La ética y educación
La buena conducta no es un conjunto de reglas, ni es un camino determinado. Es algo que hay que aprender. El hombre tiene que aprender a conducirse, y así aprender a vivir. El aprendizaje no es algo espontáneo. Por eso necesita extraer de su propio ser sus mejores posibilidades: necesita educarse. La educación consiste en aprender a vivir conduciéndose a sí mismo.
La educación no es, ni debe ser, una estructura que se añada, sino la extracción de lo mejor que hay en cada sujeto. Una educación ideal debe dar con los valores de cada persona y propiciar su desarrollo.
Desde el punto de vista biológico, podemos considerar la educación como el modo en que el hombre puede superar sus limitaciones orgánicas e instintivas. Esto acontece cuando transforma el mundo con su actividad en algo que sirve a la vida.
Así aprende a protegerse contra las inclemencias, a preocuparse por alimentar a sus hijos, a trabajar en función de intereses que trascienden el orden de sus necesidades inmediatas, a percibir y crear obras útiles y bellas. En una palabra, aprende a transformar el mundo, a hacer cultura. La cultura es obra de la educación y la educación se da en una cultura.
En el contexto de su cultura el hombre descubre el sentido de su ser personal y el de los demás. La familia, la relación de negocios, la amistad y el amor, son formas en que nos construimos a nosotros mismos de frente a los demás y entre ellos.
Sobre la base de este encuentro, la educación puede y debe desarrollar en nosotros otras cualidades y aptitudes que favorezcan nuestra realización, nos integren a la vida social y hagan brotar en nosotros el deseo y las aptitudes para servir al bien común.
La educación también es capacitación para la vida, para la convivencia social, y para encontrar una forma de ser útiles a los demás. Ha de ayudar a la persona a encontrar su lugar y su quehacer en el mundo.
(García de Alba, Juan Manuel: Ética Profesional, Págs. 222-223)
La filosofía se ha esforzado (de distintas maneras y con éxito desigual) por establecer lo que se ha llamado “El Estatuto Ontológico del Hombre”: precisando los fines, los atributos y los límites de la naturaleza humana.
Aunque es evidente (y demasiado olvidado) que la responsabilidad en educación moral descansa directa y básicamente sobre la familia y al comunidad religiosa a que ella pertenece; y aunque se afirme (y hay que admitirlo) “que la responsabilidad básica y directa de la Escuela no es moral, sino de naturaleza intelectual”, o sea responsabilidad por el desarrollo normal de la inteligencia de los estudiantes y adquisición de conocimiento articulado y suficientemente universal (Maritain), sería absurdo pensar que una escuela renunciara a semejantes preocupaciones y se limitara exclusivamente a la enseñanza científica.
Tal vez sea más exacto, por lo tanto, afirmar: quela familia tiene la responsabilidad natural de la educación moral. Natural:
a) Porque opera espontáneamente.
b) Porque opera sobre un individuo que ella misma engendra.
c) Porque está estupendamente dotada para influir obres los conocimientos, afectos y tendencias del individuo desde la más remota evolución vital, cuando necesita de la familia para su normalidad psicofisiológica.
La universidad tiene la responsabilidad social de la educación moral. Social:
a) Porque es un organismo integrado por una selección intelectual cuyo compromiso es con la Colectividad directamente, o indirectamente a través del Estado.
b) El alumnado está constituido por una selección y representación privilegiada (de hecho, no de derecho) de todos los sectores sociales.
c) Por disponer, como organismo de Enseñanza Superior de los dos medios más eficientes de influencia psicológica y social: la Organización y la Cultura.
Sobre todo la universidad tiene que sentir, por encima de cualquier divergencia ideológica, la importancia esencial del impacto que ejerce permanentemente el intelecto sobre la salud de la voluntad, y la responsabilidad de una tarea moral básica que cumplir.
Esta tarea tal vez se puede reducir al establecimiento y defensa de los fundamentos intelectuales de la vida moral, y al desarrollo del sentido de aquellas realidades que son espirituales por naturaleza, como la verdad y la belleza.
Nosotros creemos que se puede hacer bastante más; o, al menos, que se debe intentar hacer algo más.
Pero, advierte Maritain, (quien ciertamente no es un universitario improvisado): “Esta tarea moral de la educación se está convirtiendo hoy en más y más importante: ya que el hombre está confrontando con filosofías materialistas opositivistas que relativizan completamente los patrones morales, y con la mentalidad dirigida por terceros o mentalidad de borregos que nuestra civilización industrial o tecnológica tiende a desarrollar.
Si una conformación mental semejante (para la cual la única cosa esencial es ajustarse al medio ambiente) dominara, la moralidad humana descendería hasta elegir conscientemente como patrón ético el comportamiento promedio descrito en el “Kinsey Report”, y olvidaríamos que no puede haber sociedad de hombres libres sin el fermento de las conciencias personales, que no se ajusten a lo que las rodean, sino que resisten al medio ambiente y prefieren obedecer la ley de Dios antes que la ley de los hombres”. (Menéndez, Aquiles: Ética Profesional, Págs. 3-4)