Conocimiento humano introducción

El conocimiento no es algo separado y que se baste a sí mismo, sino que está envuelto en el proceso por el cual la vida se sostiene y se desenvuelve.

John Dewey 

Los seres humanos utilizamos, en nuestra vida diaria, un enorme conjunto de conocimientos. Para obtener este conocimiento debemos encontrar información por medio de un trabajo indagatorio sobre todo lo que deseamos conocer.

Por ejemplo: si un amigo o un compañero nos dice (o escuchamos en un noticiero, o leemos en un periódico) que las materias que más se les dificultan a los estudiantes de nivel básico son Historia y Geografía, podemos recordar esa información y utilizarla, al mismo tiempo que la incorporamos y relacionamos con otros conocimientos que poseemos previamente.

Pero, evidentemente, existe alguien que es el responsable de esa afirmación; una persona que, de alguna manera, ha estudiado la problemática educativa y ha concluido, mediante el uso de algún procedimiento, que las deficiencias estudiantiles son mayores en la Historia y la Geografía ¿Cómo lo hizo? ¿De qué recursos indagatorios se valió?

Cuando comenzamos a interesarnos por el modo en el que algún conocimiento se ha adquirido, o cuando intentamos apropiarnos de algún nuevo saber, se nos presentan múltiples cuestiones, y de muy variada índole; muchas de ellas conforman el campo de lo que llamamos Metodología.

La humanidad ha evolucionado durante mucho tiempo; al principio dependía absolutamente de las condiciones del medio ambiente natural. Pero en un brillante momento histórico comenzó a producir la cultura; es decir, a transformar y reconstruir el entorno que la rodeaba, para garantizar su supervivencia y su desarrollo. Comenzó a convertir el medio ambiente en mundo.

Para ello, la especie humana tuvo que comprender la esencia y los cambios de los objetos y seres que la rodeaban. Hoy parecerían muy sencillos la construcción de un refugio precario, la domesticación de algunos animales, la pesca o el cultivo de cereales, e incluso consideramos a los seres humanos del Neolítico como“primitivos”, pero esas actividades sólo pudieron ser emprendidas después de mucho tiempo de cuidadosas observaciones de muy diversos tipos: las posibilidades de distintos materiales, el ciclo de los días y las noches, la reproducción de los animales y las plantas, los tipos de tierra, la importancia del agua, etc.

Pero el conocimiento de esa lejana época no se limitó sólo a cuestiones de mera supervivencia o desarrollo instrumental para la mejoría material. Al mismo tiempo, los seres humanos desarrollaron sus inquietudes por entender el sentido del universo y de la vida misma, y una toma de conciencia con respecto a su propia muerte.

Todo esto dio lugar a los primeros intentos de elaborar explicaciones generales sobre la naturaleza entera. Entre ellas, se desarrollaron la magia, las explicaciones mitológicas y religiosas y, después, los sistemas fundados en la Filosofía.

En fin, a lo largo de su evolución histórica, los seres humanos han elaborado diversas construcciones intelectuales, que han constituido las partes de un largo proceso de búsqueda y adquisición de conocimiento. La aproximación a la verdad ha sido un difícil viaje de la humanidad por el tiempo.

Existe, a lo largo de todo este devenir, una constante histórica: jamás en la historia del pensamiento alguien ha logrado conseguir ninguna certeza – no digamos alcanzar la verdad – sin antes pasar por experiencias fallidas. Tras la obtención del conocimiento encontramos el paso por el error.

Así pues, el conocimiento humano, desde un punto de vista histórico, se ha conformado como un proceso muy largo, en el que cada etapa se ha significado como la base para alcanzar la siguiente. Por otra parte, todos los seres humanos somos sujetos cognoscentes; tenemos las condiciones y características idóneas para aprehender conocimientos.

Pero éstos llegan a nosotros mediante un proceso, y no como un acto único, en el que de manera inmediata pasemos de la ignorancia al saber.

Sin embargo, los seres humanos no somos iguales; más allá de algunos detalles, generalmente concebimos al ser humano como un ser muy complejo, dotado de capacidades para el razonamiento, pero poseedor, también, de una enorme afectividad, la cual es tan importante como la razón para condicionar sus acciones.

Los seres humanos construimos estilos muy particulares y propios de existencia, y tenemos, de la misma manera, formas muy diferentes de acercarnos a los objetos que nos interesan.

Por ejemplo, ante el mar, podemos dejarnos llevar por nuestros sentimientos y asombrarnos ante su abrumadora y majestuosa inmensidad, o bien tratar de entender la composición química, la temperatura o el ecosistema que se genera entre sus aguas o en las relaciones en sus fronteras con el entorno terrestre; podemos atender a nuestras emociones y pensar en el mar como obra de la creación divina, o atender a nuestra razón y averiguar sobre las múltiples posibilidades que tenemos para su aprovechamiento.

Sea cual sea la actitud que tomemos ante cualquier fenómeno, el producto derivado de ella será siempre algún tipo de conocimiento. El conocimiento científico es uno de los modos posibles que los seres humanos utilizamos para conocer; tal vez es el más útil, y en muchos casos probablemente sea el más adecuado, pero no es el único, ni tiene la exclusividad para proporcionarnos respuestas para nuestras inquietudes.

Es más: normalmente los seres humanos transitamos por la vida a partir de un conocimiento obtenido de primera mano; un conocimiento que algunos petulantes cientificistas llaman “vulgar”“popular” o “de sentido común”, pero que no deja de resultarnos útil, pese a todas las deficiencias que pueda tener. Para identificar ese tipo de conocimiento, conviene recuperar la propia experiencia cotidiana.