo importante para su identidad.
Fuentes: wikipedia.org / psicologia.laguia2000.com