Mito alimenticio segundo
Hay demasiada gente en relación con los recursos agrícolas disponibles.
No existe, en realidad, país alguno que carezca de los recursos agrícolas necesarios para alimentar a su población. Lo que hemos aprendido es que como los alimentos se compran y venden en sociedades donde prevalecen grandes desigualdades de ingreso, la gravedad del hambre nada tiene que ver con la cantidad de alimentos que se produce por persona.
De manera semejante, la relación entre el hambre y la tierra no resulta ser cuestión de cantidad, el hambre tiene mucho menos que ver con la extensión de la tierra que con su control. De quién controla la tierra depende cómo será empleada o mantenida ociosa y quién se beneficiará de sus frutos.
Si el exceso de población fuera causa de hambre, debería esperarse que ésta fuese más grave en 105 países que tienen más población por hectárea cultivada. También se encuentran países que en términos comparativos, disponen de grandes cantidades de tierra agrícola por persona pero que, aun así, enfrentan algunas de las condiciones más severas y crónicas de hambre en el mundo.
Las altas tasas de nacimiento son sintomáticas de los fracasos del sistema social. El acelerado crecimiento de la población refleja a menudo la necesidad de la gente de tener muchos niños, en un intento de allegarse trabajadores para aumentar el magro ingreso familiar, lograr seguridad en la vejez y compensar la alta tasa de mortalidad infantil, resultado de la nutrición y la atención sanitaria inadecuadas.
Las altas tasas de natalidad son reflejo del estado de desamparo de las mujeres, que se ve exacerbado por la pobreza. En la mayor parte de los casos, a mayor pobreza corresponde mayor opresión de las mujeres.
Las tasas de natalidad no disminuyen hasta que las mujeres consiguen controlar las decisiones de reproducción, un proceso que no puede realizarse al margen del de la conquista de la autodeterminación económica por parte de hombres y mujeres por igual.