Percepción ética y la conciencia
Dado que el fundamento ético de la persona está en su capacidad de entender, en su comprensión y adaptación a la realidad, es necesario estudiar cuál es la índole de su conocer y saber ético.
En un primer momento, podemos hablar de una percepción ética, es decir, del bien en cuanto debe ser realizado, que muchas veces más que un conocimiento racional es una intuición.
El hombre es un ser que, antes de conocer y reaccionar éticamente, tiene intuiciones éticas, que son las que conducen y guían su reflexión. A esto lo podríamos llamar, por comparación con otras facultades, “instinto ético” o pre-ético, propio exclusivamente de la persona humana. Es expresión de la orientación innata del hombre al bien.
Por lo general, primero percibimos los valores que están en juego en los problemas éticos y luego captamos diversas alternativas de solución. El hombre es capaz de comprender qué actos y comportamientos, qué proyectos de vida pueden ser más razonables, más conformes al ser humano concreto. La persona necesita ser educada y desarrollarse por el conocimiento y la práctica de los valores que la realizan, como la lealtad, la responsabilidad, la sinceridad, la justicia, etc.
La conciencia es la facultad por la que el hombre es dueño de sí mismo, se autoposee. La conciencia no es una entidad aparte del mismo sujeto, es él, en cuanto se conoce, se valora y se juzga. La conciencia consiste en poder conocerse, autoposeerse y volver sobre sí mismo.
La conciencia ética consiste en la capacidad de evaluar y juzgar los proyectos, actitudes y acciones que la misma persona lleva a cabo. Se caracteriza por estar referida a los valores éticos, como bien y mal, justicia e injusticia, verdad o mentira, lo razonable y lo irrazonable, el individuo y los demás. La conciencia abarca todas las dimensiones del hombre y constituye su unidad y es el sustrato último de la persona.
(García de Alba, Juan Manuel: Ética Profesional, P ágs. 117-119)
Hasta que punto un individuo es responsable de sus actos, esto nadie más que él lo sabe. Otros le juzgan, pero no pueden ver más que los aspectos externos. El individuo sabe cuándo ha sido juzgado mal por los demás, y sólo puede saberlo comparando su juicio con el suyo y pronunciando un juicio con el suyo y pronunciando un juicio final sobre estos dos juicios. Esta forma de conocimiento reflexivo, de percepción de la propia responsabilidad, se confunde a menudo con la conciencia, pero es más propiamente una forma de estado consciente.
El individuo juzga no sólo si es o no responsable y en qué medida de sus actos, sino también si estos actos son buenos o malos.
Como ya dijimos al principio, la ética descansa en un hecho de experiencia esto es: en la convicción del individuo de que algunos actos son buenos y deben realizarse, en tanto que otros son malos y no deben realizarse, en tanto que otros son malos y no deben hacerse, y otros más son indiferentes y pueden hacerse o dejar de hacerse. El que tales juicios sean correctos o no, esto es otra cuestión, pero el hecho es que los individuos así los formulan. La facultad de hacerlo se llama conciencia.
Todos los individuos, cualquiera que sea su sistema de moral, formulan juiciosde conciencia. El estudio de la conciencia está, o debería estar, fuera del dominio de la controversia y sin embargo, es cuando tratamos de encontrar una base objetiva para la conciencia y sus juicios que los sistemas éticos empiecen a divergir. Pero más allá de todos los sistemas éticos, y común a todos ellos, se encuentra la exigencia de que el individuo sea sincero consigo mismo y que haga el bien tal como lo ve.
(Fagothey, A.: ÉTICA, Teoría y Aplicación, Pág. 36)
En la idea popular, la conciencia se concibe a menudo como una “voz interior”; algunas veces como la “voz de Dios”, que nos dice lo que ha y que hacer o evitar, pero esto no es más que una metáfora. Si la conciencia habla con una voz, ésta es nuestra propia voz.
Sin duda, la mayoría de las personas experimentan una reacción del subconsciente basada en el medio ambiente y la educación de su niñez; una tendencia a aprobar o desaprobar las cosas por las que nos enseñaron aprobación o desaprobación en la niñez. Semejantes posesiones previas proporcionarán a menudo apreciaciones morales correctas, si hemos sido bien educados.
Un resultado de semejantes experiencias psicológicas tempranas podrá ser acaso un vago sentimiento inidentificable, un sentido de malestar e inclusive de “culpa”, al apartarnos del patrón establecido, aunque el sentimiento se reconozca como absurdo. Esto no es lo que se entiende por conciencia en el sentido tradicional. No se identifica tampoco con el “super ego” de Freud, aunque existe cierta relación entre ambas cosas.
La conciencia no es una facultad especial distinta del intelecto, ya que, en otro caso, nuestro juicio acerca de la bondad o la maldad de nuestros actos individuales no sería intelectual, si no irracional, esto es, producto de algún instinto ciego. La conducta de esta clase no sería digna de aquel cuya característica principal es la inteligencia. La conciencia, pues, no es más que el propio intelecto en una función especial, es to es, en la función de juzgar acerca de la bondad o la maldad de nuestros propios actos individuales.
La conciencia es una función del intelecto práctico. No trata de cuestiones teóricas de lo bueno o lo malo en general, tales como, “¿por qué es malo mentir?” “¿Por qué hay que hacer justicia?” Sino de la pregunta práctica: “¿qué es lo que debo hacer aquí y ahora, en esta situación concreta?” “Se realizo el acto en el que estoy pensando, ¿mentiré acaso, o seré acaso injusto?” Se trata del mismo intelecto práctico con el que juzgo lo que debo hacer o evitar en los demás asuntos de la vida: cómo he de llevar mis negocios, invertir mi dinero, proteger mi salud, diseñar mi casa, mi fábrica o mi granja, educar a mi familia. Lo mismo que los demás juicios humanos, la conciencia puede equivocarse y formar juicios morales erróneos.
Y en forma análoga a como el individuo puede cometer errores en aquellas otras esferas de la actividad humana, así puede cometer también errores en su conducta personal. Pero, al efectuar cualquier juicio práctico de dicha clase, el individuo no tiene más guía que su intelecto. Por consiguiente, la conciencia puede definirse como el juicio práctico de la razón acerca de un acto individual como bueno y deb iendo ejecutarse, o como malo y debiendo evitarse. El término conciencia se aplicaa las siguientes tres cosas:
1.- Al intelecto en cuanto facultad de formar juicios acerca de los actos individuales buenos o malos.
2.- Al proceso de razonamiento que sigue el intelecto para llegar a semejante juicio.
3.- Al juicio mismo, que es la conclusión del proce so discursivo.
El proceso del razonamiento empleado para llegar a un juicio de conciencia es el mismo que el de cualquier razonamiento deductivo lógico. El razonamiento deductivo implica una premisa menor, o aplicación de principio a un caso particular, y una conclusión, que resulta necesariamente de las dos premisas.
(Fagothey, A.: ÉTICA, Teoría y Aplicación, Págs. 37 -38)
Los términos moralidad, conciencia moral y personas que relacionan íntimamente: no hay persona sin moralidad o viceversa; no hay moralidad subjetiva sin conciencia moral o viceversa; y la persona implica conciencia moral y viceversa.
La moralidad comprende las normas morales y los actosrelacionados con ellas. Al conjunto de las normas morales se le llama moralidad objetiva porque esas normas existen independientemente de que un sujeto quiera acatarlas o no. Los actos mediante los cuales el hombre acata o infringe la norma moral constituyen la moralidad subjetiva, porque únicamente los realiza un sujeto humano.
Sabemos que el obrar del hombre siempre se mueve por fines. Todo el que hace algo lo hace con un fin, a menos que esté distraído, dormido o no controle su razón, como es el caso del demente, el furioso, el que se encuentra bajo el efecto de una droga o el de otros individuos en situaciones similares.
El acto moral es el acto volitivo o humano, pero con otra característica. El acto humano siempre es libre y lo motiva el fin inmediato que se persigue. Si a estas dos notas agregamos una tercera, la relación con un fin último, habremos caracterizado el acto moral.
Acto moral, por consiguiente, es el acto humano en cuya realización el sujeto tiene a la vista el fin inmediato que lo motivó y además, de alguna manera, lo relaciona con un fin que él considera último.
Todos los hombres, creamos o no en la existencia de una vida ultraterrena, de una u otra manera concebimos un fin último, particular; es decir, lo que da sentido a nuestra existencia. Por ejemplo, el individuo que, por frustración, amargura o circunstancias deplorables ingresó en un grupo de narcotraficantes y asesinos, probablemente tenga como fin último evadirse de la mafia para formar un hogar y vivir tranquilamente.
Aquí se presenta el problema siguiente: ¿habrá un fin que merezca el calificativo de “absolutamente último”?
Fin es aquello que se pretende lograr por sí mismo, y medio es lo que se emplea para obtener el fin. Los fines inmediatos que perseguimos con nuestros actos ordinarios son relativos, porque ellos a su vez se convierten en medios para lograr otros fines y así sucesivamente. Es frecuente que nuestros actos se produzcan en una serie de medios y fines; el último de éstos, en cierto modo, es un fin último, pero de esa serie. En este caso, toda la serie se convierte en medio para comprender otra serie, que también tendrá su meta o fin último.
Hay quienes afirman que es imposible la existencia de un fin absolutamente último. Nosotros creemos que todo individuo que ha madurado actúa siempre, implícita o explícitamente, con miras a un objetivo final que le esté dando sentido a su vida. Es posible que se dé un fin absolutamente último porque no hay ninguna serie infinita de medios y fines. Además, si algunos fines son relativos, se necesita un fin absoluto porque, de lo contrario, aquéllos no serían relativos. (Chávez Calderón, Pedro: Ética, Págs. 51-52)