Conciencia cierta o dudosa
De acuerdo con la teoría del conocimiento, la mente se encuentra en estado de certeza cuando se adhiere a una posición y no teme que otro planteamiento sea el correcto; por el contrario, la mente está en duda cuando encuentra razones que apoyan una posición, pero también a favor de otra. Si esta teoría se aplica a la conciencia, se aclaran los conceptos de conciencia cierta y conciencia dudosa.
(Chávez Calderón, Pedro: Ética, Págs. 54-55)
La conciencia puede ser una guía de acciones futuras, induciéndonos a hacerlas o evitarlas, o un juez de nuestras acciones pasadas, fuente de nuestra autoaprobación o de nuestro remordimiento. La primera se designa como conciencia antecedente, y la segunda como conciencia consecuente. Para los fines de la ética, la conciencia antecedente es más importante. Sus actos son principalmente cuatro: ordenar o prohibir, cuando el acto debe hacerse o deba evitarse; persuadir o permitir, cuando se trata del mejor o peor curso, sin obligación alguna estricta.
Puesto que el juicio de conciencia es un juicio del intelecto y que el intelecto puede equivocarse, ya sea adoptando falsas premisas o extrayendo una conclusión ilógica, la conciencia, podrá ser también correcta o errónea. La conciencia correcta juzga como bueno aquello que es realmente bueno o como malo aquello que realmente es malo. Aquí las moralidades subjetiva y objetiva concuerdan. La conciencia errónea juzga como bueno aquello que en realidad es malo, y como malo aquello que en realidad es bueno. Todo error implica ignorancia, porque una persona no puede hacer un juicio falso en su mente a menos que le falte el conocimiento de la verdad.
La ignorancia implícita en el error es ya sea vencible o invencible, y así, pues, hablamos también del error como vencible o invencible. Por consiguiente, tenemos una conciencia venciblemente errónea si el error puede superarse y el juicio corregirse, o una conciencia invenciblemente errónea, si el error no puede superarse y el juicio no puede corregirse, al menos por los medios que de cualquier hombre normal cabría esperar que fueran a utilizarse.
La conciencia podrá ser también cierta o dudosa. La conciencia cierta juzga sin temor a que lo opuesto pueda ser verdad. En tanto que la conciencia dudosa o vacila en hacer un juicio cualquiera en absoluto, o hace el juicio, pero con sospechas de que lo opuesto pueda ser cierto. Si no formula juicio alguno, el intelecto permanece en suspenso, porque no ve motivos en ninguno de los dos lados, o los ve iguales en ambos lados. Si el intelecto juzga con miedo del opuesto, asiente a uno de los lados, pero su juicio no es más que una opinión probable. Hay diversos grados de probabili dad, que van desde la ligera sospecha hasta los bordes de la certeza.
El hecho de que la gente difiera en cuanto a su sensibilidad a los valores morales confiere características habituales a sus juicios de conciencia. Hablamos de conciencias estrictas o relajadas, blandas o duras, agudas o embotadas, delicadas o burdas, según que propendan a percibir o pasar por alto los valores morales. La conciencia perpleja pertenece a aquel que no logra decidirse y permanece en un estado de ansiedad indecisa, especialmente si cree que hará mal con cualquiera de las alternativas que elija.
La conciencia escrupulosa atormenta a su poseedor volviendo a suscitar una y otra vez dudas que ya fueron eliminadas anteriormente, encontrando nuevas fuentes de culpa en actos antiguos que sería preferible ignorar y persiguiendo una especie de certidumbre en el estado de ánimo que está más allá de nuestro poder en este mundo. La escrupulosidad podrá constituir acaso una forma grave de autotortura espiritual, llegando a la ansiedad neurótica, que constituye un estado más bien psicológico que ético. La persona necesita aprender no la distinción entre lo bueno y lo malo, que sabrá acaso perfectamente bien, sino cómo dejar de atormentarse con miedos infundados, o cómo poner fin a su insensato autoex amen y enfrentarse a la vida con un espíritu más confiado. (Fagothey, A.: ÉTICA, Teoría y Aplicación, Págs. 38 -39)