El rol del docente en el tercer milenio
Se ha llegado a discutir muchas veces entre los más encumbrados pedagogos, y se seguirá discutiendo, si enseñar es un arte o una ciencia. Asunto difícil, diremos, de establecer de forma categórica, porque en ella uno utiliza todos los conocimientos que la «Ciencia de la Educación» nos provee, pero también, utilizamos los conocimientos que nos da la vida, que al fin de cuentas, resulta ser la más grande de todos las ciencias. Sin embargo, es indudable que enseñar es un arte, que utiliza, como todas las artes, conocimientos científicos cristalizados en leyes. Ahora bien, si en lugar de arte fuese ciencia, ya existiría alguna fórmula para crear una obra de arte como las que hicieron los grandes educadores de la humanidad.
La ciencia difiere del arte, porque se rige por leyes, las cuales establecen que a las mismas causas corresponden los mismos efectos. El arte, en cambio, es una cosa distinta, no tiene reglas fijas ni leyes, sino que se rige por principios: grandes principios que se enuncian de una misma manera, pero que se aplican de infinitos modos y formas. Vale decir: que nada nos da la posesión de un arte, de un principio como cierto, sino que mediante la transformación que el criterio y la capacidad del docente hacen en su aplicación en cada caso concreto; porque las mismas causas, en la enseñanza, no producen los mismos efectos.
Intervienen los hombres, el contexto sociocultural, el contexto institucional y los hechos educativos, y aún en casos similares, a iguales causas no se obtienen los mismos efectos, porque cambian los hombres y cambian los factores que juegan en la enseñanza. En este sentido, podemos reflexionar sobre nuestra práctica profesional: ¿Alguna vez, en nuestra práctica profesional, vivimos experiencias idénticas? Es distinto de todos los demás, Es un arte, porque presupone permanente creación. Y, es permanente creación porque los hechos educativos no se repiten, al igual que para todos los docentes cada año lectivo es una nueva experiencia, porque nunca es idéntico al anterior. Porque cambian los factores que intervienen en el hecho educativo, por lo tanto, jamás se puede repetir la misma experiencia educativa. Por ello, la habilidad del docente está en percibir la realidad educativa áulica tal cual se presenta, del mismo modo la institucional, la del medio sociocultural.
Captada la realidad educativa en su totalidad, analizada con criterio educativo, y comprendida con espíritu objetivo y real, le permitirá al docente penetrarla para operar en ella con eficiencia y eficacia. La formación docente debe responder a la doble finalidad de conocer, analizar y comprender la realidad educativa en sus múltiples determinaciones: abarcar en los máximos niveles de profundidad posibles, las dimensiones de la persona, y elaborar un rol docente que constituya una alternativa de intervención en dicha realidad mediante el diseño, puesta en práctica, evaluación y reelaboración de estrategias adecuadas para la enseñanza de contenidos a sujetos específicos en contextos determinados.
Analógicamente, como lo que sucede con los organismos fisiológicos, que ingiriendo sustancias distintas, pueden producir reacciones y efectos similares; cada alumno es una persona idéntica a sí misma, indivisible, única, inmanente y trascendente al mismo tiempo, con un bagaje cultural particular que lo hace irrepetible en el tiempo y en el espacio, por lo tanto, distinto a los demás pero, cuando el docente acompaña a todos y cada uno de sus alumnos en el proceso de apropiación y construcción de saberes posibilita que, sus alumnos alcancen un aprendizaje similar con resultados similares.
Es un arte todo de ejecución porque se basa en la práctica, entendiendo a la práctica en el marco de la formación docente continua, es decir: «la formación docente, además de las habilidades, actitudes y destrezas deberá dotar al sujeto de múltiples saberes.
Estos saberes deberán permitirle a los docentes:
*Conocer, analizar y comprender la realidad educativa en sus múltiples determinaciones.
*Comprender en los distintos niveles de profundidad posibles, las complejas dimensiones de la persona para el desarrollo de la formación integral del alumno.
*Asumir en la construcción un rol docente que actúe en dicha realidad mediante el diseño, puesta en práctica, evaluación y reelaboración de estrategias adecuadas para el desarrollo integral de la personalidad a través de la promoción del aprendizaje de saberes, habilidades y actitudes, de educandos específicos en contextos determinados.
El docente indudablemente nace, pero también puede crearse y perfeccionarse. De esto, se puede hablar en sentido analítico y en sentido filosófico días enteros. Pero, no es nuestra finalidad extendernos en conocimientos abstractos que no conducen a nada constructivo sobre lo que es y debe ser el docente, sino simplemente queremos señalar algunos de los conocimientos que necesariamente debe poseer para ser más sabio en cada una de las ocasiones en que deba intervenir. Por principio, el docente, no es solamente un captador de realidades, y que desde ella elabora éxitos o fracasos educativos.
Quién proceda con un criterio más o menos formal para cristalizar sistemas, para establecer métodos didácticos, para crear recetas para enseñar, se equivoca. Pero, del mismo modo, se equivocaron los que psicologizaron la educación, transformando el aula en un «casi-gabinete psicológico», porque caen indefectiblemente en reduccionismos que, en definitiva provocan mayor confusión, ineficacia educativa, desprestigio social y profesional, intrusismos oportunistas, definiciones poco precisas, problemas mal planteados, que concluyen en el fracaso escolar, toda vez que, el docente se desgasta anímicamente por aportar esfuerzos de todo tipo, que en definitiva, resultan inútiles.
En la enseñanza, deben tenerse presente dos partes fundamentales que, no deben olvidarse, porque la componen esencialmente: por un lado, la parte vital del arte de enseñar, que es el docente y, por el otro, la parte inerte, que comprende toda la teoría del arte y su técnica.
Enseñar, es mucho más que manejar algunos secretos de la enseñanza aportados por la ciencia y la técnica, porque hay un secreto superior, que estos campos del saber no pueden aportar, sólo se puede llegar a través de la intuición, que le permite al docente captar las pequeñas cosas que para el científico o el técnico pasan desapercibidas. Estas pequeñas cosas del hecho educativo inmerso en un contexto sociocultural, mueven la capacidad de crear. Algunos docentes la poseen desde el vientre materno, otros la adquieren, pero la alcanzan en distinta medida. Grave error, porque el docente debe comprender críticamente la realidad del aula, la realidad institucional, la realidad sociocultural-contextual, que es la que le da sentido a la existencia institucional y, finalmente, la realidad sociocultural global que explica la realidad sociocultural-contextual.
Por ello, cuando elaboramos un proyecto áulico, debemos comprender previamente el proyecto Institucional, que para nosotros es un proyecto de vida, que no sólo fundamenta a los proyectos áulicos, sino que también, comprende y contiene al medio sociocultural que contextualiza a la misma Institución Escolar, influyendo en el mismo medio de modo educativo. Por eso, es necesario que el docente tenga claro el concepto de universalidad de la acción educativa. Ésta no se puede dividir ni aislar; la educación es un campo indivisible e integral, lo mismo que el ejercicio de la profesión docente. Y comprender esto, es condición «sine-qua-non» para ser un profesional, de lo contrario, jamás podrá actuar bien en el campo de la docencia. Se puede aprender su teoría y su técnica, pero ya señalamos que enseñar es algo superior, para lo cual, es necesario comprender lo que venimos desarrollando.
En consecuencia, a la docencia no se la puede mirar en pequeño, porque es una actividad integral. Por esto, no se puede dividir al docente ni al alumno en partes. Porque enseñar es un hecho eminentemente educativo, no se puede enseñar a una persona en partes, debido a su integralidad intelectual, volitiva, afectiva y corporal; individual y social; inmanente y trascendente, en suma, material y espiritual.