Historia del índice metropolitano de calidad del aire
El Índice Metropolitano de la calidad del Aire (IMECA) es la que se usa en la ciudad de México para informar a la población acerca de los niveles de contaminación atmosférica; fue establecido por la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología en 1985. Los valores de los IMECA están calculados en función de dos valores técnicos especiales y son aquellos que si se rebasan, provocan alteraciones en los seres humanos.
La calidad del aire se mide respecto de:
- Partículas sólidas en suspensión
- Dióxido de azufre
- Ozono
- Monóxido de carbono
- Óxidos de nitrógenoEl índice Metropolitano de la Calidad del Aire está basado en la Norma Federal de la Calidad del Aire de Estados Unidos de América así como en los índices de Ott y Thom; pero su versión mexicana es una adaptación sólo usada en nuestro país.
Es por ello que los controles de IMECA son más flexibles para los contaminantes que las normas de otros países; por ejemplo para el ozono en México se aceptan valores inferiores a 0.11 partes por millón como tolerable, mientras que en California, Estados Unidos de América, los valores superiores a 0.08 partes por millón no se aceptan más de una vez al año y con duración menor a una hora.
Si el Índice Metropolitano de la Calidad del Aire adoptara la misma norma que en California, la mayor parte del tiempo la atmósfera de la ciudad de México debería considerarse como dentro del nivel de alerta poblacional; así mismo para el nivel de 101 — 200 puntos del IMECA, en México s e describe sólo como aumento de molestias en personas sensibles y no entra aún en los niveles del Plan de Contingencias Ambientales que en otros lugares, donde se usa el índice de Ott y TOM se define como malo para la salud.
Los siguientes niveles de los IMECA considerados en el rango 201-300, en México se describen como: Aumento de molestias e intolerancia relativa al ejercicio en personas con padecimientos respiratorios y cardiovasculares y de molestias para la población en general, mientras que en la Norma Federal de Estados Unidos se define como nivel de alerta poblacional.
Ya en el siglo XVII Rousseau señalaba a la naturaleza como «nuestro primer maestro». Esta posición, de alguna manera, está ligada al desarrollo propiamente dicho de las ciencias naturales, cuyo arranque se sitúa entre los siglos XVII y XVIII.
Y cuando tras la tenebrosa noche de la Edad Media renacen de pronto las ciencias, con fuerza insospechada y con celeridad de milagro, es una vez más la producción lo que lo provoca.
En primer lugar, desde las Cruzadas se había desarrollado en enormes proporciones la industria, sacando a la luz una gran cantidad de nuevos hechos mecánicos (en la industria textil, la relojería, la molinería), químicos (en la tintorería, la metalurgia y la destilación del alcohol) y físicos (en la fabricación de lentes); hechos que no sólo suministraban un material inmenso de observación, sino que además, aportaban por sí mismos medios de experimentación muy distintos de los empleados hasta entonces y hacían posible la construcción de ‘nuevos’ instrumentos; podría afirmarse que es entonces cuando comienza la ciencia experimental verdaderamente sistemática.
En 1700, en Inglaterra y en 1753 en Francia se establecen, respectivamente,«los miércoles de la ciencia» y la cátedra de física experimental, siempre un tanto al margen de la enseñanza oficial.
No obstante, otras ramas del conocimiento científico, como la zoología, la botánica y la química existían desde tiempo atrás; el problema con ellas radicaba en que no eran ciencias experimentales propiamente dichas, ya que la zoología y la botánica -estudio de los animales, una, y de las plantas, la otra- eran totalmente «coleccionadoras», mientras que la química estaba más apegada a la «magia» que a la ciencia de la época.
Después de la Revolución industrial, Gran Bretaña durante un largo tiempo fue considerada el taller del mundo, debido a su mercado textil; se requirió, en aquella época, mejorar los medios de comunicación y transporte y así surgieron el buque de vapor, el ferrocarril y el telégrafo. Con estos avances, nace la burguesía industrial, un nuevo actor en la escena de esa época histórica.
Como una necesidad propia de los nuevos tiempos, la actividad científica se consolida y goza del reconocimiento de la burguesía y de los sectores sociales involucrados en el proceso productivo, y en 1831 se establece la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, mientras que en Alemania existía, desde 1822, una asociación con fines similares.
Durante todo el siglo XIX, la Asociación Británica financió el avance de los estudios científicos sobre el magnetismo, la electricidad, la geología, la biología y la química agrícola, entre otros.
…habría que esperar el advenimiento del capitalismo y la aparición de la ciencia moderna, para entrar en una era de transformaciones vertiginosas del saber.…a una necesidad de incrementar su eficiencia productiva, lo que induce a la sustitución paulatina y progresiva del proceso de mecanización por un proceso de volver científicos a los procesos productivos.
El desarrollo científico de nuestros días no está e n las civilizaciones antiguas como China o Mesopotámica, ya que a pesar de sus aportaciones, después del siglo XVI no muestran procesos de trascendencia para el avance de la ciencia; la cuna del avance científico, por el contrario, está en la Europa pre industrial, a partir del siglo XVII.
Durante el siglo XIX, con el desarrollo de la industria propiamente dicha, el punto de partida del matrimonio entre ciencia y avance industrial resulta también el punto inicial de la actividad humana profundamente perturbadora e impactante del equilibrio de la naturaleza.
Este comentario tiene sentido si nos imaginamos las drásticas modificaciones que se causaron cuando el hombre comenzó a explotar las fuentes de energía para alimentar el ferrocarril, el barco de vapor y el telégrafo.
Así, de pronto se manifestaron los primeros contaminantes; el ruido (del cual ya se quejaba César en la Roma imperial) junto con el cloro, el amoniaco, el monóxido de carbono, el metano, las aguas negras en los ríos, lagos y lagunas, se convirtieron en un fenómeno cotidiano en la Europa industrial y en las ciudades a donde había llegado la «nueva civilización», como la ciudad americana de Chicago, donde se cuenta que existía una suciedad tan grande sobre los canales sanitarios, que la población se veía forzada a caminar sobre ella.
Posterior al arranque de la Revolución industrial en el siglo XIX, como hemos señalado, el hombre empieza a ejercer, una acción que rebasa con mucho el potencial natural de restablecimiento del equilibrio (homeostasis) de la naturaleza, lo cual ha provocado grandes cambios no sólo locales, sino regionales y a través de todos los continentes.
Es decir, los más de 150 años que nos separan del inicio de la Revolución industrial marcaron una diferencia significativa entre el hombre preindustrial y el hombre industrial, no sólo en lo que a la producción de objetos se refiere, sino también respecto a la transformación irreversible de los ecosistemas.
Esta conducta se acentúa en el siglo XX, cuando el automóvil y la agricultura tecnificada, junto con otros procesos industriales, arrojaron a la atmósfera una gran cantidad de nuevos productos secundarios, como los gases del azufre causantes de la lluvia ácida.
Es en este siglo cuando se presentan las primeras inversiones térmicas mortales, en 1930 en Bélgica, 1948 en Estados Unidos de América y 1952 en Londres; en esta última ciudad murieron 4 000 personas varios d ías después de estar expuestas a gases tóxicos, y en la «primavera silenciosa» en Estados Unidos, se acusó a la industria de plaguicidas de provocar la muerte indiscriminada de pájaros y animales en 1962.
Ya casi a finales del siglo XX, nos hemos dado cuenta de que los bosques y las selvas desaparecen a una velocidad vertiginosa, debido a su tala y a la extracción de la cubierta protectora del suelo; que la lluvia ácida y la emisión de descargas tóxicas sobre el aire, el agua y el suelo provocan, paulatinamente, la desaparición de la vida; que el clima cambia en el nivel local y en el global.
Además, el océano se vuelve una apestosa coladera de drenaje, debido a los desechos orgánico s, la gran cantidad de petróleo, productos químicos y hasta radiaciones nucleares que hemos vertido en él. Todos estos hechos son consecuencias del impacto ambiental causado por el hombre.
Es muy probable que junto con estas conductas, el hombre hay. visto con mayor preocupación los fenómenos del deterioro ambiental y esto lo motivara a la formulación, de un nuevo concepto: la educación ambiental .